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De viaje con un gigante bonachón

Para viajar, basta con sentarse en un cómodo sillón con un libro en mano

GUADALAJARA, JALISCO (29/DIC/2013).- Era cuatro veces más alto que el hombre más alto. Era tan grande que su cabeza quedaba a más altura que las ventanas de los últimos pisos de las casas…”.

Describiendo al personaje de su cuento El gigante bonachón Roald Dahl parecía estarse retratando a sí mismo. Dahl es uno de los escritores de literatura infantil más reconocidos del siglo XX, y efectivamente era un grandulón, buena persona, y divertidísimo ser humano. Frecuentemente solía decir que con sus cuentos… “intentaba criticar a una mayoría de padres que no tienen un solo libro en casa y se pasan todo el día viendo la televisión…”  (triste enfermedad de nuestra cultura mexicana).

Y si nuestra columna trata sobre “Viajes y aventuras”, no siempre nos referiremos a expediciones hechas por cielo, mar y tierra emulando a Chanoc o a Indiana Jones, no; bastará con arrellanarnos en un sillón y sumergirnos en los intríngulis de esa especie de computadora que —siendo un poco antigua— tiene su “disco duro” fraccionado en milimétricas láminas que contienen más información de la que uno imagina. Con su increíble tecnología, es capaz de transportar las mini-moléculas de las neuronas nuestro cerebro a través del tiempo —ya sea futuro o pasado— entre agujeros y gusanos negros. Ese súper “disco duro laminado” cuenta además con un poderoso “chip” que nos puede llevar —en tiempo real— a lugares inexplorados; permitiéndonos ser testigos, cómplices o partícipes de los sucesos y aventuras más extraordinarios que han ocurrido (imaginado) o que posiblemente ocurran. Además, en breves instantes podremos ser capaces de convertirnos en araña, gigante, buzo o astronauta. Podremos volar, caminar sobre la nieve, escalar una montaña, bajar al fondo del mar o perdernos en una lúgubre calle de Londres ¿No les parece maravilloso ese aparatejo?

Se llama… Libro.

Roald Dahl, era un chiquillo larguirucho que, habiendo nacido en el País de Gales, al oeste de la Gran Bretaña, su infancia la pasó de la patada en infames internados de los de antes, teniendo que aprender sus lecciones a reglazos. Más tarde, ya en su juventud, habiéndose metido de aviador también le fue fatal, porque por lo grandote que era, casi no cabía en los pequeños aviones de combate de aquellos tiempos, teniendo que ser auxiliado por sus compañeros para salir de la cabina. Una vez, en una incursión por África, se le acabó la gasolina y ¡pácatelas…! se estrelló contra la única roca que había entre la arena del desierto, fracturándose el cráneo y varios huesos; y habiendo podido ser rescatado de su avión en llamas, quedó temporalmente ciego y con grandes dolores por todos lados. Y aunque siguió volando, también se dedicó a escribir las deliciosas historias que más tarde aparecieron en varios “discos duros” del aparatejo que ya les platiqué.

Escribió padrísimos cuentos “exclusivos para niños que se arriesgan mucho más que los que no lo hacen…”;  y otros que también son buenísimos, para los señores que no tengan el “coco duro”. Todos son súper famosos en el mundo entero y extrañamente poco conocidos aquí en México.

El gigante bonachón es uno de ellos; Dany el Campeón del Mundo; Matilda; James y el Melocotón Gigante; La Fábrica de Chocolates (hecha película), y muchos otros más, podrán hacerles (sin importar la edad) un estupendo viaje para quien los lea. Confieso que uno de mis favoritos es Cuentos en Verso para el Niño Perverso”. Además… los Cuentos Macabros para adultos, son simplemente fabulosos.

Un clavado a las estupendas historias de Roald Dahl les harán viajar —amarrados a un sillón— sin tan siquiera salir a despeinarse.

¡Gócenlos, por favor …!

vya@informador.com.mx

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