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De tienda de conveniencia a tienda de convivencia

Fatiga Crónica

GUADALAJARA, JALISCO (29/MAY/2010).- A la una de la tarde de un día cualquiera de mayo, con 37 grados centígrados a la sombra, estar sentado en un banco dentro de una “tienda de conveniencia”, hace la diferencia entre tener o no calidad de vida por un rato. Al menos eso es lo que interpreto al verles las caras a los que se encuentran aquí dentro ya, sentados, leyendo las ofertas del periódico gratuito mientras comen, mientras beben o mientras sólo miran tras el cristal a los que caminan por la calle, sudar, sufrir, desear traer un aire acondicionado integrado.

El Oxxo es entonces no sólo un lugar para comprar y salir, sino incluso para tener lo que se quiere sin gastar un peso (como se verá al final de esta crónica) y también para convivir mientras se come, según se puede atestiguar cualquier día como estos, luego de ver cómo un grupo de jóvenes con playeras de Cinépolis han venido aquí a comer y a quejarse de su jefe. Pero no son los únicos, los hay de todos los negocios del Centro Magno y alrededores. Como unas empleadas de Slim Center que comen panecillos integrales y coca light, mientras hacen cuentas de las calorías que llevan ya. O como una señora que con toda la pinta de secretaria ha comprado una nutritiva ensalada y sin que se den cuenta los empleados, ha ido luego a echarle encima triple porción del queso amarillo que es para los nachos. O como el guardia de seguridad privada que entra con sus tupper, directo al horno de micro ondas y luego de comprobar que está lista su comida, se sienta y procede a engullirla con singular alegría, sin consumir un sólo producto de la conveniente tienda de conveniencia.

Contrario a lo que sucedería en cualquier otra tienda de esta especie, aquí los empleados, todos sumamente jóvenes, parecen venir del reino de la tolerancia. Son alegres, son amables y no les preocupa que un policía entre, directo y sin comprar nada, al baño (“a ver, tú dile que no”), que la gente se ponga a leer el periódico mientras come y luego lo vaya a dejar a donde estaba, o que se estacionen en los lugares reservados para clientes y se vayan a cualquier otro lado. Ellos parecen estar más preocupados en sus “carrillas” particulares, en pasar obsesivamente el trapeador a cada rato por todo el piso de la tienda y en recibir a sus clientes consentidos todos los días. Porque sí, podrá parecer extraño, pero hay muchos quienes todos los días, a la misma hora, van a comprar siempre lo mismo. Como el licenciado que llega diario por su par de hot dogs y los come, al mismo tiempo, mientras habla por celular; como la señora que trae diario la misma lista para llevar los encargos de la oficina (y que paga cada cosa con un billete distinto); como la extraña mujer que compra todos los días una cajetilla de cigarros y 30 pesos de tiempo aire.

Un niño de no más de siete años está sentado, con un pequeño radio portátil, escuchando reguetón y repitiendo la letra, sin equivocarse. Su madre es la vendedora de frutas que está afuera, en la esquina. El licenciado que llega diario por sus hot dogs se come ahora, de postre, unos fritos chipotle, mientras el niño no le quita de encima la vista a la bolsa. El licenciado se da cuenta y le ofrece de su manjar al niño. El niño le dice que lo que quiere es la cartita de la WWE. Y ahora la tiene.

Mañana, en esta tienda de convivencia pasará exactamente lo mismo, pero de manera diferente. Es así.

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