Suplementos
Cuarto Domingo de Cuaresma
Invitamos a la reconciliación y transformar nuestra vida para que al llegar a la Pascua, nuestra vida diaria hable de un rostro realmente vivo de nuestro hermano Jesús
LA PALABRA DE DIOS
Primera lectura
Lectura del Libro de Josué (5,9a.10-12)
“Los israelitas ya no tuvieron maná, sino que aquel año comieron de la cosecha de la tierra de Canaán”.
Segunda lectura
Lectura de la Segunda Carta del Apóstol San Pablo a los Corintios (5,17-21):
“Es decir, Dios mismo estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo, sin pedirle cuentas de sus pecados”.
Evangelio
Lectura del Santo Evangelio según San Lucas (15, 1-3.11-32):
“Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo”.
GUADALAJARA, JALISCO (06/MAR/2016).- En este tiempo, cuando el Hijo de Dios con sus plantas tocaba esta tierra, había pecadores que se sentían justos y había pecadores que sufrían porque se sentían pecadores. ¿A cuáles buscaba el maestro? Ahora, en el siglo XXI, es igual, es idéntica la historia.
Siempre, como el mismo Señor lo dijo, en sus campos hay doradas espigas cargadas de granos, y por doquier prolifera la cizaña, porque abundan sembradores de venenos letales. Y como entonces, y siempre, y ahora, afuera de la iglesia y dentro del redil hay pecado y pecadores. Y ¿cuál es la actitud ante esta cruda realidad? ¿sentarse a lamentar lo mal que está la familia, la sociedad, el gobierno, la iglesia? No, sencillamente no. La era de Cristo no estuvo circunscrita a sus tres años de vida pública.
Cristo vive, Cristo actúa, Cristo salva ahora y aquí; y, como entonces, ahora busca a los pecadores y —con la abundancia de los recursos de sus palabras, los sacramentos, los testimonios de sus fieles seguidores y mil auxilios, más continuamente invita a los pecadores a dejar cuanto conduce a la predicción, emprender un nuevo rumbo donde encontrarán el perdón y la abundancia de los consuelos divinos, que lo digan quienes ya han dado ese paso que les parecía tan difícil, y sin embargo lo dieron. La conversión del pecador tiene, de inmediato, hasta una personal satisfacción interna. Sólo un ejemplo, aunque aquí no se trata de un pecador arrepentido: un fumador empedernido tenía 34 años siendo esclavo de ese vicio. Se propuso dejarlo y lo dejó. Después sólo hablaba, muy alegre, de su difícil y gloriosa victoria. Así el pecador va de la esclavitud a la libertad, de la tristeza a la alegría.
La virtud de la misericordia es poner en acción el amor. Dar a los demás como acción de gracias por la abundancia de los dones recibidos. Cristo invita: “Sean misericordiosos como su padre celestial es misericordioso. Para alcanzar la misericordia de Dios, es preciso ser misericordiosos. “Perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”. El que es misericordioso es grato a los ojos de Dios y es digno de recompensa.
José Rosario Ramírez M.
¿Lejos y cerca de qué?...
Tan lejos de ti mismo, tan lejos de los pobres, tan lejos de Dios, tan lejos de los tuyos, tan lejos ¿de qué?, pero siempre lejos de realizarte, lejos de ser feliz, lejos de hacer algo que merezca la pena. Hace cuatro semanas iniciamos el recorrido cuaresmal. Hemos estado invitando a la reconciliación y transformar nuestra vida, para que al llegar a la pascua, nuestra vida diaria hable de un rostro realmente vivo de nuestro hermano Jesús. “Éste recibe a los pecadores y come con ellos”. Posiblemente éste es uno de los textos más bellos, desafiantes, escandalosos, subversivos, revolucionarios y reveladores de toda la experiencia cristiana, es tremendamente estremecedor. El evangelio de la liturgia de este domingo cuarto del tiempo de cuaresma es un espacio para reflexionar la figura de Dios como Padre amoroso, quien siempre va a perdonar sin condición alguna, su misericordia nos sorprende. Esta parábola revela dos cosas: la miseria y la misericordia. Es decir lo que hay en el corazón del hombre y lo que hay en el corazón de Dios. Existen tantas cosas a nuestro al alrededor que muchas veces no somos capaces de apreciar, tantos dones recibidos y pendientes de trasmitir a nuestros hermanos y que por diversos motivos no nos animamos a compartirlos.
Esta es una llamada más a la reconciliación: “¡Os suplicamos que se dejen reconciliar por Dios!”
Necesitamos la reconciliación porque andamos divididos: escindidos interiormente, separados de nuestros semejantes, sin la capacidad de sentir la mirada atenta y amorosa del Padre que nos hace sentirnos lejos de Él. En ese triple exilio consiste la esencia del pecado, y es en esas tres relaciones donde decide el ser humano su verdad, el logro o el malogro de su vida, en una palabra, su salvación. A esto responde la tríada del ayuno, la ofrenda, y la oración. El ayuno, la ascética, la capacidad de renuncia voluntaria a bienes legítimos, habla de la necesaria reconciliación con la propia realidad, con la verdad profunda de nuestra vida, demasiadas veces distraída y hasta esclava de bienes, algunos superfluos, otros necesarios, pero que nos absorben hasta hacernos olvidarnos de lo más esencial de nuestra vida. Dios hace nuevas todas las cosas, ¡déjate reconciliar por Él!
Primera lectura
Lectura del Libro de Josué (5,9a.10-12)
“Los israelitas ya no tuvieron maná, sino que aquel año comieron de la cosecha de la tierra de Canaán”.
Segunda lectura
Lectura de la Segunda Carta del Apóstol San Pablo a los Corintios (5,17-21):
“Es decir, Dios mismo estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo, sin pedirle cuentas de sus pecados”.
Evangelio
Lectura del Santo Evangelio según San Lucas (15, 1-3.11-32):
“Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo”.
GUADALAJARA, JALISCO (06/MAR/2016).- En este tiempo, cuando el Hijo de Dios con sus plantas tocaba esta tierra, había pecadores que se sentían justos y había pecadores que sufrían porque se sentían pecadores. ¿A cuáles buscaba el maestro? Ahora, en el siglo XXI, es igual, es idéntica la historia.
Siempre, como el mismo Señor lo dijo, en sus campos hay doradas espigas cargadas de granos, y por doquier prolifera la cizaña, porque abundan sembradores de venenos letales. Y como entonces, y siempre, y ahora, afuera de la iglesia y dentro del redil hay pecado y pecadores. Y ¿cuál es la actitud ante esta cruda realidad? ¿sentarse a lamentar lo mal que está la familia, la sociedad, el gobierno, la iglesia? No, sencillamente no. La era de Cristo no estuvo circunscrita a sus tres años de vida pública.
Cristo vive, Cristo actúa, Cristo salva ahora y aquí; y, como entonces, ahora busca a los pecadores y —con la abundancia de los recursos de sus palabras, los sacramentos, los testimonios de sus fieles seguidores y mil auxilios, más continuamente invita a los pecadores a dejar cuanto conduce a la predicción, emprender un nuevo rumbo donde encontrarán el perdón y la abundancia de los consuelos divinos, que lo digan quienes ya han dado ese paso que les parecía tan difícil, y sin embargo lo dieron. La conversión del pecador tiene, de inmediato, hasta una personal satisfacción interna. Sólo un ejemplo, aunque aquí no se trata de un pecador arrepentido: un fumador empedernido tenía 34 años siendo esclavo de ese vicio. Se propuso dejarlo y lo dejó. Después sólo hablaba, muy alegre, de su difícil y gloriosa victoria. Así el pecador va de la esclavitud a la libertad, de la tristeza a la alegría.
La virtud de la misericordia es poner en acción el amor. Dar a los demás como acción de gracias por la abundancia de los dones recibidos. Cristo invita: “Sean misericordiosos como su padre celestial es misericordioso. Para alcanzar la misericordia de Dios, es preciso ser misericordiosos. “Perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”. El que es misericordioso es grato a los ojos de Dios y es digno de recompensa.
José Rosario Ramírez M.
¿Lejos y cerca de qué?...
Tan lejos de ti mismo, tan lejos de los pobres, tan lejos de Dios, tan lejos de los tuyos, tan lejos ¿de qué?, pero siempre lejos de realizarte, lejos de ser feliz, lejos de hacer algo que merezca la pena. Hace cuatro semanas iniciamos el recorrido cuaresmal. Hemos estado invitando a la reconciliación y transformar nuestra vida, para que al llegar a la pascua, nuestra vida diaria hable de un rostro realmente vivo de nuestro hermano Jesús. “Éste recibe a los pecadores y come con ellos”. Posiblemente éste es uno de los textos más bellos, desafiantes, escandalosos, subversivos, revolucionarios y reveladores de toda la experiencia cristiana, es tremendamente estremecedor. El evangelio de la liturgia de este domingo cuarto del tiempo de cuaresma es un espacio para reflexionar la figura de Dios como Padre amoroso, quien siempre va a perdonar sin condición alguna, su misericordia nos sorprende. Esta parábola revela dos cosas: la miseria y la misericordia. Es decir lo que hay en el corazón del hombre y lo que hay en el corazón de Dios. Existen tantas cosas a nuestro al alrededor que muchas veces no somos capaces de apreciar, tantos dones recibidos y pendientes de trasmitir a nuestros hermanos y que por diversos motivos no nos animamos a compartirlos.
Esta es una llamada más a la reconciliación: “¡Os suplicamos que se dejen reconciliar por Dios!”
Necesitamos la reconciliación porque andamos divididos: escindidos interiormente, separados de nuestros semejantes, sin la capacidad de sentir la mirada atenta y amorosa del Padre que nos hace sentirnos lejos de Él. En ese triple exilio consiste la esencia del pecado, y es en esas tres relaciones donde decide el ser humano su verdad, el logro o el malogro de su vida, en una palabra, su salvación. A esto responde la tríada del ayuno, la ofrenda, y la oración. El ayuno, la ascética, la capacidad de renuncia voluntaria a bienes legítimos, habla de la necesaria reconciliación con la propia realidad, con la verdad profunda de nuestra vida, demasiadas veces distraída y hasta esclava de bienes, algunos superfluos, otros necesarios, pero que nos absorben hasta hacernos olvidarnos de lo más esencial de nuestra vida. Dios hace nuevas todas las cosas, ¡déjate reconciliar por Él!