Suplementos
Conciencia de pecado
Han existido algunos miembros de la Iglesia que han exagerado e incluso han utilizado al pecado como recurso catequético y pedagógico
Varios son los Papas que en los últimos tiempos, de una manera u otra, han afirmado que el pecado más grande de nuestros tiempos es, precisamente, la falta de conciencia de pecado.
Y cuánta razón han tenido, y cuánto se ha agudizado esta falta de conciencia. Hoy por hoy, somos testigos de una gran pérdida de la fe de muchos que se dicen cristianos, en un Dios personal que es Padre amoroso, cercano a sus hijos, y que tanto nos amó, que envió a su Hijo Jesucristo para liberarlos precisamente de la esclavitud del pecado; y al no creer en Él, obviamente menos lo harán en la existencia del pecado como Él mismo lo reveló.
Por otro lado, es fácil encontrar a personas que no saben exactamente qué es el pecado, cuáles son los tipos de pecado que existen y cómo distinguir si una cosa que han hecho es o no es pecado. Son personas que quizá han ido a varios cursos de catequesis, han estudiado religión, han nacido tal vez en una familia cristiana. Pero sobre este tema, por motivos diversos, las ideas están más bien confusas, y no distinguen bien entre los actos que nos alejan de Dios y de la Iglesia y los que no.
Por lo demás, es preciso reconocer que a través de la historia de la Iglesia como institución formada por hombres, expuestos a cometer errores y equivocaciones, han existido algunos miembros de ella que han exagerado e incluso han utilizado al pecado como recurso catequético y pedagógico, como medio disciplinar, y han llegado a distorsionar la recta doctrina al respecto. Recientemente la Iglesia, a través de sus pastores, ha perdido perdón por ello.
Esto llegó a suscitar reacciones negativas a grado tal, que al pecado se le subestima, se le ridiculiza, se le rechaza --como concepto-- y hasta se niega su existencia.
Ahora bien, de modo breve, podríamos recordar que el pecado es, ante todo, algo que nos aparta del buen camino, que nos aleja del amor. El Catecismo de la Iglesia Católica (n.1849) enseña que el pecado es una “falta al amor verdadero para con Dios y para con el prójimo, a causa de un apego perverso a ciertos bienes. Hiere la naturaleza del hombre y atenta contra la solidaridad humana”.
Si el pecado consiste en faltar al amor, entonces resulta fácil distinguir entre dos tipos de pecados: los pecados mortales y los pecados veniales. El pecado mortal mata al amor y nos lleva a separarnos del fin de nuestra vida: Dios. El pecado venial, en cambio, es un acto que por nuestra debilidad, sin romper completamente el amor, sin apartarnos del todo del fin, daña nuestra vida al hacernos menos perfectos.
Así pues, si en la vida del ser humano falta el amor a Dios, se estará continuamente actuando en contra de su voluntad, de su plan de salvación, y por ende rechazándolo y expulsándolo de la vida personal, para dejar el lugar libre precisamente al que es autor del pecado; si existe un empecinamiento en vivir así, ignorando a Dios, a sus continuos llamados a la conversión, desestimando su gran misericordia, de seguro --como el mismo Cristo lo advirtió-- “no se tendrá parte en su Reino”.
El evangelio de este domingo nos relata el caso de un hombre que habiendo sido un gran pecador, pues desobedecía la ley de Dios, al tiempo que robaba descaradamente a su prójimo, le bastó encontrarse con Jesús y recibirlo en su casa, para que reconociera su ser pecador, se arrepintiera, recibiera el perdón de todos sus pecados y se convirtieran al Señor, él y su familia; conversión que se manifestó devolviendo lo que había robado y compartiendo sus bienes con los que menos tenían.
Hermano(a): Hoy el Señor Jesús te llama una vez más a que recibas la salvación, es decir a que lo recibas en tu corazón; que, examinando con humildad tu conciencia, descubriendo tu pecado, reconociéndote pecador, supliques entonces su perdón acudiendo al sacramento de la Reconciliación; y tras hacer la paz con Él, con los demás y contigo mismo, recibir su gracia para no volver atrás a caer en la esclavitud del pecado.
Llamarte a renunciar a tu vida de pecado, no es otra cosa que llamarte a renunciar al egoísmo, a la envidia, al rencor, al odio y todo lo que vaya en contra del amor. Es difícil, sí, pero recordemos que ante todo es un don que Él nos da tan sólo con pedírselo.
Francisco Javier Cruz Luna
cruzlfcoj@yahoo.com.mx
Y cuánta razón han tenido, y cuánto se ha agudizado esta falta de conciencia. Hoy por hoy, somos testigos de una gran pérdida de la fe de muchos que se dicen cristianos, en un Dios personal que es Padre amoroso, cercano a sus hijos, y que tanto nos amó, que envió a su Hijo Jesucristo para liberarlos precisamente de la esclavitud del pecado; y al no creer en Él, obviamente menos lo harán en la existencia del pecado como Él mismo lo reveló.
Por otro lado, es fácil encontrar a personas que no saben exactamente qué es el pecado, cuáles son los tipos de pecado que existen y cómo distinguir si una cosa que han hecho es o no es pecado. Son personas que quizá han ido a varios cursos de catequesis, han estudiado religión, han nacido tal vez en una familia cristiana. Pero sobre este tema, por motivos diversos, las ideas están más bien confusas, y no distinguen bien entre los actos que nos alejan de Dios y de la Iglesia y los que no.
Por lo demás, es preciso reconocer que a través de la historia de la Iglesia como institución formada por hombres, expuestos a cometer errores y equivocaciones, han existido algunos miembros de ella que han exagerado e incluso han utilizado al pecado como recurso catequético y pedagógico, como medio disciplinar, y han llegado a distorsionar la recta doctrina al respecto. Recientemente la Iglesia, a través de sus pastores, ha perdido perdón por ello.
Esto llegó a suscitar reacciones negativas a grado tal, que al pecado se le subestima, se le ridiculiza, se le rechaza --como concepto-- y hasta se niega su existencia.
Ahora bien, de modo breve, podríamos recordar que el pecado es, ante todo, algo que nos aparta del buen camino, que nos aleja del amor. El Catecismo de la Iglesia Católica (n.1849) enseña que el pecado es una “falta al amor verdadero para con Dios y para con el prójimo, a causa de un apego perverso a ciertos bienes. Hiere la naturaleza del hombre y atenta contra la solidaridad humana”.
Si el pecado consiste en faltar al amor, entonces resulta fácil distinguir entre dos tipos de pecados: los pecados mortales y los pecados veniales. El pecado mortal mata al amor y nos lleva a separarnos del fin de nuestra vida: Dios. El pecado venial, en cambio, es un acto que por nuestra debilidad, sin romper completamente el amor, sin apartarnos del todo del fin, daña nuestra vida al hacernos menos perfectos.
Así pues, si en la vida del ser humano falta el amor a Dios, se estará continuamente actuando en contra de su voluntad, de su plan de salvación, y por ende rechazándolo y expulsándolo de la vida personal, para dejar el lugar libre precisamente al que es autor del pecado; si existe un empecinamiento en vivir así, ignorando a Dios, a sus continuos llamados a la conversión, desestimando su gran misericordia, de seguro --como el mismo Cristo lo advirtió-- “no se tendrá parte en su Reino”.
El evangelio de este domingo nos relata el caso de un hombre que habiendo sido un gran pecador, pues desobedecía la ley de Dios, al tiempo que robaba descaradamente a su prójimo, le bastó encontrarse con Jesús y recibirlo en su casa, para que reconociera su ser pecador, se arrepintiera, recibiera el perdón de todos sus pecados y se convirtieran al Señor, él y su familia; conversión que se manifestó devolviendo lo que había robado y compartiendo sus bienes con los que menos tenían.
Hermano(a): Hoy el Señor Jesús te llama una vez más a que recibas la salvación, es decir a que lo recibas en tu corazón; que, examinando con humildad tu conciencia, descubriendo tu pecado, reconociéndote pecador, supliques entonces su perdón acudiendo al sacramento de la Reconciliación; y tras hacer la paz con Él, con los demás y contigo mismo, recibir su gracia para no volver atrás a caer en la esclavitud del pecado.
Llamarte a renunciar a tu vida de pecado, no es otra cosa que llamarte a renunciar al egoísmo, a la envidia, al rencor, al odio y todo lo que vaya en contra del amor. Es difícil, sí, pero recordemos que ante todo es un don que Él nos da tan sólo con pedírselo.
Francisco Javier Cruz Luna
cruzlfcoj@yahoo.com.mx