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Bienaventurados los que procuran la paz

En esta bienaventuranza se habla de los pacificadores

En la séptima bienaventuranza se afirma que son dichosos los que procuran la paz, pues Dios los llamará hijos suyos (Mt 5, 9). En esta bienaventuranza se habla de los pacificadores, los hacedores de paz, quienes se empeñan en reconciliar a las personas y a pacificar los espíritus, puesto que la paz se define con frecuencia como la situación y relación mutua de quienes no están en guerra, no están enfrentados ni tienen riñas pendientes.
 
La relación con la pacificación de espíritus se da cuando decimos que una persona está en paz, esto es, que no tiene enfrentamientos ni peleas interiores sin resolver. Porque cuando realizamos actos que conducen a inquietud y remordimientos perdemos la paz; tenemos una lucha interna que nos impide acercarnos a la felicidad y, como vimos en la bienaventuranza anterior, tales incongruencias nos impiden ver a Dios.

El hacedor supremo de paz es N. S. Jesucristo, pues “Él hizo de judíos y de no judíos un solo pueblo, al destruir el muro de enemistad que los separaba… formó de los dos pueblos un solo pueblo unido a Él. Así hizo la paz.” (Ef 2, 14-15) Cristo reconcilió a Dios con los hombres (en sentido genérico), a los hombres con Dios y a los hombres entre sí, derribando los muros que los separaban. Esta reconciliación une a los que ya estaban separados, puesto que para los hijos de Dios ya no hay judío y pagano (o protestante y católico), rico y pobre, noble y plebeyo, doctos e ignorantes, etc., sino que todos, al ser hijos de Dios, son hermanos entre sí. Por la reconciliación que trae Jesús, se establece la paz de una comunión (común unión) familiar.

Como se advierte en la Sagrada Escritura, la paz la da N. S. Jesucristo. como leemos en el evangelio según san Juan (14, 27): “Al irme les dejo la paz. Les doy mi paz…” Y Su saludo también lleva el mensaje de paz cuando se aparece a sus discípulos después de la resurrección, quienes se encontraban reunidos a puerta cerrada, “pero Jesús entró y los saludó, diciendo: ¡Paz a ustedes!” (Jn 20, 26).

De esta manera, la paz es, quizás, el fruto más preciado de la vida evangélica, pues “el Reino de Dios no es cuestión de comer o de beber determinadas cosas, sino de vivir en rectitud, paz y alegría por medio del Espíritu Santo. Por lo tanto, busquemos todo lo que conduce a la paz…” (Rom 14, 17-19), porque Dios nos ha llamado a vivir en paz (1 Cor 7, 15). El mensaje es claro: entrar en el Reino de de Dios implica, primero, estar en paz con nosotros mismos, y luego con nuestros hermanos.
    
El deseo de paz entre los hombres es tan grande, que Dios mismo ordenó a Moisés que cuando se bendijera al pueblo, lo hicieran con las palabras: “Que el Señor te bendiga y te proteja; que el Señor te mire con agrado y te muestre su bondad; que el Señor te mire con amor y te conceda la paz.” (Nm 6, 24-26). Esta bendición fue tomada tal cual por uno de los más populares santos, Francisco de Asís, para bendecir al hermano León, y es la forma usual de hacerlo entre los integrantes de la familia franciscana.
    
 La paz es la penúltima etapa del peregrinar del hombre hacia la perfección; quien la ha alcanzado conoce a Dios y sabe también que, como la felicidad, la paz no es un estado, sino un proceso continuo que termina con la muerte corporal. Quien tiene paz, la transmite y se siente en su mirada, clara y limpia.    Y no es necesario estar recluido en un convento o monasterio para alcanzarla; todos estamos llamados a la perfección. y por tanto a tener paz y ser felices. Para ello hay que guardar las enseñanzas de N. S. Jesucristo, las cuales no son sino los mismos consejos que a veces encontramos en la psicología, la medicina, la ciencia y en alguna literatura de autoayuda.
 
La diferencia es que Jesús exige acción; el cristianismo no es pasividad y palabrería florida, sino actos concretos en la vida diaria. La lucha constante con uno mismo por superarse y el amor verdadero a nuestros hermanos, son la consigna. Que podamos realmente decir, en espíritu y en verdad: “Perdona nuestras ofensas como nosotros perdonamos a los que nos ofenden”. Que el Señor nos bendiga y nos guarde.

Antonio Lara Barragán Gómez OFS
Escuela de Ingeniería Industrial
Universidad Panamericana
Campus Guadalajara
alara(arroba)up.edu.mx

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