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Bienaventurados los que están tristes

La segunda bienaventuranza se refiere a quienes aqueja un dolor, una ansiedad, una angustia, todo aquello que produce tristeza espiritua

     La segunda bienaventuranza se refiere a quienes aqueja un dolor, una ansiedad, una angustia, todo aquello que produce tristeza espiritual: Bienaventurados los que están tristes, pues Dios les dará consuelo (Mt 5, 4), afirmación que se anuncia desde Isaías (57, 18; 61, 2). Esta bienaventuranza también se encuentra escrita de otro modo según la versión bíblica disponible: Bienaventurados los que lloran, pues el Padre los consolará.
     De cualquier modo, y recordando que bienaventurado significa feliz o dichoso, ¿no se encierra aquí una contradicción? ¿Cómo puede ser dichoso alguien que está triste? La aparente contradicción se resuelve al entender un poco más los significados. Para comenzar, podemos decir que serán dichosos aquellos que llevan las cruces de la vida como las enfermedades y el dolor, unidos a la cruz de Cristo; es decir, con fe y esperanza porque al final de su tiempo encontrarán el verdadero consuelo y la paz de Dios. La condición es que le demos un sentido cristiano al dolor, asociado al llevar la cruz de cada día.
     Por otro lado, el espíritu del cristiano auténtico no puede convertir la tristeza en una actitud de vida. El cristiano está hecho para la alegría que encuentra en Dios, quien es el único que proporciona felicidad verdadera. En la vida práctica muchas cosas y situaciones nos producen tristeza, pero debemos ser lo suficientemente serenos y sabios como para dilucidar si la causa de la tristeza es justa.
     Por ejemplo, escuchamos a estudiantes adolescentes declarar que les deprime –les causa tristeza– reprobar sus materias de la escuela. Sin embargo, la realidad que esa situación refleja es que el adolescente es incapaz de asumir su responsabilidad ante el estudio, ya que si para el siguiente examen se pone a estudiar adecuadamente, es seguro que aprobará. Este no es el tipo de tristeza al que Dios le ofrece consuelo, porque la solución del problema está enteramente en manos del estudiante; solamente él, o ella, será capaz de encontrar la alegría que produce el trabajo bien hecho y la calificación aprobatoria ganada por el propio esfuerzo.
     En otro sentido, “los que lloran”, “los que están tristes”, son los que no están conformes con el mundo y lo quieren cambiar. Esto se desprende de, por ejemplo, los Hechos de los Apóstoles (17, 16), en que los creyentes se entristecen de ver la condición de pecado de algunos hombres. Ante situaciones semejantes, el cristiano ha de oponerse al mal y ofrecer los sufrimientos, actuar por el cambio del mundo y mantener viva la esperanza en Dios y sus promesas. Llorar es una expresión humana de sufrimiento y, en ocasiones, de un exceso de alegría; pero para la Iglesia es una expresión de piedad. A esta aflicción y llanto que acompañan a los discípulos y son propios de los hijos del Padre, en un mundo en el que el demonio parece enseñorearse (Juan 8,44), se promete el consuelo que da Dios mismo enviando su Espíritu Santo.
     En cuanto a uno mismo, la culpa por las malas acciones nos lleva a entristecernos por  realizar cosas que no van de acuerdo con nuestra naturaleza. Un hombre golpea a una mujer y, a pesar de que encuentre en su forma consciente de ser mil y una justificaciones para su proceder, en su fuero interno ese acto no le trae felicidad verdadera, sino remordimiento. Ha de sentirse triste por sí mismo, pero el consuelo sólo vendrá cuando pida perdón con corazón contrito y se proponga cambiar; la felicidad la alcanzará cuando ame y respete verdaderamente a la mujer.
     Ahora debemos tener presente que, en sentido cristiano, la consolación no es algo distinto del amor divino, sino la misma relación amorosa del hijo con el Padre, de los hermanos entre sí. Es la comunión divino-humana en la caridad. El gozo y la paz son frutos de la caridad, de manera que ese gozo de la caridad, es el que hace fuertes en la tribulación. Así, el Apocalipsis (7, 17) nos presenta la consolación definitiva y final como obra de Dios, que se hace presente para consolar, y en cuya presencia amorosa consiste el gran consuelo para los que lo amaron: “El Cordero que está en medio del trono los apacentará y los guiará a los manantiales de las aguas de la vida. Y Dios enjugará toda lágrima de sus ojos”. Que el Señor nos bendiga y nos guarde.

Antonio Lara Barragán Gómez OFS
Escuela de Ingeniería Industrial
Universidad Panamericana
Campus Guadalajara
alara(arroba)up.edu.mx

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