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Andrés Casillas, la arquitectura intuitiva
Cercano a Luis Barragán, este arquitecto explica cómo sus creaciones se construyen por el hábito de trabajar en solitario
GUADALAJARA, JALISCO (16/FEB/2014).- Andrés Casillas de Alba es un arquitecto que, como indica Juan Palomar en el texto introductorio de la monografía que hizo sobre la obra del maestro, es “una leyenda en vida” y, en buena medida, porque siempre fue “un solitario” que, por convicción, se ha mantenido “distante, indiferente a la notoriedad y a las publicaciones”, lo que no ha impedido que su vida y obra —singulares y de radical intensidad— le hayan hecho merecer una calidad de excepción y ser considerado como “heredero espiritual de Luis Barragán”.
Cuando dice que “desde chico, hasta la palabra ‘arquitectura’ me gustaba”, Casillas no deja de recordar que su padre quiso que estudiara en la Escuela Bancaria y Comercial, pero en un mes abandonó su casa para regresar después e iniciar con una formación que, dice, no se ha detenido, porque la disciplina como “una cosa de la que no he dudado nunca” pues, para él, se trata antes de una “vocación” —que designa también con la palabra francesa penchant, la cual indica una “inclinación” hacia algo— que sintió desde su muy temprana juventud.
Casillas tuvo, también, la inquietud de “salir de México” y cuando, por un amigo, tuvo conocimiento de la escuela-movimiento de la Bauhaus, investigó y decidió vender su coche de entonces y partió a Alemania a estudiar —en la Hoscshule für Gestaltung, de Ulm— para, después de un año, cuando se le terminó el dinero, encaminar sus pasos a la ciudad persa de Isfahan (hoy en Irán) para trabajar ahí con uno de sus maestros; le tomó otro año regresar a Ulm pero fue ahí donde se dio cuenta que “lo que estudiaba ahí no era para lo que yo estaba hecho, pero el ambiente era tan serio y tan a fondo que me aguanté los cuatro años de carrera, a sabiendas de que no era lo mío”.
En este sentido, Casillas de Alba no desconoce que su ejercicio suele juzgarse como sui generis, pero aclara: “no crea mucho lo que dicen; esto es como lo único que sé hacer y lo hago con gusto y, digamos, sin pretensión. Mi vinculación con la disciplina es innata, sin forzarla, algo que supe cuando estuve unos meses en la Escuela Comercial, por insistencia de mi padre”.
Respecto de lo anterior, destaca, “no creo en las escuelas, fundamentalmente”; así, cuando llegó un primer encargo —el Club Naútico La Vela, en Valle de Bravo, Estado de México—, en 1967, se dio cuenta de esto al entablar relación profesional con un maestro de obras local, quien le enseñó a “trabajar la teja” y de quien toma los “modestos consejos” que puede ofrecer ahora a sus colegas.
De vuelta en nuestro país, desde Alemania, descubriría que lo suyo era trabajar al lado de Luis Barragán, a quien “conocía porque fue amigo de juventud de mi madre”; después de aguardar a que se lo indicara el maestro, por fin, comenzó como asistente de Barragán en un proyecto que tomó —asociado con Juan Sordo Madaleno— en Lomas Verdes (Ciudad de México).
Su vínculo con Barragán no le resulta sencillo describirlo, pero apunta que “éramos un par de solitarios, y como buen solitario, eso me ayudó a comprender sus manías; trabajábamos a veces en un Sanborn’s que yo detestaba pero que llegó a gustarme después. Hacíamos apuntes, cambiábamos impresiones, después regresábamos al taller”.
Así, lo que hacía que la labor en un despacho fuera “no convencional” era el hecho de “como Luis veía las cosas”, porque —recuerda— podía encargar un número inusual de “variaciones” para un detalle de proyecto y estudiarlos, en la biblioteca de su casa, por mucho tiempo hasta que “cayera el veinte”, lo que constituye “una manera de trabajar muy diferente de cómo lo hacen los arquitectos normalmente”.
Para Casillas es claro, “Luis funcionaba mucho más sensorial e intuitivamente que el común de los arquitectos, que siempre se defienden con la palabra funcionalidad”, alguien de quien aprendió pero, precisa, “lo que sucede es que Luis era un genio, yo no lo soy y tengo que llevarme las cosas con más modestia; hago lo que puedo y, aunque tengo tiempo sin encargos que valgan la pena, puedo decir que lo que le aprendí fue ese acercamiento hacia la obra que es intuitivo, sin caer en la trampa del funcionalismo (y eso que las casas de Luis eran mucho más funcionales que las casas de los colegas de su época)”.
Cuando se le pregunta por su opinión acerca de la manera como su legado a influido en nuevas generaciones, responde que “vivo acá muy aislado del mundo de la arquitectura, con quienes veo y son arquitectos, hablo de todo menos de la disciplina; nos divertimos y reímos, no estamos filosofando. Lo que trato es de diferenciar la actitud del arquitecto ‘funcional’ respecto del que es intuitivo, como era Barragán. Y yo, simplemente, hago lo que puedo; será cosa de un crítico el emitir un juicio sobre mi trabajo”.
Actualmente, se prepara una exposición —y su catálogo correspondiente— que recoge buena parte del trabajo de Casillas de Alba y que se organiza por parte de la Casa Luis Barragán y la Fundación de Arquitectura tapatía.
SABER MÁS
Algunos de sus trabajos
> Galería de Arte Mexicano (Ciudad de México, 1963)
> Club Náutico La Peña (Valle de Bravo, 1967)
> Casa Estudio Pedro Coronel (Ciudad de México, 1970)
> Casa Tapia (Guadalajara, 1973)
> Edificio Oficinas Guillermo Tapia (Guadalajara, 1976)
> Centro Comercial Plaza del Sol (Guadalajara, 1976)
> Casa Andrés Casillas (Guadalajara, 1977)
> Centro Financiero Banamex (Guadalajara, 1978)
> Casa Blancarte (Guadalajara, 1978)
> Apartamentos San Gonzalo (Guadalajara, 1980)
> Parque Juan Carlos II (Madrid, España, 1992)
> Casa Nardo (Cuernavaca, 2001)
Cuando dice que “desde chico, hasta la palabra ‘arquitectura’ me gustaba”, Casillas no deja de recordar que su padre quiso que estudiara en la Escuela Bancaria y Comercial, pero en un mes abandonó su casa para regresar después e iniciar con una formación que, dice, no se ha detenido, porque la disciplina como “una cosa de la que no he dudado nunca” pues, para él, se trata antes de una “vocación” —que designa también con la palabra francesa penchant, la cual indica una “inclinación” hacia algo— que sintió desde su muy temprana juventud.
Casillas tuvo, también, la inquietud de “salir de México” y cuando, por un amigo, tuvo conocimiento de la escuela-movimiento de la Bauhaus, investigó y decidió vender su coche de entonces y partió a Alemania a estudiar —en la Hoscshule für Gestaltung, de Ulm— para, después de un año, cuando se le terminó el dinero, encaminar sus pasos a la ciudad persa de Isfahan (hoy en Irán) para trabajar ahí con uno de sus maestros; le tomó otro año regresar a Ulm pero fue ahí donde se dio cuenta que “lo que estudiaba ahí no era para lo que yo estaba hecho, pero el ambiente era tan serio y tan a fondo que me aguanté los cuatro años de carrera, a sabiendas de que no era lo mío”.
En este sentido, Casillas de Alba no desconoce que su ejercicio suele juzgarse como sui generis, pero aclara: “no crea mucho lo que dicen; esto es como lo único que sé hacer y lo hago con gusto y, digamos, sin pretensión. Mi vinculación con la disciplina es innata, sin forzarla, algo que supe cuando estuve unos meses en la Escuela Comercial, por insistencia de mi padre”.
Respecto de lo anterior, destaca, “no creo en las escuelas, fundamentalmente”; así, cuando llegó un primer encargo —el Club Naútico La Vela, en Valle de Bravo, Estado de México—, en 1967, se dio cuenta de esto al entablar relación profesional con un maestro de obras local, quien le enseñó a “trabajar la teja” y de quien toma los “modestos consejos” que puede ofrecer ahora a sus colegas.
De vuelta en nuestro país, desde Alemania, descubriría que lo suyo era trabajar al lado de Luis Barragán, a quien “conocía porque fue amigo de juventud de mi madre”; después de aguardar a que se lo indicara el maestro, por fin, comenzó como asistente de Barragán en un proyecto que tomó —asociado con Juan Sordo Madaleno— en Lomas Verdes (Ciudad de México).
Su vínculo con Barragán no le resulta sencillo describirlo, pero apunta que “éramos un par de solitarios, y como buen solitario, eso me ayudó a comprender sus manías; trabajábamos a veces en un Sanborn’s que yo detestaba pero que llegó a gustarme después. Hacíamos apuntes, cambiábamos impresiones, después regresábamos al taller”.
Así, lo que hacía que la labor en un despacho fuera “no convencional” era el hecho de “como Luis veía las cosas”, porque —recuerda— podía encargar un número inusual de “variaciones” para un detalle de proyecto y estudiarlos, en la biblioteca de su casa, por mucho tiempo hasta que “cayera el veinte”, lo que constituye “una manera de trabajar muy diferente de cómo lo hacen los arquitectos normalmente”.
Para Casillas es claro, “Luis funcionaba mucho más sensorial e intuitivamente que el común de los arquitectos, que siempre se defienden con la palabra funcionalidad”, alguien de quien aprendió pero, precisa, “lo que sucede es que Luis era un genio, yo no lo soy y tengo que llevarme las cosas con más modestia; hago lo que puedo y, aunque tengo tiempo sin encargos que valgan la pena, puedo decir que lo que le aprendí fue ese acercamiento hacia la obra que es intuitivo, sin caer en la trampa del funcionalismo (y eso que las casas de Luis eran mucho más funcionales que las casas de los colegas de su época)”.
Cuando se le pregunta por su opinión acerca de la manera como su legado a influido en nuevas generaciones, responde que “vivo acá muy aislado del mundo de la arquitectura, con quienes veo y son arquitectos, hablo de todo menos de la disciplina; nos divertimos y reímos, no estamos filosofando. Lo que trato es de diferenciar la actitud del arquitecto ‘funcional’ respecto del que es intuitivo, como era Barragán. Y yo, simplemente, hago lo que puedo; será cosa de un crítico el emitir un juicio sobre mi trabajo”.
Actualmente, se prepara una exposición —y su catálogo correspondiente— que recoge buena parte del trabajo de Casillas de Alba y que se organiza por parte de la Casa Luis Barragán y la Fundación de Arquitectura tapatía.
SABER MÁS
Algunos de sus trabajos
> Galería de Arte Mexicano (Ciudad de México, 1963)
> Club Náutico La Peña (Valle de Bravo, 1967)
> Casa Estudio Pedro Coronel (Ciudad de México, 1970)
> Casa Tapia (Guadalajara, 1973)
> Edificio Oficinas Guillermo Tapia (Guadalajara, 1976)
> Centro Comercial Plaza del Sol (Guadalajara, 1976)
> Casa Andrés Casillas (Guadalajara, 1977)
> Centro Financiero Banamex (Guadalajara, 1978)
> Casa Blancarte (Guadalajara, 1978)
> Apartamentos San Gonzalo (Guadalajara, 1980)
> Parque Juan Carlos II (Madrid, España, 1992)
> Casa Nardo (Cuernavaca, 2001)