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Acerca del ateísmo

El ateísmo tiene una historia interesante. Para iniciar, a los primeros cristianos se les acusó de ateos por no dar culto a los dioses paganos...

     El ateísmo se entiende, literalmente, como la negación de Dios, y el término se aplica a diversas filosofías y creencias, entre las que destacan formas de existencialismo y de positivismo. El humanismo ateo, por ejemplo, considera que el hombre es el fin en sí mismo y artífice único de su propia historia. Pero después de una navegación por páginas de comunidades ateas que existen en la Internet, podemos encontrar un clamor generalizado por una “liberación” económica y social. Su argumento –descubren el hilo negro–, anticipado en el Catecismo de la Iglesia Católica (2124), proclama que “la religión, por su propia naturaleza, constituiría un obstáculo [para la supuesta liberación atea], porque al orientar la esperanza del hombre hacia una vida futura ilusoria, lo apartaría de la construcción de la ciudad terrena”. Bueno, como decía Chesterton: “Se comienza no creyendo en nada y se acaba por creer cualquier cosa”.
     El ateísmo tiene una historia interesante. Para iniciar, a los primeros cristianos se les acusó de ateos por no dar culto a los dioses paganos; luego, en el siglo XVIII, la Ilustración trajo los primeros atisbos de un ateísmo centrado en la capacidad de la razón natural para resolver, sin ayuda de Dios, todos los problemas de la vida humana, mientras que otra influencia no menos importante provino de los cambios políticos y sociales producto de la Revolución Francesa, que llevaron a un sentimiento de emancipación por el que la Iglesia se percibía como reaccionaria. Los movimientos independentistas del continente americano fueron influenciados por esta forma de pensar. En el siglo XIX, Fuerbach, Marx y Nietzche generaron diversas formas de ateísmo filosófico que, entre otras cosas, afirman que Dios es una simple proyección de la especie humana, que es una alienación o que Dios había muerto, y sólo la cultura del super-hombre sería realmente liberadora.
     En el siglo XX, Freud sostenía que la figura de un dios providencial no era más que un reflejo de la debilidad humana que busca un padre protector y amenazante. Lo relacionaba con una manifestación del complejo de Edipo (o de Electra, en el caso femenino). El existencialista Sartre percibió a Dios como una contradicción y una limitación a la auténtica libertad humana; sin embargo, se sabe que antes de morir se abrió a Dios. Finalmente, el positivismo, en un rasgo claro de intolerancia, clama por que todo lo que se diga de Dios es tontería.
     Esta última postura es la más frecuente en nuestra sociedad; y basta revisar –inclusive someramente– los blogs de sociedades ateas para darnos cuenta de que, curiosamente, no se congregan para proclamar o proponer un estilo de vida, sino para atacar a las religiones, particularmente la católica. Tal manifestación de intolerancia tan selectiva sólo puede ser producto de una frustración de vida o, en el mejor de los casos, de una inconformidad emocional. Lo encontramos en que los ateos llaman “estúpidos”, “conformistas”, “necios”, etc., a quienes creemos en Dios, pero por su anemia intelectual no se dan cuenta de que así han calificado a Galileo Galilei, Albert Einstein, Jerome Lejeune, Louis Pasteur, Miguel de Cervantes y a muchos, muchísimos genios más.
     Creer en Dios no es cuestión de opinión, sino producto de la experiencia de la realidad a través de los sentidos, siempre y cuando éstos no se encuentren embotados o enceguecidos por la soberbia y la arrogancia. El creyente no puede agotar el infinito misterio de Dios, pero sí penetra en este misterio al observar la naturaleza con toda su belleza, su orden y su funcionalidad. Ella nos habla de su Creador, de la misma manera que la contemplación de una obra de arte nos habla del genio que la creó. Es realmente triste que los ateos que arremeten contra los creyentes no hayan tenido esa experiencia.
     Además, la posición de la Iglesia es clara por un cambio sutil en la liturgia. Antes se decía –en la consagración– “sangre derramada por ustedes y por todos…”, mientras que ahora se dice “sangre derramada por ustedes y por muchos…”. Ya no se considera a quienes por su propia voluntad se alejan de la Iglesia y de la Salvación. Además, ¿qué sentido puede tener la vida sin Dios y sin religión? No quisiera estar en la piel de los no creyentes a la hora de la muerte. Pero como dijo también Chesterton: “Si no hubiera Dios, no habría ateos”. Que el Señor nos bendiga y nos guarde.
     
Antonio Lara Barragán Gómez OFS
Escuela de Ingeniería Industrial
Universidad Panamericana
Campus Guadalajara
alara(arroba)up.edu.mx

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