Todo parece ser que fue la promesa de cambio la que gana en Paraguay —como intenta Obama en Estados Unidos—, un cambio que le hacía falta a ese país, como nos hacía falta a nosotros en el año 2000.
A Fernando Lugo lo asocian con el populismo, ése "que impulsa actitudes de confrontación hacia los empresarios, ve con sospecha las inversiones extranjeras, es agresivamente nacionalista e impulsa reformas políticas que propician la continuidad del poder autoritativo del líder; reformas que minan la democracia electoral para favorecer mecanismos alternativos de participación e integración popular de carácter corporativo, clientelar y movilizador", como dice Roger Bartra.
Se dice que el populista Hugo Chávez, de Venezuela, ha metido las narices apoyando a este candidato, a pesar de que este individuo maneja el populismo autoritario y que está más cerca del fascismo que de otra cosa. "La esperanza de ese Continente debe estar en otra parte", como escribió Michael Reid en "Forgotten Continent".
Pero el cambio parece que despierta del letargo en el que se encontraba ese país, situado entre dos gigantes, Brasil y Argentina, y uno que es el más pobre de Latinoamérica: la Bolivia indígena. Dicen que los paraguayos padecen de claustrofobia, pues carecen de costa marítima, aunque tienen dos ríos: el Paraguay, de dos mil 625 kilómetros de lon gitud, y el Paraná, de cuatro mil 600, que desemboca en el Atlántico, como si fuese la única salida.
Paraguay se sostiene en tres patas: los agroganaderos, los comerciantes y los del sector servicios. El sector industrial no se ha desarrollado y se basa sólo en el procesamiento de bienes agrícolas y ganaderos. El comercial está basado en la venta a los turistas de Brasil y Argentina, que pueden encontrar una serie de productos importados a menor precio que en su país.
Paraguay es el segundo país más pobre en América del Sur, detrás de Bolivia, y como decíamos, hace frontera con el poderoso Brasil y la bella Argentina y es, entre estas dos potencias o fronteras, donde podrá cambiar, y ojalá, de ser así, que ese cambio sea hacia la modernidad y le entren a la idea que tenemos en otras partes, como es la democracia representativa y que acepten la realidad de la globalización, como sucede con sus vecinos.
MARTÍN CASILLAS DE ALBA / Escritor y cronista.
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