Durante el Mundial de 2002 celebrado en Corea y Japón, cuando Javier Aguirre Onaindia dirigió, por primera vez, a la Selección mexicana de futbol, y luego de avanzar a la segunda ronda, en este espacio publiqué una carta al “Vasco”. Con la venia de los lectores, reproduzco una parte de ella.
Estimado Javier: Todos vimos tu rostro al terminar el partido contra Italia. No pudiste disimular: estabas “encabritado” porque tu equipo se quedó a seis minutos de darle una lección inolvidable a lo que ahora algunos comentaristas llaman —con cierta pedantería— “uno de los históricos” del futbol.
Y, la verdad Javier, qué bueno que no disimulaste, aparte de que eres pésimo para ello. Yo creo que muchos mexicanos, de los que no nos quedamos en la chabacanería del elogio fácil, hubiéramos sentido cierta decepción si te hubiésemos visto saltar jubiloso al término del encuentro sólo por haber clasificado a octavos en primer lugar, tal como lo hicieron los italianos.
A estas alturas del partido, como suele decirse, creo que ya nos convenciste de qué estás hecho. Sabes que los mexicanos tenemos muy mala memoria, pero cobramos caros los agravios. Y tú, Javier, has jugado en el filo de esa personalidad contradictoria del imaginario colectivo.
De no haber visto una y otra vez en la televisión las convincentes actuaciones del equipo que comandas, ahorita mismo estaría aflorando un rosario de reclamos.
El caso es que tus razones tenías y has logrado, con largueza, demostrar que éste no es el club de Tobi, sino un equipo de hombres comprometidos con un destino: borrar de una vez por todas aquello de jugar como nunca y perder como siempre.
No me voy a extender mucho, Javier. Sólo quiero externar, antes de que sea demasiado tarde, una inquietud.
Al igual que muchos mexicanos, me he enterado que el señor que preside la Comisión de Selecciones ha anunciado, en plena fase inicial del Mundial y con el tacto de un elefante, que en cuanto termines “tu compromiso” con el equipo tricolor te marchas a dirigir al Osasuna de España.
La verdad no entiendo el empecinamiento de los señores dueños del balón en México, que a toda costa quieren asemejarse a los malos políticos. Hablan en el momento inoportuno y toman decisiones de países de primer mundo antes de ver dónde están parados (…) Pero creo, Javier, que está en tus manos mostrar —una vez más— que eres de los que saben ponerle cordura y sapiencia a los momentos más complicados.
Ojalá que, independientemente de lo que siga… te quedes un buen rato con nosotros, porque lo que ahora se necesita es hacer escuela y formar muchachos en ese espíritu de equipo que has sabido imbuir.
Si decides emigrar, Javier, habrás tomado una decisión valiente y respetable, pero los mexicanos muy probablemente estaremos viendo nuevamente en nuestro futbol profesional, otro de los peores vicios de los políticos mexicanos: el que llega siempre cree que lo hecho no sirve y se asume como el nuevo salvador de la patria (cosa que casi nunca sucede).
VÍCTOR E. WARIO ROMO / Periodista.
Correo electrónico: vwario@informador.com.mx
Estimado Javier: Todos vimos tu rostro al terminar el partido contra Italia. No pudiste disimular: estabas “encabritado” porque tu equipo se quedó a seis minutos de darle una lección inolvidable a lo que ahora algunos comentaristas llaman —con cierta pedantería— “uno de los históricos” del futbol.
Y, la verdad Javier, qué bueno que no disimulaste, aparte de que eres pésimo para ello. Yo creo que muchos mexicanos, de los que no nos quedamos en la chabacanería del elogio fácil, hubiéramos sentido cierta decepción si te hubiésemos visto saltar jubiloso al término del encuentro sólo por haber clasificado a octavos en primer lugar, tal como lo hicieron los italianos.
A estas alturas del partido, como suele decirse, creo que ya nos convenciste de qué estás hecho. Sabes que los mexicanos tenemos muy mala memoria, pero cobramos caros los agravios. Y tú, Javier, has jugado en el filo de esa personalidad contradictoria del imaginario colectivo.
De no haber visto una y otra vez en la televisión las convincentes actuaciones del equipo que comandas, ahorita mismo estaría aflorando un rosario de reclamos.
El caso es que tus razones tenías y has logrado, con largueza, demostrar que éste no es el club de Tobi, sino un equipo de hombres comprometidos con un destino: borrar de una vez por todas aquello de jugar como nunca y perder como siempre.
No me voy a extender mucho, Javier. Sólo quiero externar, antes de que sea demasiado tarde, una inquietud.
Al igual que muchos mexicanos, me he enterado que el señor que preside la Comisión de Selecciones ha anunciado, en plena fase inicial del Mundial y con el tacto de un elefante, que en cuanto termines “tu compromiso” con el equipo tricolor te marchas a dirigir al Osasuna de España.
La verdad no entiendo el empecinamiento de los señores dueños del balón en México, que a toda costa quieren asemejarse a los malos políticos. Hablan en el momento inoportuno y toman decisiones de países de primer mundo antes de ver dónde están parados (…) Pero creo, Javier, que está en tus manos mostrar —una vez más— que eres de los que saben ponerle cordura y sapiencia a los momentos más complicados.
Ojalá que, independientemente de lo que siga… te quedes un buen rato con nosotros, porque lo que ahora se necesita es hacer escuela y formar muchachos en ese espíritu de equipo que has sabido imbuir.
Si decides emigrar, Javier, habrás tomado una decisión valiente y respetable, pero los mexicanos muy probablemente estaremos viendo nuevamente en nuestro futbol profesional, otro de los peores vicios de los políticos mexicanos: el que llega siempre cree que lo hecho no sirve y se asume como el nuevo salvador de la patria (cosa que casi nunca sucede).
VÍCTOR E. WARIO ROMO / Periodista.
Correo electrónico: vwario@informador.com.mx