México
Trigo sin paja
El controvertido teólogo Malbene ha dicho: “Los hombres más peligrosos que hay, son los que dicen hablar en nombre de Dios
Cuando el Creador convirtió la eternidad en tiempo, le entregó al hombre un año de 365 días. Lo que con ellos hagas —le dijo— eso serás. Si en esos días amas, en ellos también serás amado. Si trabajas en esos días, tus otros días serán mejores. Frutos serán tus años de lo que hagas con tus días. Recibe cada uno con gratitud, y trata de despedirlo sin remordimientos, pues el día que se va no vuelve nunca y no podrás pedirle su perdón por haberlo desperdiciado o por haber hecho mal uso de él.
El hombre escuchó lo que le dijo el Señor, y al fin de cada año se hizo un propósito: no hacer ya propósitos de año nuevo, sino hacer cada mañana un propósito de día nuevo.
El controvertido teólogo Malbene ha dicho: “Los hombres más peligrosos que hay, son los que dicen hablar en nombre de Dios. Alejémonos de los profetas vociferantes, de los predicadores estentóreos; huyamos de quienes creen tener una franquicia otorgada por la divinidad. En nombre de Dios, sólo pueden hablar sus creaciones: el firmamento, el mar, el diminuto insecto, las aves, los animales...
En ellos está la palabra divina, no en los hombres que usan el nombre de Dios para satisfacer su vanidad. Quien dice hablar en nombre de Dios no cree en verdad en él”. Las palabras del teólogo Malbene escocerán a aquéllos que cuando dicen “Dios” están diciendo “Yo”.
Cada amigo es insustituible y ocupa un particular recinto en nuestro corazón. Llegada la hora de la partida ineludible, es inútil pretender subarrendar la habitación del que se fue.
La tinta no perdona. La palabra escrita y publicada queda como testigo; testigo frente a los otros, pero también frente a uno mismo. A diferencia de la palabra hablada que tiende a cambiar en las entretelas de la memoria, la tinta recuerda con precisión lo que emergió del pensamiento.
Así, cuando las pasiones, los odios, las ambiciones desmedidas, las envidias, los resentimientos y los protagonismos gobiernan al cerebro, la tinta indeleble queda. Las líneas que fueron escritas, plasman la consistencia ética de quien las concibió y su capacidad para mirarse al espejo. Canneti habla de una dipsomanía moral de escritos que provocan vergüenza por el misticismo de sus autores. Pero la expresión escrita no cambia. Ahí queda.
Los coloquios, mesas redondas y toda clase de conciliábulos intelectuales, son como desfile de modas donde todos se exhiben tratando de lucirse. Para encontrar soluciones a cualquier tema, se plantean variadas masturbaciones teóricas, donde los sustentantes exhiben anorexia de delgadez intelectual.
El hombre escuchó lo que le dijo el Señor, y al fin de cada año se hizo un propósito: no hacer ya propósitos de año nuevo, sino hacer cada mañana un propósito de día nuevo.
El controvertido teólogo Malbene ha dicho: “Los hombres más peligrosos que hay, son los que dicen hablar en nombre de Dios. Alejémonos de los profetas vociferantes, de los predicadores estentóreos; huyamos de quienes creen tener una franquicia otorgada por la divinidad. En nombre de Dios, sólo pueden hablar sus creaciones: el firmamento, el mar, el diminuto insecto, las aves, los animales...
En ellos está la palabra divina, no en los hombres que usan el nombre de Dios para satisfacer su vanidad. Quien dice hablar en nombre de Dios no cree en verdad en él”. Las palabras del teólogo Malbene escocerán a aquéllos que cuando dicen “Dios” están diciendo “Yo”.
Cada amigo es insustituible y ocupa un particular recinto en nuestro corazón. Llegada la hora de la partida ineludible, es inútil pretender subarrendar la habitación del que se fue.
La tinta no perdona. La palabra escrita y publicada queda como testigo; testigo frente a los otros, pero también frente a uno mismo. A diferencia de la palabra hablada que tiende a cambiar en las entretelas de la memoria, la tinta recuerda con precisión lo que emergió del pensamiento.
Así, cuando las pasiones, los odios, las ambiciones desmedidas, las envidias, los resentimientos y los protagonismos gobiernan al cerebro, la tinta indeleble queda. Las líneas que fueron escritas, plasman la consistencia ética de quien las concibió y su capacidad para mirarse al espejo. Canneti habla de una dipsomanía moral de escritos que provocan vergüenza por el misticismo de sus autores. Pero la expresión escrita no cambia. Ahí queda.
Los coloquios, mesas redondas y toda clase de conciliábulos intelectuales, son como desfile de modas donde todos se exhiben tratando de lucirse. Para encontrar soluciones a cualquier tema, se plantean variadas masturbaciones teóricas, donde los sustentantes exhiben anorexia de delgadez intelectual.