Jalisco
¿Por qué en Guadalajara se vive bien?
Los indicadores objetivos para sustentar esta noción no son muy abundantes ni consistentes
Esa es la pregunta que queda después de considerar el resultado de una encuesta nacional, publicado recientemente en las páginas de El Informador. Una muestra recogida entre mil personas que habitan en distintas partes de México arrojó esta sonora conclusión: “Guadalajara es la mejor ciudad para vivir”. El hecho da qué pensar.
Lo más fácil es recurrir al catálogo de quejas y agravios tapatíos –siempre en aumento– que da material de sobra para poner en duda esta aseveración. Desde hace décadas reina en esa nebulosa que es la opinión publicada, en el vago eco de impresiones y conversaciones, en las conclusiones siempre parciales de estudios diversos, una noción que ha terminado por ser moneda de curso normal: Guadalajara es una ciudad en franca decadencia.
Los indicadores objetivos para sustentar esta noción no son muy abundantes ni consistentes: ¿cuál es la actual calidad de vida –en términos integrales– de la zona metropolitana? ¿Y con qué la comparamos? Afortunadamente el recientemente creado Observatorio Jalisco Cómo Vamos podrá, en este sentido, comenzar a entregar a la sociedad indicadores reales que ayuden a construir una visión más objetiva acerca del Estado y su capital.
Es evidente que la ciudad enfrenta graves problemas: de pobreza y desigualdad, empleo, falta de servicios, movilidad, contaminación, seguridad… la lista puede ser larga. El centro de la cuestión es: ¿qué tanto y cómo responde Guadalajara, como organismo urbano, a las necesidades de sus habitantes? Por el momento hay una enorme y desarticulada diversidad de respuestas; cada opinador tiene su punto de vista, su versión, sus referencias, sus quejas y expectativas. Por eso, cuando surge una opinión avalada por las respuestas de una encuesta (cuyas características no conocemos), cuando alguien puede hacer una aseveración que sitúa a Guadalajara como “la mejor ciudad para vivir” las reacciones no faltan. Para el actual talante local, esto es una bienvenida provocación.
Las ciudades, insistimos, tienen una cuenta larga. Se construyen a través de generaciones y de millares de decisiones y acciones, de todas las escalas. El resultado concreto se nos ofrece cada día. Su lectura, sin embargo, es siempre fragmentaria. Pero, arriesguemos, ¿de qué hablamos cuando decimos que se puede vivir bien, hoy, en Guadalajara?
De un clima benigno, a pesar de los pesares. De un emplazamiento geográfico ventajoso con abundantes recursos en el contexto mediato e inmediato. De una fábrica urbana razonable y que incluye un valioso patrimonio edificado que ofrece un considerable potencial. De una sociedad plural y cada vez más tolerante. De una buena diversidad de opciones laborales, educativas, culturales, médicas, comerciales, de esparcimiento y servicios. De índices de seguridad tolerables si nos atenemos al contexto nacional. Obviamente, ahí están los graves problemas que se mencionaban antes. Pero, quizás, hay una cosa fundamental: ciudad y población ofrecen hoy, ante el futuro, buenas posibilidades de que –si hacemos bien las cosas, si no gana el fácil pesimismo– Guadalajara sea un buen lugar para vivir.
Lo más fácil es recurrir al catálogo de quejas y agravios tapatíos –siempre en aumento– que da material de sobra para poner en duda esta aseveración. Desde hace décadas reina en esa nebulosa que es la opinión publicada, en el vago eco de impresiones y conversaciones, en las conclusiones siempre parciales de estudios diversos, una noción que ha terminado por ser moneda de curso normal: Guadalajara es una ciudad en franca decadencia.
Los indicadores objetivos para sustentar esta noción no son muy abundantes ni consistentes: ¿cuál es la actual calidad de vida –en términos integrales– de la zona metropolitana? ¿Y con qué la comparamos? Afortunadamente el recientemente creado Observatorio Jalisco Cómo Vamos podrá, en este sentido, comenzar a entregar a la sociedad indicadores reales que ayuden a construir una visión más objetiva acerca del Estado y su capital.
Es evidente que la ciudad enfrenta graves problemas: de pobreza y desigualdad, empleo, falta de servicios, movilidad, contaminación, seguridad… la lista puede ser larga. El centro de la cuestión es: ¿qué tanto y cómo responde Guadalajara, como organismo urbano, a las necesidades de sus habitantes? Por el momento hay una enorme y desarticulada diversidad de respuestas; cada opinador tiene su punto de vista, su versión, sus referencias, sus quejas y expectativas. Por eso, cuando surge una opinión avalada por las respuestas de una encuesta (cuyas características no conocemos), cuando alguien puede hacer una aseveración que sitúa a Guadalajara como “la mejor ciudad para vivir” las reacciones no faltan. Para el actual talante local, esto es una bienvenida provocación.
Las ciudades, insistimos, tienen una cuenta larga. Se construyen a través de generaciones y de millares de decisiones y acciones, de todas las escalas. El resultado concreto se nos ofrece cada día. Su lectura, sin embargo, es siempre fragmentaria. Pero, arriesguemos, ¿de qué hablamos cuando decimos que se puede vivir bien, hoy, en Guadalajara?
De un clima benigno, a pesar de los pesares. De un emplazamiento geográfico ventajoso con abundantes recursos en el contexto mediato e inmediato. De una fábrica urbana razonable y que incluye un valioso patrimonio edificado que ofrece un considerable potencial. De una sociedad plural y cada vez más tolerante. De una buena diversidad de opciones laborales, educativas, culturales, médicas, comerciales, de esparcimiento y servicios. De índices de seguridad tolerables si nos atenemos al contexto nacional. Obviamente, ahí están los graves problemas que se mencionaban antes. Pero, quizás, hay una cosa fundamental: ciudad y población ofrecen hoy, ante el futuro, buenas posibilidades de que –si hacemos bien las cosas, si no gana el fácil pesimismo– Guadalajara sea un buen lugar para vivir.