Jalisco
Pirotecnia, escenografía de las fiestas patronales de Toluquilla
Habitantes del poblado de Tlaquepaque disfrutan de antojitos como las tostadas de pollo o carne, flautas, pozole, enchiladas y tacos
TLAQUEPAQUE, JALISCO (05/DIC/2010).- El pueblo amaneció alegre y, apenas se asoman las 5:00 horas, Toluquilla continúa con su ritual de salvaguardar las tradiciones mexicanas y celebrar sus fiestas patronales, desde muy temprano y con mucho jolgorio.
Doce campanadas provenientes del templo se escuchan por todo el pueblo. Al unísono de la última, el aire invita a pasar varios kilos de pólvora convertidos en cohetes de muchos colores.
Los cohetes tienen sendas formas de lluvia, destellos y estrellas, entre otros. Y el colorido atrae a propios y extraños. Los estallidos anuncian el inicio de una fiesta que se extiende hasta entrada la madrugada, para otro día volver.
Las detonaciones también anuncian el paso de la Virgen de Guadalupe, acompañada de la peregrinación, a la que cada día que pasa se le unen más fieles que cargan globos de colores blanco y azul, que simbolizan la paz y la unión del pueblo.
En el peregrinaje al santuario de la santa patrona se ven caminantes de todas las edades, incluso bebés que van en los brazos de sus padres o sus madres, que parecen entender que todos los cánticos, rezos y el sonido de la banda no son estruendos de una fiesta mal fundada sino el ambiente de fe que los habitantes imprimen a la reverencia de su sagrada señora.
Al llegar al templo, el sacerdote está listo para recibirla junto con sus fieles seguidores, quienes se dedican a escuchar un sermón en el que no hay recomendaciones de cómo mejorar la vida. Pero que, por el contrario, se convierte en un discurso que les invita a permanecer en hermandad con quienes les rodean.
Mientras tanto, fuera del templo, los comerciantes preparan los puestos de comida mexicana, juegos mecánicos, juego pirotécnicos y el tradicional “castillo” que la gente disfruta.
Al terminar el protocolo de fe, las personas salen del templo en la búsqueda de algún antojito: se ven desde las famosas tostadas de pollo o carne, pero de gran tamaño, que no es el normal, repletas de lechuga, cebolla, un poco de zanahoria y queso y su respectiva salsa roja, que la baña por completo, hasta las también muy famosas flautas, pozole, enchiladas y tacos.
También se pueden saborear antojitos dulces como los churros rellenos de crema sabor fresa o vainilla o los tamales de elote, piña y fresa, suficientes para satisfacer el paladar de los festejantes.
Cerca del templo y lejos de los puestos de comida, se encuentran los juegos y un brincolín. A ellos llegan niños, jóvenes y adultos. Hasta una pareja de la tercera edad decide dar un paseo extremo en el “martillo”, una atracción mecánica, no construida para cardiacos.
Mientras el mecanismo va de un lado a otro y de arriba abajo, los ojos de quienes se quedaron en tierra siguen su ritmo. Nadie puede creer que allí van dos ancianos. Y se les ve cara de preocupación pero, al parar éste, se escucha que volvieron las respiraciones de todos, pues, poco a poco, se levantan las puertas y se le ve muy bien a la pareja de la tercera edad. Comentarios iban y venían, incluso, una felicitación para los viejos.
Después, un feliz estruendo proviene del juego de “las canicas”, pues los niños ganan aunque en realidad pierdan. Pero no cabe una desilusión, allí sólo existe alegría y fiesta, y así lo procuran todos.
Inolvidable es el momento en que “la gran luz” se enciende para durar 10 minutos iluminando la plaza del pueblo. Las pirotecnias del castillo vuelven a reunirles y nadie se queja; al contrario, los festejantes esperan ese momento que va por etapas. La primera es cuando se encienden los llamados “chifladotes”, cohetitos que iluminan por tres minutos con las chispas que emanan.
La segunda etapa es el encendido de “las gotas”. Es pólvora en la cual, dicen, “se puede confiar”, porque si las tocas no te queman. Esta dura tres minutos y en ratos permite que se pueda observar una especie de cascada de agua, pues a medida que las gotas van juntándose producen dicho efecto. Y el color, sin duda, es muy atrayente por sus tonos azules.
La tercera etapa significa que la corona está apunto de encenderse. Lo que resta es esperar hasta que al décimo minuto comienza a prender poco a poco y el sonido de “los chifladotes” anuncia que está por volar.
Al salir disparada es como si anunciara el fin del festejo de cada día. Después, lo que sigue es disfrutar de las demás atracciones y antojitos mexicanos. Si no, la gente se retira, pero otro día, a las 5:00 horas, Toluquilla vuelve a comenzar.
EL INFORMADOR/ITESO/Isis Giselle Pintado Arias
Doce campanadas provenientes del templo se escuchan por todo el pueblo. Al unísono de la última, el aire invita a pasar varios kilos de pólvora convertidos en cohetes de muchos colores.
Los cohetes tienen sendas formas de lluvia, destellos y estrellas, entre otros. Y el colorido atrae a propios y extraños. Los estallidos anuncian el inicio de una fiesta que se extiende hasta entrada la madrugada, para otro día volver.
Las detonaciones también anuncian el paso de la Virgen de Guadalupe, acompañada de la peregrinación, a la que cada día que pasa se le unen más fieles que cargan globos de colores blanco y azul, que simbolizan la paz y la unión del pueblo.
En el peregrinaje al santuario de la santa patrona se ven caminantes de todas las edades, incluso bebés que van en los brazos de sus padres o sus madres, que parecen entender que todos los cánticos, rezos y el sonido de la banda no son estruendos de una fiesta mal fundada sino el ambiente de fe que los habitantes imprimen a la reverencia de su sagrada señora.
Al llegar al templo, el sacerdote está listo para recibirla junto con sus fieles seguidores, quienes se dedican a escuchar un sermón en el que no hay recomendaciones de cómo mejorar la vida. Pero que, por el contrario, se convierte en un discurso que les invita a permanecer en hermandad con quienes les rodean.
Mientras tanto, fuera del templo, los comerciantes preparan los puestos de comida mexicana, juegos mecánicos, juego pirotécnicos y el tradicional “castillo” que la gente disfruta.
Al terminar el protocolo de fe, las personas salen del templo en la búsqueda de algún antojito: se ven desde las famosas tostadas de pollo o carne, pero de gran tamaño, que no es el normal, repletas de lechuga, cebolla, un poco de zanahoria y queso y su respectiva salsa roja, que la baña por completo, hasta las también muy famosas flautas, pozole, enchiladas y tacos.
También se pueden saborear antojitos dulces como los churros rellenos de crema sabor fresa o vainilla o los tamales de elote, piña y fresa, suficientes para satisfacer el paladar de los festejantes.
Cerca del templo y lejos de los puestos de comida, se encuentran los juegos y un brincolín. A ellos llegan niños, jóvenes y adultos. Hasta una pareja de la tercera edad decide dar un paseo extremo en el “martillo”, una atracción mecánica, no construida para cardiacos.
Mientras el mecanismo va de un lado a otro y de arriba abajo, los ojos de quienes se quedaron en tierra siguen su ritmo. Nadie puede creer que allí van dos ancianos. Y se les ve cara de preocupación pero, al parar éste, se escucha que volvieron las respiraciones de todos, pues, poco a poco, se levantan las puertas y se le ve muy bien a la pareja de la tercera edad. Comentarios iban y venían, incluso, una felicitación para los viejos.
Después, un feliz estruendo proviene del juego de “las canicas”, pues los niños ganan aunque en realidad pierdan. Pero no cabe una desilusión, allí sólo existe alegría y fiesta, y así lo procuran todos.
Inolvidable es el momento en que “la gran luz” se enciende para durar 10 minutos iluminando la plaza del pueblo. Las pirotecnias del castillo vuelven a reunirles y nadie se queja; al contrario, los festejantes esperan ese momento que va por etapas. La primera es cuando se encienden los llamados “chifladotes”, cohetitos que iluminan por tres minutos con las chispas que emanan.
La segunda etapa es el encendido de “las gotas”. Es pólvora en la cual, dicen, “se puede confiar”, porque si las tocas no te queman. Esta dura tres minutos y en ratos permite que se pueda observar una especie de cascada de agua, pues a medida que las gotas van juntándose producen dicho efecto. Y el color, sin duda, es muy atrayente por sus tonos azules.
La tercera etapa significa que la corona está apunto de encenderse. Lo que resta es esperar hasta que al décimo minuto comienza a prender poco a poco y el sonido de “los chifladotes” anuncia que está por volar.
Al salir disparada es como si anunciara el fin del festejo de cada día. Después, lo que sigue es disfrutar de las demás atracciones y antojitos mexicanos. Si no, la gente se retira, pero otro día, a las 5:00 horas, Toluquilla vuelve a comenzar.
EL INFORMADOR/ITESO/Isis Giselle Pintado Arias