Internacional
Casi imposible, identificar a víctimas de penal de Honduras
El escaso personal e instalaciones dificultan la tarea, además que cientos de familiares esperan afuera de morgue; culpan a custodios
TEGUCIGALPA, HONDURAS (17/FEB/2012).- Forenses de Honduras iniciaron ayer las complicadas tareas de identificación de los más de 350 cuerpos de los reos que murieron calcinados o asfixiados en el gigantesco incendio de una prisión al Norte de la capital.
Cientos de familiares, muchos con los rostros hinchados por el llanto, esperaban dispersos afuera y dentro de la pequeña Morgue en Tegucigalpa donde el reducido equipo forense, apoyado con personal de la Cruz Roja, tomaba exámenes a los cuerpos, varios de ellos irreconocibles.
Los cadáveres de 353 reos y los de tres mujeres que habían pasado la noche del martes en visita conyugal, fueron trasladados a Tegucigalpa en camiones acondicionados con frío desde el Penal de Comayagua, donde ocurrió el incendio que fue controlado en la madrugada del miércoles.
El Servicio Forense tomaba muestras a grupos de entre 10 y 15 cuerpos y un fuerte olor a putrefacción invadía el local, de unos 200 metros cuadrados.
“A mí me han dicho que están irreconocibles, pero yo no me voy a ir de aquí hasta que me entreguen a mi hijo, aunque sea en pedazos y envuelto. Tengo que llevarme a mi hijo a enterrar”, dijo Delmira Argueta, de 51 años.
La mujer, madre del reo Luis Cardona, que cumplía condena por homicidio, dijo que un cuñado que también está preso allí y sobrevivió, vio a Luis envuelto en llamas, pero que ya no pudo ayudarlo.
No están claras las causas del incendio en la sobrepoblada prisión, que albergaba a más de 800 presos, aunque varias autoridades aseguran que un reo prendió fuego a un colchón.
Por otro lado, los bomberos dijeron que los custodios no les permitieron ingresar de inmediato a la prisión, lo que derivó en una de las mayores tragedias carcelarias en Latinoamérica.
“Aguardamos unos 30 minutos afuera del penal, mientras escuchamos disparos. Luego, los guardias nos permitieron el ingreso y comenzamos a apagar las llamas”, dijo el jefe de los Bomberos de Comayagua, Leonel Silva, citado por La Prensa.
Daniel Orellana, director de los Centros Penales ahora suspendido por orden del presidente Porfirio Lobo, dijo que no se permitió el acceso inmediato a los bomberos porque los guardias creyeron al inicio que se trataba de una fuga masiva.
En la Morgue de Tegucigalpa, recibían a los familiares en una tienda de campaña para tomarles datos que ayudaran en la identificación de los cuerpos. Cuatro de ellos fueron reconocidos por su familia ayer por la mañana.
“Hoy empieza lo mas difícil, un proceso de identificaciones y autopsia que no va a ser fácil porque hay muchos irreconocibles y las familias con razón están afuera esperando a que se los entreguemos”, dijo Danelia Ferrera, jefa de Fiscales del Ministerio Público.
Podrían pasar un mes o dos para poder identificar los cuerpos que están calcinados debido a que será necesario practicarles exámenes de ADN.
Lamenta prensa la tragedia
Los diarios de Honduras lamentaron la tragedia ocurrida la víspera en una cárcel que dejó cerca de 400 muertos.
“Horror”, “Cuerpos quedaron apiñados al no poder salir de las bartolinas”, titula en primera plana el diario La Tribuna.
“El total de las personas muertas es de 356, entre ellas dos extranjeros, un nicaragüense y un mexicano, así como tres mujeres que andaban visitando a sus esposos”, informó en sus páginas interiores.
Unos 19 reclusos aprovecharon el caos imperante para poder escapar y agregó que al iniciarse el incendio, el portador de las llaves que abrían cada celda del penal abandonó el lugar según reveló el fiscal de Derechos Humanos, Germán Enamorado.
El Salvador envió dos médicos forenses para colaborar con Honduras. Chile envió 14 especialistas entre antropólogos, tanatólogos, peritos forenses y bioquímicos para ayudar a identificar a las víctimas.
México dijo que apoyará con cinco médicos forenses de la Procuraduría General de la República (PGR), y suministros médicos.
ANÁLISIS
Cárceles latinoamericanas son polvorines a punto de explotar
Patricia Luna, (analista en seguridad)
Los 353 presos que murieron en sus celdas abrasados por las llamas o asfixiados por el humo en una granja penal en Honduras son el testimonio más cruel de la tragedia que viven los reos en las cárceles de América Latina, hacinados y sometidos a la violencia de sus copresidiarios o de sus guardianes.
El narcotráfico en toda la región ha superpoblado las cárceles en las últimas tres décadas, transformando al hacinamiento y a la violencia en el mal común de las cárceles de Latinoamérica, según analistas consultados.
Las estructuras carcelarias fueron diseñadas a comienzos del siglo pasado cuando no existían los delitos de narcotráfico y la población criminal era mucho menor a la actual.
Honduras, en particular, tiene el record mundial en tasa de homicidios, 82 cada 100 mil habitantes, según la ONU.
Este país, convertido en ruta privilegiada para el trasiego de cocaína sudamericana hacia Estados Unidos, y asolado por “Las Maras” (pandillas), cuenta con 24 establecimientos penitenciarios con capacidad para albergar ocho mil personas, pero la población carcelaria sobrepasa las 13 mil. La granja prisión de Comayagua encerraba 900 presos, el doble de su capacidad.
“La crisis de Honduras es estructural. La cárcel es una muestra de la impunidad, corrupción e ineficiencia del sistema. Se hace urgente designar a veedores internacionales para asegurar justicia”, estimó en declaraciones Lucía Dammert, socióloga peruana y experta en temas de seguridad.
Ya en 2004, un centenar de reos murieron calcinados en la cárcel de San Pedro de Sula, la capital económica y la más violenta del país (Norte), debido a problemas estructurales de la prisión.
En Venezuela, las cárceles encierran a 50 mil reclusos, cuando su capacidad es de 14.000, según cifras del propio Gobierno; mientras que las prisiones de Chile registran superpoblaciones de 50%, 70% y hasta 200%, según datos del Gobierno de 2010.
Fue precisamente Chile donde se vivió el antecedente más cercano a la tragedia de Honduras, cuando, el 8 de diciembre de 2010, 81 reos murieron en un incendio que se inició de madrugada en la cárcel San Miguel de Santiago, originado en forma intencional en medio de una riña entre internos.
La situación es especialmente acuciante en Centroamérica. En El Salvador según registros de la Dirección General de Centros Penales (DGCP), en enero de 2012 había un total de 25 mil 400 reos, cuando los 19 centros penales del país fueron creados para albergar ocho mil 100.
Guatemala presenta gran similitud con el caso de Honduras, según afirma Carmen Ibarra de la ONG Movimiento Pro Justicia. “Las situaciones son tan precarias que cualquier cosa puede pasar”.
CRÓNICA
Con olor a muerte, buscan saber qué pasó en la prisión
Con tapabocas para soportar el olor de la descomposición de los cuerpos, fiscales, policías y bomberos hondureños trabajan en lo que quedó de la cárcel incendiada de Comayagua donde murieron 355 reos, en la recolección de indicios y atención de más de 400 sobrevivientes.
Tras levantar y enviar todos los cadáveres en contenedores refrigerados a la Morgue de Tegucigalpa, expertos de la Fiscalía se internaron ayer en la zona de celdas de cinco de los 10 módulos que ardieron en fuego entre la noche del martes y madrugada del miércoles.
“Se buscarán detalles de qué pudo haber dado origen al incendio”, por lo que las tareas de remoción de los escombros aún no inicia, dijo un fiscal, que pidió el anonimato.
Un comisario de la Policía, que se identificó con su apellido Rico, afirmó: “Las evidencias de lo que sucedió deben estar ahí, se habla de un cortocircuito pero no sabemos cuál fue la causa”.
A unos metros de las celdas consumidas por el fuego, las que no quedaron afectadas albergaban a los presos que se salvaron, quienes esperaban ser trasladados a un espacio abierto contiguo a la prisión, cercado con malla metálica y alambre de púas para evitar fugas.
Allí serán llevados mientras un camión cisterna de los bomberos, que permanece apostado en el portón del penal, comienza a lavar las celdas para prevenir enfermedades.
Algunos reos en fase de confianza, que pueden salir de sus celdas, ayudaron en la tarea de limpieza en la zona exterior del penal, llena de guantes de látex usados por los soldados que en la noche del miércoles se encargaron de subir los cuerpos a los camiones refrigerados.
A unos 500 metros de la entrada del penal, en un portón perimetral, unos 100 familiares de los sobrevivientes rogaban a los policías por información. Algunos decían que su familiar no aparecía en los listados de vivos o muertos.
“Ahí adentro deberían estar vivos dos sobrinos, pero no lo sé. Es duro estar ahí adentro donde uno sobrevive porque Dios lo permite, ahí las condiciones de encierro son inhumanas”, aseguró Calixto Mejía, de 54 años y quien en 2004 terminó de purgar 10 años en la cárcel de Comayagua por herir y robar a una persona.
Rosa Rodríguez, de 36 años, pedía llorando que alguna autoridad le dijera algo de su esposo, quien apenas tenía ocho días de estar en la prisión. “Aquí nadie dice nada, todos se quedan callados, no sé si está muerto o vivo. Ya no soporto esta angustia”.
Cientos de familiares, muchos con los rostros hinchados por el llanto, esperaban dispersos afuera y dentro de la pequeña Morgue en Tegucigalpa donde el reducido equipo forense, apoyado con personal de la Cruz Roja, tomaba exámenes a los cuerpos, varios de ellos irreconocibles.
Los cadáveres de 353 reos y los de tres mujeres que habían pasado la noche del martes en visita conyugal, fueron trasladados a Tegucigalpa en camiones acondicionados con frío desde el Penal de Comayagua, donde ocurrió el incendio que fue controlado en la madrugada del miércoles.
El Servicio Forense tomaba muestras a grupos de entre 10 y 15 cuerpos y un fuerte olor a putrefacción invadía el local, de unos 200 metros cuadrados.
“A mí me han dicho que están irreconocibles, pero yo no me voy a ir de aquí hasta que me entreguen a mi hijo, aunque sea en pedazos y envuelto. Tengo que llevarme a mi hijo a enterrar”, dijo Delmira Argueta, de 51 años.
La mujer, madre del reo Luis Cardona, que cumplía condena por homicidio, dijo que un cuñado que también está preso allí y sobrevivió, vio a Luis envuelto en llamas, pero que ya no pudo ayudarlo.
No están claras las causas del incendio en la sobrepoblada prisión, que albergaba a más de 800 presos, aunque varias autoridades aseguran que un reo prendió fuego a un colchón.
Por otro lado, los bomberos dijeron que los custodios no les permitieron ingresar de inmediato a la prisión, lo que derivó en una de las mayores tragedias carcelarias en Latinoamérica.
“Aguardamos unos 30 minutos afuera del penal, mientras escuchamos disparos. Luego, los guardias nos permitieron el ingreso y comenzamos a apagar las llamas”, dijo el jefe de los Bomberos de Comayagua, Leonel Silva, citado por La Prensa.
Daniel Orellana, director de los Centros Penales ahora suspendido por orden del presidente Porfirio Lobo, dijo que no se permitió el acceso inmediato a los bomberos porque los guardias creyeron al inicio que se trataba de una fuga masiva.
En la Morgue de Tegucigalpa, recibían a los familiares en una tienda de campaña para tomarles datos que ayudaran en la identificación de los cuerpos. Cuatro de ellos fueron reconocidos por su familia ayer por la mañana.
“Hoy empieza lo mas difícil, un proceso de identificaciones y autopsia que no va a ser fácil porque hay muchos irreconocibles y las familias con razón están afuera esperando a que se los entreguemos”, dijo Danelia Ferrera, jefa de Fiscales del Ministerio Público.
Podrían pasar un mes o dos para poder identificar los cuerpos que están calcinados debido a que será necesario practicarles exámenes de ADN.
Lamenta prensa la tragedia
Los diarios de Honduras lamentaron la tragedia ocurrida la víspera en una cárcel que dejó cerca de 400 muertos.
“Horror”, “Cuerpos quedaron apiñados al no poder salir de las bartolinas”, titula en primera plana el diario La Tribuna.
“El total de las personas muertas es de 356, entre ellas dos extranjeros, un nicaragüense y un mexicano, así como tres mujeres que andaban visitando a sus esposos”, informó en sus páginas interiores.
Unos 19 reclusos aprovecharon el caos imperante para poder escapar y agregó que al iniciarse el incendio, el portador de las llaves que abrían cada celda del penal abandonó el lugar según reveló el fiscal de Derechos Humanos, Germán Enamorado.
El Salvador envió dos médicos forenses para colaborar con Honduras. Chile envió 14 especialistas entre antropólogos, tanatólogos, peritos forenses y bioquímicos para ayudar a identificar a las víctimas.
México dijo que apoyará con cinco médicos forenses de la Procuraduría General de la República (PGR), y suministros médicos.
ANÁLISIS
Cárceles latinoamericanas son polvorines a punto de explotar
Patricia Luna, (analista en seguridad)
Los 353 presos que murieron en sus celdas abrasados por las llamas o asfixiados por el humo en una granja penal en Honduras son el testimonio más cruel de la tragedia que viven los reos en las cárceles de América Latina, hacinados y sometidos a la violencia de sus copresidiarios o de sus guardianes.
El narcotráfico en toda la región ha superpoblado las cárceles en las últimas tres décadas, transformando al hacinamiento y a la violencia en el mal común de las cárceles de Latinoamérica, según analistas consultados.
Las estructuras carcelarias fueron diseñadas a comienzos del siglo pasado cuando no existían los delitos de narcotráfico y la población criminal era mucho menor a la actual.
Honduras, en particular, tiene el record mundial en tasa de homicidios, 82 cada 100 mil habitantes, según la ONU.
Este país, convertido en ruta privilegiada para el trasiego de cocaína sudamericana hacia Estados Unidos, y asolado por “Las Maras” (pandillas), cuenta con 24 establecimientos penitenciarios con capacidad para albergar ocho mil personas, pero la población carcelaria sobrepasa las 13 mil. La granja prisión de Comayagua encerraba 900 presos, el doble de su capacidad.
“La crisis de Honduras es estructural. La cárcel es una muestra de la impunidad, corrupción e ineficiencia del sistema. Se hace urgente designar a veedores internacionales para asegurar justicia”, estimó en declaraciones Lucía Dammert, socióloga peruana y experta en temas de seguridad.
Ya en 2004, un centenar de reos murieron calcinados en la cárcel de San Pedro de Sula, la capital económica y la más violenta del país (Norte), debido a problemas estructurales de la prisión.
En Venezuela, las cárceles encierran a 50 mil reclusos, cuando su capacidad es de 14.000, según cifras del propio Gobierno; mientras que las prisiones de Chile registran superpoblaciones de 50%, 70% y hasta 200%, según datos del Gobierno de 2010.
Fue precisamente Chile donde se vivió el antecedente más cercano a la tragedia de Honduras, cuando, el 8 de diciembre de 2010, 81 reos murieron en un incendio que se inició de madrugada en la cárcel San Miguel de Santiago, originado en forma intencional en medio de una riña entre internos.
La situación es especialmente acuciante en Centroamérica. En El Salvador según registros de la Dirección General de Centros Penales (DGCP), en enero de 2012 había un total de 25 mil 400 reos, cuando los 19 centros penales del país fueron creados para albergar ocho mil 100.
Guatemala presenta gran similitud con el caso de Honduras, según afirma Carmen Ibarra de la ONG Movimiento Pro Justicia. “Las situaciones son tan precarias que cualquier cosa puede pasar”.
CRÓNICA
Con olor a muerte, buscan saber qué pasó en la prisión
Con tapabocas para soportar el olor de la descomposición de los cuerpos, fiscales, policías y bomberos hondureños trabajan en lo que quedó de la cárcel incendiada de Comayagua donde murieron 355 reos, en la recolección de indicios y atención de más de 400 sobrevivientes.
Tras levantar y enviar todos los cadáveres en contenedores refrigerados a la Morgue de Tegucigalpa, expertos de la Fiscalía se internaron ayer en la zona de celdas de cinco de los 10 módulos que ardieron en fuego entre la noche del martes y madrugada del miércoles.
“Se buscarán detalles de qué pudo haber dado origen al incendio”, por lo que las tareas de remoción de los escombros aún no inicia, dijo un fiscal, que pidió el anonimato.
Un comisario de la Policía, que se identificó con su apellido Rico, afirmó: “Las evidencias de lo que sucedió deben estar ahí, se habla de un cortocircuito pero no sabemos cuál fue la causa”.
A unos metros de las celdas consumidas por el fuego, las que no quedaron afectadas albergaban a los presos que se salvaron, quienes esperaban ser trasladados a un espacio abierto contiguo a la prisión, cercado con malla metálica y alambre de púas para evitar fugas.
Allí serán llevados mientras un camión cisterna de los bomberos, que permanece apostado en el portón del penal, comienza a lavar las celdas para prevenir enfermedades.
Algunos reos en fase de confianza, que pueden salir de sus celdas, ayudaron en la tarea de limpieza en la zona exterior del penal, llena de guantes de látex usados por los soldados que en la noche del miércoles se encargaron de subir los cuerpos a los camiones refrigerados.
A unos 500 metros de la entrada del penal, en un portón perimetral, unos 100 familiares de los sobrevivientes rogaban a los policías por información. Algunos decían que su familiar no aparecía en los listados de vivos o muertos.
“Ahí adentro deberían estar vivos dos sobrinos, pero no lo sé. Es duro estar ahí adentro donde uno sobrevive porque Dios lo permite, ahí las condiciones de encierro son inhumanas”, aseguró Calixto Mejía, de 54 años y quien en 2004 terminó de purgar 10 años en la cárcel de Comayagua por herir y robar a una persona.
Rosa Rodríguez, de 36 años, pedía llorando que alguna autoridad le dijera algo de su esposo, quien apenas tenía ocho días de estar en la prisión. “Aquí nadie dice nada, todos se quedan callados, no sé si está muerto o vivo. Ya no soporto esta angustia”.