Jalisco

Antonio Orozco Michel: Relato de un vikingo de San Andrés, militante de la Liga 23 de Septiembre, y prófugo de Oblatos

Antonio Orozco Michel dedicó su juventud entera a luchar por un México mejor y más justo, pero vivió en carne propia el autoritarismo y la represión del estado. Esta es su historia fascinante  

San Andrés es un barrio del oriente de Guadalajara. Está localizado en esta región geográfica inespecífica, pero conocida por todos, a la que los tapatíos denominan “más allá de la Calzada”: un satélite de colonias históricas y socialmente relevantes, desperdigadas en torno al universo grande de la urbe. San Andrés es un fuego artificial de vida y jolgorio urbano cuando el sol desciende sobre sus calles. Su punto de reunión, el parque San Jacinto, parece un sitio donde cabe todo mundo, y donde conviven los grupos más distintos.

Del mismo modo que hay niños pedaleando en sus bicicletas, también hay amas de casa practicando yoga, muchachas bailando aeróbics, jóvenes fumando marihuana con una placidez inalterable mientras esperan su turno para jugar fútbol, y todos coexisten sin perturbar a nadie en el oro de las siete de la tarde, saludando al otro, todos dispuestos a dar un buenas noches o un buenas tardes en una lógica que sólo parece posible en un barrio que se conoce a sí mismo, que se cuida y que se acepta, y que se sabe único.

Antonio Orozco Michel. ESPECIAL 

Es una colonia típica como cualquier otra en México, con sus verbenas tradicionales, sus festividades eclesiásticas, sus treguas repentinas en los caudales de la vida diaria. No obstante, la imagen cotidiana de San Andrés contrasta con la realidad de su pasado. Su actualidad parece no corresponder con la violencia que vivieron sus calles medio siglo antes. Sus parques alegres negarían el hecho de que ahí mismo nació y germinó una semilla de oposición y rebeldía que marcó un parteaguas en la lucha social de los tapatíos, cuando en las últimas décadas del siglo veinte San Andrés se convirtió en uno de los focos más fuertes de la disidencia civil en el contexto de la guerrilla sucia mexicana.

Estos niños que juegan en los parques, estos adolescentes que esperan sus turnos en las retas de basquetbol, estas muchachas florecientes a las que todavía les falta mucha vida para conocer el desencanto, son hijos y nietos de los guerrilleros que fueron masacrados a mansalva por las autoridades, perseguidos por el ejército, desaparecidos por las fuerzas del orden, invisibilizados por la historia oficial, y que cuarenta años antes vivieron la primavera precipitada de su juventud en las calles de San Andrés.

La juventud de los 60s y 70s luchaba a sangre por sus ideales. EL INFORMADOR/ ARCHIVO

Antonio Orozco Michel fue uno de aquellos adolescentes indómitos que nació y creció entre estas calles. Aquí vivió su infancia, sus momentos mejores, sus primeros amores. Estas calles fueron su refugio y su condena; aquí conoció la rebeldía, las veleidades de la vida, el modo injusto en el que funciona el mundo. Aquí jugó con sus amigos en tardes lentas del verano; en estas calles dejó de verlos, lloró sus muertes, y vivió muchas cosas que no parece posible que alguien viva, y cuando ni siquiera tenía veinte años.

Nunca creyó que en algún momento su rostro aparecería en todos los noticieros y periódicos del país, que sería uno de los hombres más buscados por el régimen mexicano, y que tras él irían todas las fuerzas del orden, desde el policía más bajo en el escalafón, hasta los más altos mandos del ejército. No: entonces solo era un adolescente que quería cambiar al mundo, que creyó que podría hacerlo, que luchó por conseguirlo, y que conoció en carne propia la brutalidad, la sevicia, y los recursos ilimitados que para la muerte tiene el estado mexicano. Esta es su historia.

"El barrio bravo"

Infancia tapatía, hace algunas décadas. EL INFORMADOR/ ARCHIVO

Antonio Orozco Michel nació el 17 de enero de 1955 en el municipio de El Limón, en Jalisco. Es un capricornio perfecto, con una sonrisa plácida y una amabilidad indescriptible, pero con una fortaleza de carácter que ha regido su destino. Su familia dejó El Limón y se asentaron en el barrio de San Andrés, que en aquellos años, más que un barrio, era un lucero minúsculo errando en la inmensidad del Valle de Atemajac. En los sesenta todavía existían establos y huertos grandes de maizales y hortalizas, y un aire limpio de provincia que hacía sentir que el Centro Histórico de Guadalajara, y la misma Calzada Independencia, pertenecían a una ciudad distante.

La infancia de Michel transcurrió bajo un razonamiento urbano que él mismo denomina “barrio bravo”, cuyo principio fundamental era luchar para sobrevivir. Tampoco es que la vida ofreciera otra alternativa. Los problemas personales se arreglaban con madrazos, las diferencias se conciliaban con puñetazos, y aun las amistades más fuertes se reforzaban con trancazos; “un tiro de compas”, como el mismo Michel menciona. Creciendo y desarrollándose en este contexto, en el corazón más profundo de los barrios de mitad del siglo, los jóvenes de estas colonias le temían a muy pocas cosas. Así forjaron su carácter, su modo de ver el mundo, y crearon entre ellos vínculos inalterables de lealtad y pertenencia.

Al inicio de los 60, en plena época del rock and roll, el fenómeno de las pandillas estaba a la orden del día. Eran un ventarrón de rebeldía y de vida que acogía a los muchachos de las colonias populares. Fungían como un núcleo muy similar a la familia, donde los adolescentes se sentían parte de algo, donde compartían anhelos y esperanzas, y las amarguras sin límites y los amores imposibles de la juventud. Eran jóvenes de la calle, jóvenes del barrio, que conocían la pobreza y el hambre, las injusticias, que conocían de primera mano un México obrero, campesino, al que históricamente le habían dado la espalda.

Los Vikingos de San Andrés 

Los Vikingos permanecen como una parte trascendental y cultural en la historia de San Andrés. ESPECIAL 

En el barrio de San Andrés nacieron Los Vikingos, que iniciaron como una simple pandilla local, y que con el transcurso de los años habrían de convertirse en un maremoto de disidencia. El mismo fenómeno se esparció por toda Guadalajara, con pandillas florecientes en Analco, Oblatos, Tlaquepaque, Santa Cecilia e infinidad de colonias y de barrios que se disputaban territorios entre ellos, que establecían alianzas, y que para miles de jóvenes representaban un escape para la juventud y su vida misma.  

Michel ya daba sus primeros pasos trémulos en los tremedales de la pubertad, en el epicentro de todo ese fervor pandillero, y a los trece años comenzó a trabajar como empleado de aseo en los diversos cines que entonces abundaban en Guadalajara. Ganaba muy poco, pero era un medio para apoyar a su familia. Su vida era esa, hasta el día determinante en el que a sus manos llegó un ejemplar de la revista ¿Por qué?, la cual se centraba en temáticas sociales y era un medio de izquierda que desafiaba la censura de los medios tradicionales.

La masacre de Tlatelolco fue un hecho que cambió la visión que Michel tenía del mundo. EL INFORMADOR/ ARCHIVO

En aquella revista, Michel conoció por vez primera el horror de la masacre de Tlatelolco. Leyó cómo estudiantes, madres de familia, niños y personas de la vida diaria fueron ametrallados por el ejército, acorralados en la boca de lobo de las Tres Culturas, rematados a bayonetazos, y llevados por montones a prisiones y mataderos clandestinos de donde no saldrían nunca. Lo más aterrador: fue el gobierno, fue el ejército, fueron los mismos diplomáticos solemnes que en sus discursos juraban con sus vidas que cuidaban las del resto. Algo cambió en el corazón de Michel. Algo que echó raíces y germinó la primera semilla irremediable que habría de cambiarle la vida para siempre.

El alcance y el poder de las pandillas populares pronto dejó de pertenecer únicamente a las calles del barrio. Los Vikingos, particularmente, comenzaron a responder a las causas sociales de su tiempo. Su capacidad numérica quedó patente el día en que en Guadalajara se convocó a una marcha multitudinaria para protestar contra la guerra de Vietnam, y en la que asistieron cerca de mil quinientos vikingos. Ya no eran meras batallas locales, “tiros de compas”, pleitos por novias o por territorio. No: su propósito evolucionó a un pensamiento político cuando muchos de los líderes juveniles de las pandillas entraron a las secundarias, preparatorias y universidades, y la rebeldía se encausó a un sustento ideológico. Pues aquellos muchachos comprendieron que la lucha era más allá de sus propios barrios, que el mundo era más grande que sus calles, y que todo México vivía una realidad social de injusticia.

Conflictos con la Federación de Estudiantes de Guadalajara (FEG)

La Federación de Estudiantes de Guadalajara tenía un poderío enorme. EL INFORMADOR/ ARCHIVO

No obstante, si bien la educación representó una motivación que expandió los horizontes de sus vidas, también los llevó a encontrar un obstáculo mucho más grande ante la hostilidad de la ciudad, la realidad de Guadalajara, y sobre todo al comprender que la misma universidad era un entorno represivo. Pues en aquellas décadas la Universidad de Guadalajara estaba controlada hasta la raíz por el grupo de la Federación de Estudiantes de Guadalajara (FEG), un mecanismo que servía al gobierno priista, y que a su vez reprimía cualquier intento de insurrección dentro de la casa de estudios.

La FEG estaba conformada por matones que tenían autonomía total para hacer y deshacer a su gusto, y estaban respaldados por todas las autoridades de Jalisco. Su centro de operaciones estaba localizado en el edificio Hermenegildo Romo García, cuya construcción fue financiada directamente por el gobierno de Luis Echeverría, como agradecimiento a la FEG por reprimir todos los movimientos estudiantiles a finales de los 60, durante el contexto de la masacre de Tlatelolco. Durante décadas, aquel edificio fue escenario de desapariciones, asesinatos y torturas que hoy en día siguen impunes.

El Frente Estudiantil Revolucionario 

EL INFORMADOR ARCHIVO

Una vez que aquellos jóvenes de barrio entraron a las aulas de la Universidad de Guadalajara, y se cruzaron frente a frente con el sistema represor de la FEG, el conflicto resultó inevitable. Muchos de los líderes de las pandillas, junto con los grupos de resistencia que ya existían en los distintos centros escolares de la urbe, terminaron por conformar el Frente Estudiantil Revolucionario (FER), un grupo de disidencia cuyo propósito era reducir el poderío de la FEG, y democratizar a su vez a la Universidad de Guadalajara.

Pero no eran más que eso: simples estudiantes, y sus mecanismos de resistencia no pasaban de manifestaciones y protestas, discursos y mítines escolares. La FEG, por otro lado, respondía sin otro intermediario más que el de la violencia, y sus simpatizantes -conocidos coloquialmente como los gorilas- no tenía reparos en desaparecer líderes decisivos, golpear a cualquiera que se les opusiera, e incluso recurrir al asesinato. Los líderes del FER, que crecieron en pandillas urbanas, y que se habían forjado el carácter a golpes, decidieron responder con el mismo lenguaje de la violencia.

Las protestas, muchas veces violentas, eran bastante comunes en la Guadalajara de aquellos años. EL INFORMADOR/ ARCHIVO 

Michel no era estudiante, pero asistía sin reparos a las marchas y mítines convocados por sus compañeros de los vikingos, amigos suyos de San Andrés, y que ahora eran líderes del FER. El desencanto de su adolescencia lo convirtió en un acto de provecho para el mundo, como él mismo lo menciona. “El conocimiento de las ideas de lucha política y subversión llegó en momentos en que yo no le encontraba mucho sentido a mi vida”, escribe en su libro. De modo todos sus sentimientos de amargura y alineación del mundo, típicos de la juventud, los encaminó hacia una causa social en la que hasta el hecho mismo de morir valiera la pena, porque tenía un propósito.

Michel comprendió que las cosas habían cambiado para siempre el día en el que el FER convocó a un mitin en la Escuela Politécnica de la Universidad de Guadalajara. Ya les habían advertido que “fuesen preparados” por si la cosa se ponía fea, considerando los ánimos y la hostilidad de la FEG, y a escondidas Michel llevó consigo una pistola que pertenecía a su padre en su trabajo como velador. A ese grado habían llegado: a temer por sus vidas. El mitin, de acuerdo con sus pronósticos, terminó en tragedia cuando se presentaron los gorilas de la FEG, comandados por su entonces líder, Fernando Medina Lúa, quien bajo el grito “a chingar a su madre, pinches mugrosos”, disparó una ráfaga de metralla hacia el cielo.

EL INFORMADOR/ ARCHIVO

Lo que los gorilas no esperaron nunca es que los miembros del FER les respondieran los disparos, y entonces se desató una balacera que dejó varios muertos, y que terminó con el mismo Fernando Medina Lúa tendido sobre un charco de su propia sangre. Fueron los miembros del FER los que lo socorrieron y llevaron a un hospital para que fuera atendido, pues los gorilas de la FEG huyeron ante el tiroteo imprevisto, y dejaron al líder varado a su suerte. Fernando Medina, no obstante, falleció poco después a causa de sus heridas.

El enfrentamiento en el Politécnico provocó una respuesta feroz por parte de las autoridades, y una violenta campaña de persecución en su contra. Los medios de comunicación, por supuesto, acusaron al FER de ser una asociación delincuencial “que sólo buscaba alterar el orden y la paz al seno de las escuelas”, discurso que adoptó sin cuestionamientos gran parte de la sociedad tapatía. La situación empeoró el 23 de noviembre de 1970, cuando en pleno Centro Histórico fue asesinado a traición uno de los principales dirigentes del FER, Arnulfo Prado Rosas, a quien la misma FEG había convocado para pactar una tregua.

Esto obligó al FER a adoptar una postura más radical y a replantear el propósito de su lucha, pues como Michel menciona, “era necesario oponer la violencia reaccionaria del gobierno burgués la violencia revolucionaria del pueblo”. En todo caso, en ese entonces Michel no era ni estudiante ni líder, de modo que pudo seguir viviendo una vida, en cierto sentido, normal. Lejos estaba de saber que en apenas unos años esto cambiaría en el peor modo posible, y que, acusado de terrorista, sería uno de los hombres más buscados por toda la patria.

La llegada de la Liga Comunista 23 de Septiembre

Miembros capturados de la Liga Comunista 23 de Septiembre. ESPECIAL

En 1972, ante la insistencia de sus padres, Michel se mudó a Tijuana para trabajar, y desde la frontera fue testigo del proceso de radicalización del FER, que pasó de realizar protestas estudiantiles a asaltar bancos. Cuando regresó a Guadalajara se reintegró al FER, donde fue instruido con fundamentos políticos e ideológicos en el proceso exhaustivo que culminaría con la creación de la Liga Comunista 23 de Septiembre, en abril de 1973.

Michel confiesa que este proceso fue difícil, pues en un principio no lograba entender los términos y las teorías confusas de marxismo, socialismo y disidencia que parecían escritas en otro idioma. Al igual que él, cientos de jóvenes no tenían ningún tipo de experiencia política ni conocimiento en aquellos modos de pensamiento, y simplemente seguían los pasos de sus dirigentes, de los que fueron sus compañeros de barrio. No obstante, tanto ellos como Michel ya habían decidido entregarse a la guerrilla desde antes, sin importar el costo, pues estaban decididos a derrocar el sistema capitalista, y a implementar el socialismo en México.    

Los Vikingos fueron el inicio, el FER el paso siguiente, mientras que la Liga Comunista 23 de Septiembre fue la culminación de una ilusión juvenil, a una realidad armada en la que nadie estaba dispuesto a tentarse el corazón. El periódico Madera era el principal medio de difusión de la Liga. Ya no era luchar contra la FEG, contra simples estudiantes armados, sino contra el sistema capitalista, contra las autoridades, contra todo el gobierno. La Liga Comunista 23 de Septiembre realizó ataques directos que marcaron un punto de inflexión irreversible. En Guadalajara, secuestraron al empresario Fernando Aranguren y al cónsul Duncan Williams, episodio que conmocionó a todo el país, y que terminó con el asesinato inesperado de Aranguren como una medida para que el gobierno entendiese que las acciones de la Liga iban en serio.

Luis Echeverría, presidente de México, contratacó con todas sus fuerzas, no sólo por el homicidio del empresario, sino porque su propia hermana estuvo a punto de ser secuestrada por los miembros de la Liga. A partir de entonces se desató una cacería masiva contra los disidentes del régimen. El estado mexicano empleó todos sus recursos para desaparecer, torturar y asesinar a sus detractores, muchas veces con medidas fuera de la ley, y con una tiranía de espanto: un mecanismo del horror. A la fecha sigue habiendo cientos de desaparecidos, raptados durante el periodo más cruento de lo que hoy se conoce como Guerra Sucia.

Todas las fuerzas del orden iban contra aquellos jóvenes, sin importar que fuesen hombres o mujeres, desde la policía municipal, estatal y judicial, los mismos miembros de la FEG, hasta el ejército. “No medimos el tamaño de la fiera”, comenta Michel. La Liga Comunista 23 de septiembre sufrió bajas irrecuperables, además del asesinato de líderes decisivos que también implicaban reveses anímicos en la estructura del movimiento. Michel calcula que al menos mil quinientas personas fallecieron a manos del estado mexicano, víctimas de tortura, de golpes, de entierros clandestinos y cuerpos que nunca fueron recuperados.

La caída: la Prisión de Oblatos 

Aspecto de la antigua penal de Oblatos. EL INFORMADOR/ ARCHIVO 

La mala hora le llegó a Michel la tarde de 1974, en que vigilaba una casa de seguridad junto con miembros de la Liga, para rescatar armas y materiales. Cometieron el error determinante de utilizar un vehículo del que ya habían hecho uso en una operación previa, cuyas placas podrían ser detectables, y en el que cayeron dos compañeros. Mientras discutían si sería prudente permanecer en el vehículo, fueron rodeados por un séquito de hombres armados, los apuntaron con pistolas, y les cortaron toda vía de escape: "No se muevan hijos de la chingada, porque se mueren". Habían sido capturados.

Vinieron los días de interrogatorio, de vejaciones, de torturas. Se les dictó sentencia y cargos por crímenes que nunca cometieron, y fueron llevados a la Prisión de Oblatos, donde fueron recluidos en una parte de la prisión destinada a los criminales más temibles: El Rastro. Dentro de la Penal estaban ya motros miembros de la Liga que habían sido detenidos con antelación. De modo paradójico, fue en la prisión de Oblatos donde Michel terminó por consolidar el pensamiento marxista y socialista que nunca pudo conseguir en su formación apresurada para la Liga. Fue en el encierro donde leyó, y donde reafirmó que, sin importar que estuviese libre, en caso de alguna vez lograrlo, seguiría luchando por la causa.

El escape 

EL INFORMADOR reportó también, en su momento, la fuga de los seis reos de Oblatos. EL INFORMADOR/ ARCHIVO 

No obstante, en ningún momento consideraron plausible la posibilidad de quedarse ahí para siempre. Desde que Michel y sus compañeros llegaron al rastro analizaron la arquitectura del lugar, sus fallas, su lógica interna para encontrar algún punto por el cual escapar. A partir de entonces inició una meticulosa y exhaustiva planeación para escapar de Oblatos. El primer paso consistía en abrir un boquete en la pared del baño de una de las celdas que daba a una de las torres de la Penal, y ésta, a su vez, a la calle. Esto también requería apoyo de los miembros de la Liga que seguían en el exterior, para reducir a los guardias que cada noche patrullaban en el exterior de la prisión. Además era necesario conseguir armas, para lo cual fueron fundamentales las madres de los guerrilleros en sus visitas familiares. 

La madre de Michel no se enteró de las actividades de disidencia de su hijo sino hasta que éste ya era un prisionero. Cuando Michel le expuso su plan de escape su sentimiento natural fue el terror, "los van a matar", le dijo, pero no dudó cuando su hijo le pidió su ayuda para introducir armas a la cárcel. Después de una serie de episodios de desesperación, errores, tropiezos y sucesos dentro de la Penal que los hacían sospechar que ya habían descubierto sus planes, les llegó la hora de consumar su plan. No fue tan rápido como habían contemplado, pues la verdad era que en el exterior la Liga no contaba ni con los recursos ni con las personas para aventurarse en una empresa tan arriesgada considerando que eran un tiro al blanco para todas las fuerzas del orden en México. Tan sólo esperaban el llamado confirmatorio del exterior, y finalmente llegó: escaparían el jueves 22 de enero, de 1976. 

Cuerdas utilizadas por los miembros de la Liga,las cuales usaron para escapar. EL INFORMADOR/ ARCHIVO

Aquello implicó todo una cordinación que trascendió a leyenda. Pues para que Michel y el resto de sus cinco compañeros pudieran salir de Oblatos, a muchos kilómetros de distancia, otros miembros de la Liga se habían infiltrado en una planta de luz para cortar la energía de kilómetros de manzanas, y que ocasionó que la prisión se quedara en penumbras. Una vez la oscuridad se apoderó del recinto carcelario, Michel y sus compañeros pudieron salir al exterior. Hubo un intercambio de disparos con los policías que hacían rondines ocasionales y que estaban apostados sobre el resto de las torres principales, además de los otros miembros de la Liga que en la calle también disparaban contra los guardias que vigilaban la Penal desde camionetas. Esto les permitió amarrar cuerdas que ellos mismos habían elaborado, y por medio de ellas bajaron metros de barda desde la azotea hasta la calle. Después de años de espera y angustia, Michel estaba de regreso en las calles de Guadalajara. 

El final

Antonio Orozco Michel.

Tras la fuga de Oblatos, todas las fuerzas del gobierno mexicano se centraron en la búsqueda de los fugitivos. Los rostros de Michel y sus cinco compañeros aparecieron en todos los periódicos, noticieros y diarios, en los que los calificaban de terroristas. Todos los caminos de Jalisco quedaron vigilados ante la posibilidad de que los prófugos escaparon del estado. En cierto sentido, Michel no pudo disfrutar de su libertad a causa de la cacería implacable. Los familiares de los perseguidos fueron interrogados y vigilados a cada instante. Michel pudo escapar a la Ciudad de México, donde se reincorporó a las actividades de la Liga, y donde finalmente fue capturado un año más tarde, el 11 de abril de 1977.

Durante los años que duró preso, el gobierno mexicano recrudeció su campaña de hostilidad contra los miembros restantes de la Liga Comunista, en un baño de sangre, crueldad y tortura cuya impunidad superó las décadas. Todos aquellos jóvenes que lucharon por sus ideales, y que creyeron que podrían construir un México mejor, fueron masacrados a mansalva por el mecanismo del Estado. 

Michel se casó, tuvo dos hijos. Hoy camina por las mismas calles de San Andrés donde alguna vez la rebeldía cruzó el corazón de sus adolescentes, y los llevó a la lucha armada. Hoy en día su nombre es un ejemplo para decenas de jóvenes que siguen los ejemplos de disidencia, y ofrece a corazón abierto sus experiencias, sus vivencias; escucha a los adolescentes. Su presencia es un ejemplo claro de un hombre que en su juventud defendió una causa en la esperanza de un bien mayor, y que estuvo dispuesto a entregar su propia vida en el ideal de construir un México mejor, más justo, y más libre. 

FS

Sigue navegando