Entretenimiento
Conmocionan Los Amigos Invisibles
Con rock, salsa, cumbia, jazz y demás sonidos latinos los venezolanos llevaron a su público de un extremo a otro
GUADALAJRA, JALISCO (19/AGO/2011)- Noventa minutos de música en vivo fueron suficientes para que Los Amigos Invisibles dejaran al borde de la locura a las miles de jóvenes almas que llenaron el Teatro Estudio Cavaret el jueves por la noche. Con rock, salsa, cumbia, jazz y demás sonidos latinos los venezolanos llevaron a su público de un extremo a otro, jugaron con sus emociones y las explotaron hasta hacer del lugar un salón de baile desenfrenado.
Aparecieron los músicos y comenzaron a hacer lo suyo, y los jóvenes asistentes ya estaban constreñidos frente al escenario prestando toda su atención con sonrisas ansiosas por comenzar la fiesta, pero fue hasta que Julio, el vocalista, apareció de las penumbras cuando la juvenil energía salió a modo de una vibrante ovación, que no se detendría hasta casi dos horas más tarde.
“Qué rico” fue la canción encargada de abrir la fiesta desde la trompeta, saxofón, guitarra, percusiones, bajo y teclados que retumbaron casi ininterrumpidamente a lo largo del concierto, y que para ciertos temas se hicieron acompañar por el sonido del pandero y el güiro, desde las manos del vocalista.
Los asistentes comenzaban a aclimatarse a los ritmos de la banda cuando apenas en la quinta canción sonó lo que parecía ser I Got a Feeling, de Black Eyes Peace, extrañados y desconcertados comenzaban a aceptarla cuando irrumpió de lleno la música latina que daba entrada a En Cuatro, tema agradecido por los jóvenes que alzaban con fuerza los brazos, incitados por Julián.
“¿Quién dice que México no baila salsa?” preguntó el vocalista justo antes de hacer sonar Esto es lo que hay, fue hasta entonces que los presentes hicieron espacio en el apretado lugar para tomar a su pareja y bailar la salsa como se debe, aunque hubo otros que no necesitaron de compañía para sacudir el cuerpo al son de ésta y las demás canciones.
Mientras la juventud chocaba entre sí al cantar, bailar y desplazarse por las bebidas, sobre el escenario Los Amigos Invisibles también se ponían cómodos: Armando se despojó de su camisa y quedó en short tocando el teclado el resto de la noche, mientras Cheo no se cansaba de agitar su abundante cabello rizado ni de tocar minuciosamente la guitarra, la cual maneja con erudición y éxtasis.
Cuando Mentiras comenzaba a tomar forma, las voces se enardecieron al cantarla y bailarla, fue la primer dosis adrenalina que Los Invisibles propinaron al público, y que más adelante continuaron con Plastic Woman, Dulce, alcanzando el éxtasis de los presentes con Viviré para ti y La Vecina.
La pantalla que se encontraba al fondo de los músicos y las luces que hacían todo tipo de efectos ayudaron a hipnotizar al público, que coreaba y se movía con vehemencia, ahora en el turno de Cuchy cuchy.
Luego vino un solo de guitarra muy rockera, cortesía del extasiado Cheo, pero después de unos minutos de protagonismo se hizo acompañar del viento de las trompetas y los golpes de las percusiones, convirtiéndose en una pieza de cumbia: El baile del sobón, con la que siguieron el juego de ritmos.
“A los (fans) nuevos, bienvenidos a la familia” dijo Julio antes de ser ovacionado, de despedirse y retirarse del escenario junto con sus músicos, pero no pasó mucho cuando estaban de regreso, ahora con un solo de saxofón, era el turno de Playa Azul. Luego de tres canciones se despidieron una vez más, pero sin intención de terminar aún el espectáculo regresaron con Diablo, pues la energía de los jóvenes seguía como al inicio, y aunque algunos ya bañados en cerveza la fiesta llegaba a su fin.
“Mi canción favorita no la tocaron, la de Óyeme nena, pero de todos modos me gustó bastante”, dijo Erick forzando la garganta para hablar al terminar el concierto. Para otro de los asistentes “la de ‘esas son puras mentiras’ me gustó mucho, pagué como 300 pesos por la entrada pero podría pagar como mil” contó con dificultad Piero, un alemán que salió encantado de Teatro. Para Paulina Castellón “valió bastante la pena, me encantaron Yo lo sé y Mentiras”, “me duelen los pies, no paré de bailar” se quejaba un toluqueño al finalizar el espectáculo.
En un concierto donde todo lo ofrecido por los venezolanos se dejó ver bien organizado, Los Amigos Invisibles le cumplieron a su público tapatío, que con el pretexto, como ellos lo llamaron, de sus 20 años de carrera, lograron conmocionarlos con música, fiesta y ambiente 100% latino.
EL INFORMADOR / VIOLETA MELÉNDEZ
Aparecieron los músicos y comenzaron a hacer lo suyo, y los jóvenes asistentes ya estaban constreñidos frente al escenario prestando toda su atención con sonrisas ansiosas por comenzar la fiesta, pero fue hasta que Julio, el vocalista, apareció de las penumbras cuando la juvenil energía salió a modo de una vibrante ovación, que no se detendría hasta casi dos horas más tarde.
“Qué rico” fue la canción encargada de abrir la fiesta desde la trompeta, saxofón, guitarra, percusiones, bajo y teclados que retumbaron casi ininterrumpidamente a lo largo del concierto, y que para ciertos temas se hicieron acompañar por el sonido del pandero y el güiro, desde las manos del vocalista.
Los asistentes comenzaban a aclimatarse a los ritmos de la banda cuando apenas en la quinta canción sonó lo que parecía ser I Got a Feeling, de Black Eyes Peace, extrañados y desconcertados comenzaban a aceptarla cuando irrumpió de lleno la música latina que daba entrada a En Cuatro, tema agradecido por los jóvenes que alzaban con fuerza los brazos, incitados por Julián.
“¿Quién dice que México no baila salsa?” preguntó el vocalista justo antes de hacer sonar Esto es lo que hay, fue hasta entonces que los presentes hicieron espacio en el apretado lugar para tomar a su pareja y bailar la salsa como se debe, aunque hubo otros que no necesitaron de compañía para sacudir el cuerpo al son de ésta y las demás canciones.
Mientras la juventud chocaba entre sí al cantar, bailar y desplazarse por las bebidas, sobre el escenario Los Amigos Invisibles también se ponían cómodos: Armando se despojó de su camisa y quedó en short tocando el teclado el resto de la noche, mientras Cheo no se cansaba de agitar su abundante cabello rizado ni de tocar minuciosamente la guitarra, la cual maneja con erudición y éxtasis.
Cuando Mentiras comenzaba a tomar forma, las voces se enardecieron al cantarla y bailarla, fue la primer dosis adrenalina que Los Invisibles propinaron al público, y que más adelante continuaron con Plastic Woman, Dulce, alcanzando el éxtasis de los presentes con Viviré para ti y La Vecina.
La pantalla que se encontraba al fondo de los músicos y las luces que hacían todo tipo de efectos ayudaron a hipnotizar al público, que coreaba y se movía con vehemencia, ahora en el turno de Cuchy cuchy.
Luego vino un solo de guitarra muy rockera, cortesía del extasiado Cheo, pero después de unos minutos de protagonismo se hizo acompañar del viento de las trompetas y los golpes de las percusiones, convirtiéndose en una pieza de cumbia: El baile del sobón, con la que siguieron el juego de ritmos.
“A los (fans) nuevos, bienvenidos a la familia” dijo Julio antes de ser ovacionado, de despedirse y retirarse del escenario junto con sus músicos, pero no pasó mucho cuando estaban de regreso, ahora con un solo de saxofón, era el turno de Playa Azul. Luego de tres canciones se despidieron una vez más, pero sin intención de terminar aún el espectáculo regresaron con Diablo, pues la energía de los jóvenes seguía como al inicio, y aunque algunos ya bañados en cerveza la fiesta llegaba a su fin.
“Mi canción favorita no la tocaron, la de Óyeme nena, pero de todos modos me gustó bastante”, dijo Erick forzando la garganta para hablar al terminar el concierto. Para otro de los asistentes “la de ‘esas son puras mentiras’ me gustó mucho, pagué como 300 pesos por la entrada pero podría pagar como mil” contó con dificultad Piero, un alemán que salió encantado de Teatro. Para Paulina Castellón “valió bastante la pena, me encantaron Yo lo sé y Mentiras”, “me duelen los pies, no paré de bailar” se quejaba un toluqueño al finalizar el espectáculo.
En un concierto donde todo lo ofrecido por los venezolanos se dejó ver bien organizado, Los Amigos Invisibles le cumplieron a su público tapatío, que con el pretexto, como ellos lo llamaron, de sus 20 años de carrera, lograron conmocionarlos con música, fiesta y ambiente 100% latino.
EL INFORMADOR / VIOLETA MELÉNDEZ