Cultura

‘‘Des-concierto’’

El guitarrista Enrique Flórez, solista con la Orquesta Filarmónica de Jalisco

GUADALAJARA, JALISCO.- En el sentido estricto de la palabra, por supuesto que el del viernes en el Teatro Degollado fue un concierto, entendido como “función de música en que se ejecutan composiciones sueltas”. Por la integración del programa -cuarto del ciclo “México de mis amores” de la Orquesta Filarmónica de Jalisco (OFJ)- y, sobre todo, por la respuesta del público, quizá sería más propio llamarlo “des-concierto”.

Hubo, sí, ovaciones al final de la velada. Faltaría saber si las aclamaciones que desgranó el público al cabo de las Cuatro Danzas Sibilinas, de Eduardo Angulo, se debieron a que el suplicio había llegado a término… o si llevaban una carga de ironía.

Se dirá que sobre gustos no hay nada escrito. Y sí… Sólo que hay fórmulas de eficacia ya probada, que repiten sistemáticamente casi todas las orquestas del mundo. Se dirá, también, que resulta plausible incorporar obras de autores mexicanos en los programas de la llamada música culta. Sólo que la fórmula, en ese aspecto, consiste en incorporar una o dos obras al lado de otras tantas del repertorio tradicional -los despectivamente llamados “caballos de batalla”- con las cuales el público ya está familiarizado.

Ese canon se quebrantó esta vez, con pobres resultados. A cambio de la ya señalada ovación final, hubo palmas tibias para La Huasteca (especie de arreglo sinfónico de un bullanguero popurrí de melodías folclóricas de la Huasteca, precisamente), de varios compositores. Otro tanto -qué pena- para Enrique Flórez y su versión (deslavada y un tanto errática, al decir de los entendidos) del hermoso Concierto para guitarra y orquesta, de Salvador Bacarisse, con ecos del estilo renacentista y con claras alusiones a La luna de Valencia.

Menos que eso, en la segunda parte del programa, para el Son, de Arturo Márquez. Si sus “danzones” han adquirido carta de ciudadanía en el gusto del melómano, su Son se limita a ser una ensalada de Revueltas con Stravinsky; una feria de pitos y tamborazos que nada tiene que ver -ni por ritmo ni por estilo- con el título. Los aplausos, en todo caso, fueron de mera cortesía para los músicos: si esa obra es difícil de oír, seguramente es tanto o más difícil de tocar. Lo cual, sin embargo, de ninguna manera la redime.

Enrique Radillo, director asistente de la OFJ, estuvo en el pódium. Además del exceso de movimientos corporales, la concertación con el solista, en la segunda pieza del programa -que se repite hoy, por cierto, a partir de las 12:30 horas-, tuvo varias notorias imperfecciones.

Lo mejor de todo: que la velada fue breve. A las diez y cinco de la noche ya estábamos en la calle… anhelando, quizá, tropezarnos con el ánima de “El Bizco-Chon”.

Jaime García Elías

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