Cultura

Capirotada musical

La soprano Bárbara Padilla canta con la Orquesta Filarmónica de Jalisco, dirigida por Héctor Guzmán

GUADALAJARA, JALISCO.- Por la respuesta del público -sala casi llena, ovaciones entusiastas…-, cualquiera diría que se cumplió, al pie de la letra, que “no hay quinto malo”. Sin embargo, a la velada del viernes en el Teatro Degollado, en el quinto programa de la primera temporada de la Orquesta Filarmónica de Jalisco (OFJ) en el Teatro Degollado, habría que ponerle sus matices…

La soprano Bárbara Padilla, en materia de palmas, se llevó la noche. El programa de mano repitió el lugar común: “Ganadora del segundo lugar en el concurso de talento más grande del mundo (¡…!), America’s Got Talent”. (Reedición, pues, supuestamente, aunque sea en mínima escala, de los Paul Pott y Susan Boyle). En la práctica, una cantante guapa, simpática, con evidente educación, cierta agilidad vocal y algunas tablas; en compensación, dueña de una voz pequeña, quebradiza e insegura; insuficiente para las ornamentaciones belcantísticas. Víctima, además, en varios pasajes de su intervención, no sólo de sus propias pifias, sino, sobre todo, de las desmesuras de la batuta de Héctor Guzmán. Si en Si, mi chiamano Mimi, de La Bohème; Visi d’arte, de Tosca; Un bel di vedremo, de Madama Butterfly; y O mio babbino caro, de Gianni Schicchi, todas de Puccini, la orquestación se compadeció de sus evidentes limitaciones, ya en Quel guardo il cavaliere, de Don Pasquale, de Donizetti, pero especialmente en A fors’é lui-Sempre libera, de La Traviata, de Verdi, y en las canciones mexicanas (Aquellos ojos verdes y Júrame) que cerraron su participación, la masa orquestal fue un alud que por momentos la aplastó inmisericordemente; la volvió inaudible.

Lo mejor, objetivamente, fue el Huapango de Moncayo, que cerró el programa. Lectura pulcra, tempo justo, fraseo impecable, dosificación equilibrada de la sonoridad de las secciones. Casi de antología.

En la primera parte del programa -algo muy propio de la cuaresma: la capirotada-, el estreno en Guadalajara de Piñata: en teoría, obertura para orquesta; en la práctica, una especie de sound-track de película que va del suspenso a la comedia, “dentro de las técnicas modernas de la composición”, como decía, enigmáticamente, el programa de mano.

El plato fuerte -según las notas de prensa previas- fue la suite de concierto El mandarín milagroso, de Bartók. Muy aplaudida por algunos delirantes, que consiguieron contagiar al público, la partitura es discontinua, pletórica de disonancias, carente de una línea melódica memorable. El grado de dificultad en la ejecución de la obra es inversamente proporcional a los resultados, en términos de estética. Alguien podrá considerarla “interesante”; difícilmente habrá quien la crea bella. Algún día se sabrá si el público que la aclamó es vanguardista, postmoderno… o, simplemente, esnob.

El programa, íntegro, se repite en el mismo lugar, este mediodía, a partir de las 12:30 horas.

Jaime García Elías

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