Viernes, 19 de Abril 2024
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Jalisco

Un recorrido por las cantinas tradicionales de Guadalajara: anécdotas de tapatíos

Las cantinas forman parte de la cultura diaria de Guadalajara. Algunas existen desde hace más de 100 años, y guardan muchas historias en el corazón de los tapatíos 

FaustoSalcedo

La rutina lleva siendo la misma desde casi seis décadas en su vida. Se ajusta el saco, los pantalones de vestir y los zapatos relucientes, y camina a solas por las calles del Centro Histórico, que cada vez reconoce menos por las remodelaciones constantes y las hordas de turistas. Nunca va acompañado; hace mucho que sus amigos más cercanos murieron, y en realidad siempre se sintió más cómodo en las costumbres de la soledad.

Llega a la Plaza de la Liberación y entonces gira rumbo a Pino Suárez, en un recorrido que podría hacer con los ojos cerrados. Desde la esquina escucha el estrépito de la música, se le escapa un suspiro, se acomoda el saco con la misma inspiración de sus veinte años, y se adentra sin contratiempos en La Fuente. Se sitúa en un lugar desde donde pueda disfrutar de los ámbitos pero sin ser parte de los mismos; desde donde pueda ver las manos mágicas del pianista y cantar sin que nadie lo moleste, y pide lo que ha pedido desde siempre: una cerveza y un caballito de tequila.

Una escena cotidiana en la cantina la Fuente. EL INFORMADOR/ARCHIVO

Luis José Acévez nació en Guanajuato en 1944, pero llegó a Guadalajara cuando tenía cinco años, y desde entonces no ha vuelto a marcharse. Se considera a sí mismo un tapatío legítimo. "No conozco otro lugar que esta ciudad", afirma. La primera vez que puso un pie en La Fuente fue cuando tenía quince, llevado por su propio padre. Aquel día remoto, sentados lado a lado sobre la barra, su padre le confesó sin preámbulos que tenía una segunda esposa y familia, y que pensaba abandonar a la mamá de José.

“Aquel día empecé a vivir” asegura José. “Fue la primera vez que mi padre me habló de hombre a hombre. Antes sólo me regañaba y me pegaba”. La Fuente, con su atmósfera única, representó una distracción para sus tristezas juveniles, y poco a poco José fue llevando a sus amigos, colegas y compañeros de trabajo, hasta que se volvieron clientes recurrentes en sus tardes de domingo inspiradas por boleros románticos y amores no correspondidos.  No obstante, José jamás volvió a ocupar el mismo sitio en el que su padre, tantos años atrás, le hizo la confesión que le cambió la vida. "A la barra ni me acerco", dice, con una sonrisa triste. 

Cien años con los tapatíos

La Fuente es tan popular que dentro de ella incluso se han filmado películas. EL INFORMADOR/ARCHIVO

Desde 1921, la Fuente ha sido por muchos años uno de los lugares más icónicos del Centro Histórico de Guadalajara, con sus noches largas donde pululan los mariachis que estremecen los corazones de los comensales como un viento de paso, con la voz de estrépito del pianista solemne cuya voz retumba por todos los recintos sin la necesidad de un micrófono, y con la imagen de la bicicleta polvorienta aguardando sin éxito el regreso de su dueño.

Ya centenaria, la Fuente ha estado presente en el imaginario tapatío incluso desde antes que se construyera, en la misma manzana, el Congreso del Estado de Jalisco. El nombre proviene del establecimiento original, ubicado sobre la calle Hidalgo, pero a raíz de las remodelaciones llevadas a cabo por el gobernador González Gallo a mediados del siglo pasado, en las que restructuró de raíz la lógica del Centro Histórico, la Fuente pasó a la calle Pino Súarez #78, donde sigue al sol de hoy.

Antes de que existiera la Plaza de la Liberación, detrás de la Catedral había dos manzanas de calles, como se puede apreciar en la fotografía. EL INFORMADOR/ARCHIVO

Por muchas décadas el único acceso permitido era para los hombres y esto no cambió sino hasta la década de los 80. A través de los pasillos largos de la Fuente han desfilado todo tipo de personalidades: actores, deportistas, cantantes, gobernadores del estado, diputados y escritores.

Luis José Acévez sigue asistiendo a la cantina porque es uno de los pocos lugares que le recuerdan al Jalisco que ya no existe, a la Guadalajara que se fue, aunque en el fondo reconoce que quizás sea una trampa de sus melancolías. “Sí ha cambiado la Fuente” admite. “Ahorita ya ves de todo, hay mucho extranjero, mucho joven colorido que como contrasta con el lugar, ¿no?”, se carcajea. No obstante, aunque la modernidad le deja el sentimiento de que está siendo relegado, la Fuente sigue siendo para él un sitio donde puede sentarse a recordar y a suspirar. “Voy a seguir viniendo hasta que ya no pueda caminar”, finaliza.

La cantina más antigüa de Guadalajara: "La sin rival"

La "sin rival" se encuentra en la misma esquina desde hace 124 años. ESPECIAL/Google Maps

A dos kilómetros de distancia, sobre la Calzada Independencia y esquina con la calle Gante, “La sin rival” ostenta el título de ser la cantina más antigua de Guadalajara, o, al menos, la primera en obtener el permiso oficial para vender alcohol en sus recintos. Con 124 años de existencia, previa al periodo revolucionario, la "Sin Rival" ya tenía sus puertas abiertas cuando Porfirio Díaz envejecía en el otoño de su presidencia eterna, y cuando Guadalajara estaba dividida por el río San Juan de Dios, muchos años antes de que fuera entubado y se construyera encima la Calzada Independencia.

De acuerdo con el libro Los decenios de Guadalajara, de Guillermo Gómez Sustaita, la cantina legendaria ya estaba presente cuando el lago de Chapala quedaba a tres horas de distancia del área metropolitana, cuando el Agua Azul no era un parque sino manantiales de agua fresca, y cuando en Guadalajara seguía existiendo la pena de muerte. En los años de gloria de la "Sin rival", al construirse la Central Camionera en la década de los 50, en su barra llegaron a sentarse personalidades de la época de Oro del cine mexicano, actores y cantantes tales como Pedro Infante, Javier Solís y Agustín Lara, que tomaron los tragos legendarios por los cuales la cantina sigue siendo visitada hoy en día.

Obras de entubamiento del río San Juan de Dios. Antes de que este proyecto iniciara siquiera, la "Sin rival" ya existía en Guadalajara. EL INFORMADOR/ARCHIVO 

El "Mascusia"

El "Mascusia", sobre la concurrida Javier Mina. ESPECIAL/Google Maps

Otra de las cantinas icónicas de Guadalajara es el "Mascusia", fundada en 1928 en las postrimerías de la Guerra Cristera, y cuyo nombre original era la "Oriental", localizada en las calles Dionisio Rodríguez y Alfareros. El nombre “Mascusia” es el resultado de un juego de palabras entre los comensales más asiduos en torno a la palabra “mascullar”. La Oriental estaba muy cerca de la ya extinta plaza de toros el Progreso, la cual era una de las construcciones más icónicas de la ciudad hasta que fue demolida en 1979 para dar paso al recorrido de la Plaza Tapatía.

Uno de los distintivos de la "Oriental" era que el propietario original, además de la diversidad de tragos y cócteles, ofrecía a sus comensales botanas para degustar junto con sus bebidas. Y no cualquier clase de botanas, sino platillos específicos que le daban un sabor adicional y único a la experiencia de cantina. Ante la restructuración que conllevó la creación de la Plaza Tapatía, El "Mascusia" se trasladó sobre la avenida Javier Mina, donde permanece al día de hoy con su cualidad de botanero, y el negocio creció al grado en el que hay varias sucursales desperdigadas a lo largo de la ciudad, cada una con su atmósfera única.

La extinta plaza de toros el Progreso, localizada a un costado del Hospicio Cabañas, y demolida en 1979. EL INFORMADOR/ARCHIVO

El "Mascusia": un rincón de amores 

Ambiente diario del Mascusia, una de las cantinas por excelencia de Guadalajara. ESPECIAL/Google Maps

Julián* recién cumplió sus 25 años. Su rutina también es la misma desde que tenía 18, y sólo fue interrumpida por las incertidumbres de la pandemia. Desde la calle de Javier Mina escucha el alboroto interno del "Mascusia", sus conversaciones indistinguibles, la música de corazones rotos y amores eternos. Raras veces va acompañado, pues ha comprendido que en soledad le es más fácil cumplir su propósito. Como siempre, llega al "Mascusia" fajado, con la playera impecable, una tejana negra y oloroso a colonia de flor de naranjo, y pide lo de siempre: un cantarito, una cerveza, un cigarro y un shot de tequila, y se deja sorprender por el menú del día. Su presencia no perturba a nadie. Pero él tiene la mirada atenta. 

Los motivos de Julián para visitar las cantinas no tienen nada que ver con la melancolía ni con las canciones del ayer, sino con las razones del corazón. Julián encontró en estos recintos tapatíos un submundo en el que se facilitan los amores clandestinos. Las cantinas, asociadas con la masculinidad, son sitio de reunión de hombres que, como él, a veces se presentan con tejanas y bigotes de revolucionario, pantalones apretados y fajos piteados, y que se desenvuelven entre sí en una jerga característica.

Interior del "Mascusia". ESPECIAL/Google Maps

Pero Julián sabe leerles los ojos, y es diestro en ese lenguaje secreto de miradas y señales discretas cuyo único propósito son los romances de la noche. “Basta con una mirada”, indica, y asegura que más de la mitad de los amores de su vida se han dado al amparo de los boleros románticos, los solitarios empedernidos, los borrachitos de la medianoche y la atmósfera enrarecida de cigarro del "Mascusia". Recuerda en especial aquella ocasión que estaba triste y que visitó el bar sin otras intenciones más que cantar sus tristezas, cuando la cantina se estremeció con la llegada de un vaquero alto, con el bigote rubio, y los ojos más tristes del mundo.

"Se me detuvo el pulso", se carcajea Julián. Toda la noche estuvieron mirándose, y cuando el lugar fue quedándose vacío, finalmente el vaquero se le puso enfrente y lo invitó a bailar un bolero trágico de Ramón Ayala. A nadie pareció importarle. Julián afirma que el vaquero inesperado era al menos veinte años mayor que él, y que hablaba como poeta. "Salimos de aquí del "Mascusia" agarrados de la mano como si nos conociéramos de siempre, nos fuimos a la plaza de los mariachis y ahí nos quedamos platicando hasta que amaneció. No le pedí su número, ni nada. Ni siquiera nos besamos. Y desde entonces he regresado al "Mascusia" y no he vuelto a verlo. Fue una de las noches más felices de mi vida". 

“Es como cuando de pronto salen flores entre las grietas del pavimento”

ESPECIAL/Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México (INEHRM)

A Julián no le agradan ni los bares juveniles ni los muchachos de su edad; son estos rincones de cerveza quemada, retratos en blanco y negro, baños sucios y rocolas antiguas los que lo hacen feliz. Le fascina que existan esas treguas cotidianas, esas felicidades instantáneas en ese ambiente de masculinidades rígidas, de hombres casados y solteros desencantados, padres de familia tristes y aficionados al deporte. “¡De vez en cuando te encuentras cada cosa!”, exclama Julián. “Es como cuando de pronto salen flores entre las grietas del pavimento”, concluye.

*Nombre cambiado a petición del entrevistado

Con información de Gobierno de Jalisco

FS