Viernes, 31 de Octubre 2025
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'Y vosotros, ¿quién decís que soy?'

Cristo encarnado, en su humanidad y su divinidad, es el centro de nuestra religión

Por: EL INFORMADOR

Para Jesús el mejor testimonio de la fe en el Padre son las obras.  /

Para Jesús el mejor testimonio de la fe en el Padre son las obras. /

LA PALABRA DE DIOS

PRIMERA LECTURA

Lectura del libro de Isaías (50,5-9a):

“¿Quién tiene algo contra mí? Que se me acerque. Mirad, el Señor me ayuda, ¿quién me condenará?”

SEGUNDA LECTURA

Lectura de la carta del apóstol Santiago (2,14-18):

“¿De qué le sirve a uno, hermanos míos, decir que tiene fe, si no tiene obras?”.

EVANGELIO

Lectura del santo evangelio según san Marcos (8,27-35):

“Y vosotros, ¿quién decís que soy?”.

GUADALAJARA, JALISCO (13/SEP/2015).- El Señor Jesús, el Maestro, planeó una reunión con sus 12 discípulos; Él y ellos, nada más.

Lejos, en Cesarea de Filipo, fue el lugar escogido para su reunión, por varios aspectos trascendentes.

Ya en esa intimidad planeada, encontrada y solo para ellos, el Señor inició el diálogo con dos preguntas. Esta fue la primera: “¿Quién dice la gente que soy yo? “Esa primera pregunta fue la obertura, el Norte, la entrada al momento solemne que vendría luego. Los discípulos le respondieron: “para unos, tú eres Juan el Bautista; para otros, Elías (profeta de la antigüedad), y para otros, alguno de los profetas”. Ahora ya venía la auscultación directa a ellos, amigos, seguidores, testigos absortos de sus milagros y con mentes abiertas para recibir los raudales de luz de sus palabras.

Para ellos, cercanos a Él, generosos al dejar sus redes, sus barcas, su trabajo, sus casas, sus familias.

“¿Y ustedes, quien dicen que soy Yo “¿Antes de presentar la respuesta pronta, vigorosa, inspirada, de Simón Pedro, Cristo eterno siempre vivo y presente hace esa misma pregunta al hombre apresurado del siglo XXI.

Para tí, estudiante de la universidad; para tí obrero de frente empapada por el sudor; para el ama de casa, el intelectual, el empresario, el político, el artista, para todos, va dirigido el “¿Quién soy yo?”.

Es saludable no traer en este momento las muchas respuestas de los enfermos de soberbia; y tampoco las respuestas vanas y vacías de los ignorantes.

La gran respuesta de Simón, el pescador de Galilea es: “tu eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”.

Esta ha sido la respuesta de más de 20 siglos de cristianismo.

Cristo encarnado, en su humanidad y su divinidad, es el centro de esta religión, el cristianismo. Es el elemento intelectual, porque su doctrina es Él mismo, es el dogma y la revelación, la realidad de Dios en que se cree. Es el centro de la revelación, es Emmanuel —Dios con nosotros—.

El Cristo histórico es el modelo, el ejemplar perfecto a quien seguir en el empeño de vida interior, de perfección, donde sugiere, refrena, modela, aconseja y amonesta.

Cristo lo llena todo, es la síntesis doctrinal, ritual y espiritual.

“El que quiera venir en pos de mi, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame”. Esas palabras fueron y son duras de entender y difíciles para vivirlas. Nunca ha sido fácil ser cristiano; el seguimiento de Cristo es para los intrépidos. Hay jóvenes del siglo XXI que al escuchar la invitación, han respondido con un sí hecho de vida, de entrega. Nunca han faltado, nunca faltarán. Cristo, el Mesías, siempre llama y espera respuesta.

José Rosario Ramírez M.

En nuestras obras, está la fe

La liturgia de esta semana cuestiona fuertemente nuestra experiencia con el Padre, la cual tiene que ser profunda y viva, capaz de iluminar nuestra vida y de quien comparte a diario con nosotros. Por ello, Isaías presenta al siervo como un hombre dócil y lleno de confianza que se entrega a pruebas muy duras porque cuenta con la ayuda de Dios. La historia es entendida como un todo, y ésta es llevada adelante por la sabiduría de Dios. Requiere de un corazón que atienda a la palabra divina, apegada a la realidad.

En una sociedad donde el hambre, la miseria, arrebata la alegría, Jesús tiene que hacerse presente, solidario con los pobres y afligidos, en cada una de nuestras personas. Así es que en la segunda lectura Santiago nos dice que el que afirma creer en Cristo sin demostrarlo con las obras se pone en la línea del Demonio que, ciertamente, cree en Dios, pero obra de manera opuesta a sus mandatos. La salvación supone fe, pero no basta una fe teórica. La fe autentica lleva, necesariamente, al obrar. En la pequeña parábola cuestiona la actitud de los que teniendo la posibilidad de socorrer al hermano necesitado, sólo se conforman con hacerlo de palabra. Esta falsa caridad es hipócrita y a los oídos del indigente suena como  ironía o sarcasmo. Para Jesús el mejor testimonio de la fe en el Padre son las obras. Así como el árbol manifiesta que tiene vida con sus frutos, la fe de una persona se percibe por sus hechos. Pero si alguien dice tener fe y no dar frutos, tal fe sería, una fe muerta, estéril y ociosa, que no merece llamarse fe.

Jesús en el Evangelio cuestiona a sus apóstoles, pues de su testimonio convencido podrán entender los demás. La confesión, sin titubeos, del señorío de Cristo marca un progreso en la vida espiritual de los discípulos. Es imprescindible contar con pregoneros decididos y constantes, si no se les ha conducido a una firme aceptación del señor. La fuerza del testimonio depende de la fuerza de la fe.  Es natural rechazar el sufrimiento y la humillación, pero es sobrenatural aceptarlos como parte del camino de fe que lleva a la salvación. La invitación a abrazar la cruz es la más clara exhortación a vivir con espíritu de sacrificio, hasta la negación de sí mismo. El creyente tiene que hacer vida la experiencia del Padre, sabiendo que la salvación y el Reino se construyen dándose, entregándose, luchando contra su antítesis: el egoísmo y la soberbia.

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