Viernes, 17 de Mayo 2024
Suplementos | Por: Vanesa Robles

Voladores de Papantla a la mano

Un artesano sacó los juguetes del ring, les pegó un gorro cónico coronado por un penacho, los vistió y los hizo ''hombres pájaro''

Por: EL INFORMADOR

Hombres pájaro… de plástico.  Pequeños luchadores de plástico dejan el ring para fungir como uno de los voladores de Papantla.  /

Hombres pájaro… de plástico. Pequeños luchadores de plástico dejan el ring para fungir como uno de los voladores de Papantla. /

GUADALAJARA, JALISCO (05/AGO/2012).- Benjamín hizo al hombre a su imagen y semejanza. No nada más lo hizo ni nada más hizo uno. También lo vistió, le armó un bastidor, lo amarró de una hilaza y lo echó volar. Lo hizo volador de Papantla. Luego lo trajo a los alrededores de la Avenida Chapultepec, en Guadalajara.

¿Que de dónde es Benjamín? Hasta la pregunta ofende. Del Norte de Veracruz, señor. Del municipio de Papantla, muy cerca de Puebla. ¿Conoce por allá? No le hace. Mucha vainilla allá y aquí traigo un bonito recuerdo…

Además de voladores, los de Papantla resultaron ingeniosos.

Saque alrededor de 200 pesos, según logre el regateo; póngalos en las manos de Benjamín y usted obtendrá una escala perfecta —como Dios la habría hecho—, de esa manía que tienen los papantecos de tirarse de cabeza desde la cumbre de un poste de hasta 40 metros de altura.

¿Nada más había oído de ellos? Ahora los puede ver y los puede echar a volar. Llévese una reproducción casi exacta de una costumbre a la que la UNESCO declaró Patrimonio no material de la Humanidad, en 2009.

Los voladores de Papantla de Benjamín echaron mano de esa extraña mezcla que tienen los mexicanos entre el ingenio y la tradición, mezcla que por extrañas razones no ha hecho de México una primera potencia.

En la vida real, la infraestructura para los voladores de Papantla consiste en un tronco árbol (de entre 20 y 40 metros), incrustado en el piso; un mecanismo giratorio en la parte superior, llamado tecomate, y un bastidor cuadrado desde el cual cuatro hombres saltan al vacío, de cabeza, atados por la cintura de unas cuerdas, que también están amarradas alrededor del mástil. Estos hombres pájaro dan trece giros, mientras descienden al suelo. En cada vuelta las cuerdas se desenrollan del mástil. Mientras, desde las alturas del tronco y apoyado en la nada, otro señor, llamado caporal, golpea el tambor, silba la flauta y saluda a los cuatro puntos cardinales.

En la obra de Benjamín, la infraestructura para los voladores de Papantla consiste en un palo rojo de un poco más de medio metro, adornado sobre un hijo azul y clavado a una base de madera cuadrada; un tecomate, y un bastidor cuadrado, desde el cual cuadro hombrecitos, de 10 centímetros, saltan al vacío, de cabeza, atados por la cintura de unas hilazas… Sólo falta la música en vivo.

Al vuelo de los pájaros


La historia oficial nos ha contado que los indígenas de Mesoamérica no hacían nada por pura diversión, pues cada actividad se la dedicaban a los dioses, que eran abundantes. La UNESCO explica así el caso de los voladores de Papantla: “Su objeto es expresar el respeto hacia la Naturaleza y el universo espiritual (…) Giran imitando el vuelo de los pájaros (…) Cada variante de la danza ritual representa un medio de hacer revivir el mito del universo (…), propicia la comunicación con los dioses e impetra la prosperidad”.

Por si fuera poco, alguien calculó que si cada uno de los cuatro voladores da 13 vueltas, la multiplicación da 54. Ese mismo, u otro, concluyó que los voladores tienen que ver con la divinidad, porque en los calendarios prehispánicos 54 años hacen un ciclo similar al siglo.

Esa relación cabalística es la única cosa que Benjamín no hizo exactamente como sus ancestros totonacas. Sus voladores dan cinco vueltas, antes de llegar a la superficie y no son de carne y hueso —menos mal—, sino de plástico.

La otra es que no siempre han sido voladores. Antes de que Benjamín los tocara eran luchadores enmascarados, de los que venden en las tiendas de la calle Juan Manuel, en el Centro de Guadalajara.

Un día llegó Benjamín, con la necesidad de comer y el pensamiento húmedo de cultura totonaca. Ese día los pequeños luchadores pasaron de un cuadrilátero de mentiras a un palo de Papantla a escala.

El plus es que por más bien hecho que esté el cuadrilátero es una pieza inmóvil, mientras la obra de papanteco está bien hecho y es giratorio. Además, en Guadalajara hay una Arena Coliseo y muchos cuadriláteros de barrio, pero definitivamente es raro ver un volador ancestral.

Y a éstos, el artesano los hizo a su imagen y semejanza. Donde tenían la máscara de Blue Demon, les pegó un gorro cónico, de pañoleta roja, coronado por un penacho de listones de colores que, coinciden varias versiones de internet, simboliza a los pájaros. Benjamín le puso a sus muñecos una banda de colores sobre una camisa blanca, y un pantalón rojo con brillantina y listones que rematan en unos botines no de volador, sino de luchador: minucias.

¿No tiene dinero ni tiempo para ir a Papantla? ¿Las carreteras del país se han vuelto una boca de lobos? ¿Quiere que sus hijos conozcan las tradiciones totonacas? ¿Desea comprobar que se puede materializar el Patrimonio inmaterial de la UNESCO? ¿Le gustaría agradar a los dioses preshispánicos sin tener que tirarse de espaldas de una altura de 40 metros? Ahorre 200 pesos y busque a Benjamín, en los alrededores de la Avenida Chapultepec.

LEYENDA

La ceremonia

La leyenda dice que hace muchos años una fuerte sequía en la zona del señoría de Totonacapan (que comprende los límites de los actuales estado de Veracruz y Puebla). Un grupo de viejos sabios encomendó a unos jóvenes castos localizar y cortar el árbol más alto, recio y recto del monte, para utilizarlos en un ritual complementado con música y danza, con el fin de solicitar a los dioses su benevolencia para que les concediera lluvias generosas que devolvieran su fertilidad a la tierra.

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