Jueves, 23 de Mayo 2024
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Viajeros en la historia

El cuarto viajero

Por: EL INFORMADOR

Cientos de libros se han escrito sobre la historia de los visitantes que vinieron a ver a Jesús en el momento de su nacimiento; se ha dicho que eran magos, reyes, astrónomos, sabios y demás; y dentro de todo esto hay muchas cosas que aún no sabemos, y que tal vez no las sabremos nunca, pero lo cierto es que resultan un campo fértil para hacer un viaje a esas viejas narraciones que fluyen entre la historia y la leyenda, entre la magia y lo creíble, entre la realidad y la posibilidad.

Los antiguos escritos hacen referencia a que, cuando “Jesús de Nazaret” iba nacer, vinieron a verle unos “sabios de Oriente”, sin precisar el número, edad, origen, nombres y demás. En algunas representaciones en templos y catacumbas romanas, desde el siglo II, se muestran dos, tres o cuatro magos; en el siglo IV, algunas pinturas registran a seis; algunos historiadores modernos refieren que se trataba de un “grupo de astrónomos judíos de Babilonia”, que tal vez fueron doce. En el siglo III los coronaron y les quitaron el gorro frigio, distintivo de los astrólogos persas; sólo a partir de entonces se les llamó “reyes”.

Fue hasta el siglo IV que los teólogos, Orígenes y Tertuliano, establecieron el número de tres magos, y hasta les dieron los nombres con los que ahora los conocemos. Pues bien, la historiografía ha registrado que posiblemente fueron cuatro los “reyes” visitantes. Seguramente es el cuento de Henry van Dyke, escrito en 1896, el que más ha popularizado esta idea de “El cuarto rey mago”, pero antes de este cuento, hay otras narraciones que hablan sobre este personaje que, según algunos, era más astrónomo que rey o mago.

Varios relatos literarios han narrado que el cuarto astrónomo, que pudo haberse llamado Artabán o de cualquier otro modo, tal vez formaba parte de los astrónomos de la “escuela de astronomía de Sippar”, por la región de Babilonia.

Algunos sostienen que pretendían analizar la conjunción de Saturno y Júpiter; otros, como el astrónomo Mark Kidger, del Centro Europeo de Astronomía Espacial, opina que seguían una “estrella nueva… una nova” (o tal vez un cometa), y que desde el mar Caspio hasta Judea iban registrando este suceso. Entre los productos-ofrendas que llevaban estos hombres, el cuarto viajero llevaba “vino y aceite en gran cantidad”, y algunas joyas.

Viajaban en caballos y camellos; tal vez Arbatán pudo haberse extraviado del grupo (suceso que resulta extraño) algunas semanas antes del nacimiento de Jesús, debido a que “la luna estuvo en conjunción con la nova y tapaba su luz” que servía como guía, de modo que le hizo perder rumbo. Se dice también que el cuarto mago no alcanzó a los tres primeros, por lo que nunca estuvieron juntos.

Muchas narraciones folclóricas nos han dicho que durante ese tiempo, el desorientado astrónomo vagó por diferentes pueblos del desierto, ayudando a familias que tenían algunas carencias, lo cual fue poco a poco retrasando su viaje. Ayudó a un hombre a reunir sus ovejas que se le habían escapado; a una mujer a levantar la cosecha, entre otras obras. Cuando llegó a Belén, en Judea (o tal vez a Galilea, en Nazaret), en lugar de encontrar a un recién nacido entre los brazos de su feliz, encontró que muchas madres corrían despavoridas protegiendo a sus hijos, con las miradas desencajadas: había llegado en la matanza de niños (santos inocentes) ordenada por  Herodes el Grande.

Le habían informado que sus compañeros ya se habían marchado y que el niño al que buscaba había sido llevado a Egipto (“La Huida”). Se dirigió hacia allá y el viaje fue más accidentado que el anterior, tanto así que le llevó años en llegar y luego en regresar, puesto que en Egipto le dijeron que la familia del niño había regresado a Judea cuando el peligro había pasado al morir Herodes.

Después de recorrer un sinfín de lugares en busca del “elegido”, por más de treinta años, fue en el Monte Calvario del Gólgota, Jerusalén, donde finalmente lo encontró y lo pudo ver al rostro, aunque Jesús estaba clavado en un madero, a punto de morir. Era un viernes poco después de las tres de la tarde, del año 30 o 33, un eclipse había oscurecido la tarde triste, como el propio Artabán, que debió haber considerado que su viaje había sido inútil.


Cristóbal Durán
ollin5@hotmail.com

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