Domingo, 12 de Octubre 2025
Suplementos | Al aceptar la presencia de Cristo, se acorta la distancia para dar entrada al amor

Vengan a mí, y yo los aliviaré

Al aceptar con fe la presencia de Cristo, se acorta la distancia para dar entrada al amor

Por: EL INFORMADOR

Antigua estampa del Sagrado Corazón del Siglo XIX. ESPECIAL /

Antigua estampa del Sagrado Corazón del Siglo XIX. ESPECIAL /

LA PALABRA DE DIOS

PRIMERA LECTURA
Zacarías 9, 9-10:

“Mira a tu rey que viene a ti, justo y victorioso, humilde y montado en un burrito”.

SEGUNDA LECTURA
San Pablo a los Romanos 8, 9. 11-13:

“Si con la ayuda del Espíritu destruyen sus malas acciones, entonces vivirán”.

EVANGELIO
San Mateo 11, 25-30:

“Vengan a mí, todos los que están fatigados y agobiados por la carga, y yo los aliviaré”.

GUADALAJARA, JALISCO (09/JUL/2017).- Intemporal, eterno, omnipotente, pletórico de amor, perdón y misericordia, Jesucristo está con nosotros, para todos y por siempre. Su presencia es sensible para quienes lo aman y tienen fe inconmovible en Él.

Si echando hacia atrás la rueda del tiempo veinte vueltas, 20 siglos, pudiera el apresurado habitante de un país del primer mundo contemplar a Cristo, rodeado de una multitud, tal vez se sentaría a raíz de suelo y, sin prisa ya, sin temores ni angustias, abriría su mente y su alma, para que en ellas cayera la verdadera sabiduría. ¿Qué hace y qué dice Cristo? Quiénes son todos estos que lo rodean? Tal vez muchos han llegado allí después de largo y penoso camino. Los enfermos esperan, quizá llevan días esperando sentir la mano bondadosa posarse sobre su cabeza y escuchar la dulce expresión: “Ve en paz”. Allí están los tristes, que sufren desgracias, fracasos, temores, pérdida de sus seres queridos. Esperan las palabras de Cristo cargadas de afecto, de luz. Y quizá ellos, como muchos, retornarán a sus casas aliviados con el bálsamo del consuelo. Han venido a oírlo, sacudidos por vientos de angustias; las peores tormentas ocurren cuando, en la navegación por la vida, han perdido la brújula y no saben cómo encontrar el puerto. Han oído la fama de este Nazareno. Han tenido noticia de su no común sabiduría, de su mensaje, antes nunca oído de Norte a Sur, del Levante al Poniente. Todos traen una dolencia, en el cuerpo o en el alma. Allí el hombre del siglo XXI puede contemplar una multitud de lastimados por la vida, que en Jesús y de Jesús esperan el remedio. Y no se han equivocado, pues el Señor cumple lo que promete: “Vengan a mí, y yo los aliviaré”. Jesús de Nazaret está aquí, entre los hombres del siglo XXI. No es preciso hacer girar la rueda del tiempo. Él es intemporal, Él es eterno, Él es omnipotente; y no hay que olvidar que al hacerse hombre, fue para permanecer en medio de la humanidad, donde hay sufrimientos: hambre, enfermedades, injusticias, ignorancia, flaquezas. Alguien le ha dado, justificadamente, el nombre de Valle de Lágrimas a este redondo planeta. Mas es preciso tener en la mente que Cristo no se ha ido para siempre. Se fue y se quedó, algo que sólo Dios puede hacer. Se fue para no estar visible, audible y tangible como en su raudo paso por la historia; pero prometió quedarse, y aquí está, sin dejarse ver más que con los ojos de la fe auténtica, profunda. Y está siempre poderoso y compasivo, misericordioso para perdonar y pronto para sanar las heridas del alma y del cuerpo. Es bueno, es preciso, insistir en el sentir cercano a Cristo Jesús, cuando el hombre de este siglo se ve seducido por el encanto de la imagen y, por lo mismo, menos dispuesto a aceptar y vivir cuanto llega por la fe, que es ciega y va por otros derroteros distintos, los de la ciencia, de la técnica.

Al aceptar con fe la presencia de Cristo, se acorta la distancia para dar entrada al amor. El amor llega por el conocimiento, y con el amor llega el deseo de seguirlo, de imitarlo y de ponerse a su servicio. Ese es el camino de santidad. Para muchos, Cristo ha sido un poderoso imán. Pedro y Pablo, los dos pilares del Reino dé Cristo. Ambos siguieron al Señor atraídos por ese magnetismo: Pedro, el rudo pescador llamado Simón, dejó sus redes y su nave; Paulo dejó de ser Saulo de Tarso, el perseguidor de cristianos, y emprendió una tremenda aventura al ponerse todo Él -el alma con sus potencias y el cuerpo con sus sentidos- al servicio de quien, hablando con un dulce imperio, los atrajo hacia sí hasta un final glorioso: el martirio. Fueron tras Él, fueron para Él, fueron de Él. “Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí”, escribió Pablo; y Pedro le dijo: “Tú sabes todas las cosas, tú sabes que te quiero”. Ambos fueron con Él y con Él se quedaron.

Ser manso es una virtud, no un aspecto psicológico ni mucho menos una tara. Consiste en reprimir voluntariamente los impulsos de ira, de impaciencia, de altanería. El Señor la proclamó con una de las ocho bienaventuranzas: “Bienaventurados los mansos porque ellos poseerán la tierra”. Otra virtud es la humildad. Dios rechaza a los soberbios y ama a los humildes.

José Rosario Ramírez M.

Para el cansancio la carga

Las ironías de algunos pasajes evangélicos, como el que se presenta este domingo: “Vengan a mí, todos los que están fatigados y agobiados  por la carga, y yo les aliviaré. Tomen mi yugo sobre ustedes y aprendan de mí”. Tienen su plena y justa explicación en el hecho mismo de que es Jesús quien pronuncia dichas sentencias. Para aliviar nuestra fatiga por la carga no sugiere llevar sí una carga, pero la que él nos tiene dispuesta y no la que nosotros nos hemos echado a los hombros.

Cuando Jesús promete dar alivio a todos, en seguida hace también una invitación, que es como un mandamiento: “Tomen mi yugo”. El yugo del Señor consiste en cargar con el peso de los demás con amor fraternal, en vivir la caridad como la gran responsabilidad dejando en segundo, tercero o hasta en último término, infinidad de fatigas que no son esenciales o trascendentes como si lo es la caridad.

Unida a la invitación nos da también la solución: “Sean mansos y humildes de corazón”.  La mansedumbre como virtud se ha desvalorizado en un mundo de enfrentamientos y disputas en donde pareciere que el resultado será en orden a la imposición del más fuerte, por lo cual es conveniente recordar las sabias palabras de un fraile del siglo XVI, Francisco de Osuna:

“Bienaventurados los mansos porque ellos en la guerra de este mundo están amparados del demonio y los golpes de las persecuciones del mundo. Son como vasos de vidrio cubiertos de paja o heno, y que así no se quiebran al recibir golpes. La mansedumbre les es como escudo muy fuerte en que se estrellan y rompen los golpes de las agudas saetas de la ira. Van vestidos con vestidura de algodón muy suave que les defiende sin molestar a nadie”.

El descanso que todos anhelamos en el trajín de todos los días, nos llama a la responsabilidad de nuestra fe, muchas serán las fatigas innecesarias que llevamos con enfermizo celo, que día con día nos apartan de la única y justificada responsabilidad, como lo es vivir la caridad en un fraternidad auténtica, no como un estilo de vida, sino como el único estilo de vida que le da sentido a nuestra existencia.

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