Suplementos | Crónica. Vanesa Robles Una historia de pelos La peluquera Vero Sainz se ha vuelto una especie de mito urbano. Comunicóloga de profesión, su oficio se afianzó en la crisis de 1994, cuando ella era una adolescente Por: EL INFORMADOR 4 de mayo de 2013 - 20:33 hs Manos de tijera. Vero Sainz es la marca registrada que se ha negado a dejar el Oriente más popular de la ciudad. / GUADALAJARA, JALISCO (05/MAY/2013).- En concierto de viento a propulsión, música lounge y voces femeninas invaden el aire de esta pequeña sala de paredes blancas y espejos. Es sábado a las cuatro de la tarde, y lo que hasta hace 20 minutos era un sitio tranquilo se ha transformado en un mercado. Un mercado donde el principal producto son los pelos y su imagen. La directora de la orquesta y jefa del mercado es una comunicóloga de 36 años con pinta de adolescente y manos de tijera. Se llama Vero Sainz. Su otro nombre y su apellido incógnitos son Emilia y Contreras. A esta hora, cuando la tarde apenas despunta, 17 cabezas han pasado por sus manos: 10 mujeres, tres hombres adultos, cuatro niños. La bitácora dice que otro medio centenar de cabelleras han sido lavadas, descaspadas, disminuidas, teñidas, rizadas, alaciadas, despuntadas, enchongadas o desgreñadas por sus nueve colaboradoras, que apenas se dan tiempo para ir de testa en testa. La tarde continuará así hasta las seis y media, sólo porque es sábado y la estética cierra más temprano. Ayer, la jornada comenzó a las nueve de la mañana y terminó casi 12 horas más tarde. Y la directora del grupo, fresca, como una paleta de limón. Nunca se estresa, dice, más que cuando no hay quehacer. Menos mal. Vero Sainz es la marca registrada que se ha negado a dejar el Oriente más popular de la ciudad. Después de 17 años, su salón continúa en la calle Julián Granados, en la colonia Polanco, a las faldas del Cerro del Cuatro. Aquí fue la casa de la peluquera desde que cumplió los 11 años; el barrio querido, las calles que vieron nacer a la que se niega a ponerle calificativos pomposos al oficio. Hasta este barrio de casas apiñadas y verdulerías en las esquinas han llegado músicos, poetas, locos y empresarios, por la misma tijerada que alegra a los felizmente desconocidos. Los de Sussie 4, Belanova, Radaid, Plastiko, Seamus, Telefunka, Los Rostros Ocultos, el millonario Jorge Vergara, las socialité de apellido Leaño: todos han tenido que venir por lo menos una vez a Julián Granados y esperar turno al lado de Lupe, Patricia, Gonzalo y Humberto, para pasar por las armas de la Sainz. Ella, no tiene planes de mudanza. “Yo estoy a gusto aquí. No es necesario moverme. He estado como invitada en salones de zonas residenciales y no lo disfruto tanto. La gente viene a Polanco porque le gusta lo que hacemos y los precios son accesibles también para la gente del barrio”, se encoje de hombros. Profundo placer El mito Vero Sainz nació hace unos 23 años, cuando ella era estudiante de la Secundaria 41 Mixta, por las mañanas, y por las tardes iba a una academia de belleza, en el centro de Guadalajara. Para entonces, la adolescente tenía claro que agarrar chollas ajenas le causaba el mismo placer que le daba a la Amélie de Jean-Pierre Jeunet meter los dedos en un costal de lentejas. Estudiante de la secundaria y la academia, el exclusivo club San Javier convocó a un concurso, porque necesitaba una peluquera. Vero lo ganó, con las manos en la cintura. Ni había cumplido los 15 de edad. Dos años después, su trabajo en los pasillos perfumados del club hacía contraste con la crisis de 1994, que puso a la familia en el mismo apuro que a millones de mexicanos: sin casa, carro ni empleo. Vero Sainz tenía 17 años, estudiaba el bachillerato en la Preparatoria 6, de Miravalle, y asumió el papel de la hija mayor responsable para sacar del agujero salinista a su familia, integrada por su madre, sus dos hermanas y sus dos hermanos. Montó una silla y un espejo en su casa de Polanco, donde le cortaba el pelo a sus conocidos, que casualmente eran jóvenes todos y nunca se negaban a hacer el papel de conejillos de Indias de la ciencia llamada peluquería. Entonces, la entrada a su sala de experimentos estaba en la esquina de Julián Granados y Gabino Ortiz. Los experimentos también dieron para que la protagonista de esta historia se pagara la carrera de ciencias de la comunicación en una escuela pequeña. Intentó dedicarse a ella, pero no. A vero Sainz le gusta cortar el pelo. Le gusta cortarlo sobre casi todas las cosas. Y ha tenido la suerte de que lo que le gusta le de para comer. Ahora en esa esquina hay una de las muchas ventanas del salón, que con los años fue ganándole terreno a la casa, hasta que la ocupó toda. La fachada blanca del salón de belleza de Vero Sainz se presenta como una perla, en un barrio donde el graffiti es el paisaje. ¿Por qué respetan las paredes? “¡Los grafiteros son familiares!”, se ríe Carlos, su hermano y el administrador del negocio. “Son cuates”, matizará luego. “Crecimos junto con ellos”. Crecimos significa bola. Lo es. Tres de los cuatro hermanos de Vero Sainz se mantienen del salón, que junto con el genio de otras siete mujeres y de Lucas, el recepcionista, los viernes y los sábados, los días de más gente, se vuelven una orquesta afinada con cronómetro al servicio de la autoestima. Como “pistear” con Dios Es difícil describir lo que acá sucede. En un intento, hay que decir que en el salón hay unos 30 clientes, y que la mayoría de ellos son atendidos al mismo tiempo. Mientras Isabel entretiene a un grupo de niños en un salón de juegos, Carmen le lava el pelo a una muchacha, Aída entra en una de las tres salas de corte con una adolescente, Ana se entrega a los rizos de un muchacho, Anita con brocha en mano pone una crema marrón en una melena que hasta hoy fue negra, Angélica alborota una cabellera naranja y esponjosa sabe con qué intenciones, Adriana moldea unos rizos con el calor de unas tenazas, Karen masajea la cabeza de un púber –un servicio que es como “pistear” con Dios, dicen los beneficiados—, y Noemí coloca a una cuarentona bajo un aparato que bien podría haber sido sacado de una película de marcianos o de El Santo: tres esferas plateadas con un ojo rojo cada una dan vueltas circulares sobre las cabezas que posan bajo ellas, que para darle más morbo a la escena, pueden estar coloreadas de azul o rosa mexicano, o bien envueltas en una gorra platinada. Hay que decir también que cada una de las muchachas puede estar trabajando en dos o hasta tres cabezas a la vez, y que en ese momento su directora corta el pelo a una velocidad alucinante, mientras su cuerpo delgado se mueve de un lado a otro, en pausas en las que sus dedos se mueven como pececitos inquietos en las chollas que las otras tienen a su cargo. “Córtale más en pico adelante”, “desvanece este lado”, “lo que ella quiere es que se abulte la nuca”, “¿Largo o corto?”… Parece que la directora de orquesta puede decir todo, mientras esboza una sonrisa y le pregunta a un cliente cómo salió su madre de la operación de la vesícula. Con unos pantalones de mezclilla ajustados, una camiseta suelta, el pelo chocolate recogido en chongo y una funda al lado de la cintura, donde carga 10 peines y tres o cuatro tijeras, la famosa Vero Sainz parece una vaquera de la vanidad, que quiere salirse de la melena común, del largo Lucerito. Ella dice que odia los cortes gringos, porque son ñoños. En cambio le gustan los japoneses. Su clientes esperan cada quien un estilo, menos el tradicional, a cambio de entre 130 pesos las mujeres y 110 pesos los hombres, menos los lunes de 105 pesos para ellas y los jueves 88 pesos para ellos. La tarde de este sábado la acompaña su hijo, León, un nene de cuatro años, que pinta para transformarse en imagen y semejanza de la madre. Con una máquina de rasurar, León intenta raparle el copete de una maniquí, a la que ya le desvaneció las puntas, sin que los otros niños que juegan en el salón lo distraigan. —Algunos piensan que tu trabajo es pura vanidad en un país en crisis –le recuerdo a Vero Sainz. —Es cierto –dice ella— Pero yo creo que la gente se corta el pelo para sentirse bonita y eso no la hace menos crítica. La belleza y la inteligencia no están peleadas. La diversidad de sus clientes confirma su dicho. Ella dice que odia los cortes gringos, porque son ñoños. En cambio le gustan los japoneses. Su clientes esperan un estilo, menos el tradicional. ''Yo creo que la gente se corta el pelo para sentirse bonita y eso no la hace menos crítica. La belleza y la inteligencia no están peleadas''.Vero Sainz, peluquera. Temas Tapatío Moda & Belleza Lee También Asesinan al diseñador Edgar Molina en un acto de violencia en Moroleón Halloween: claves para elegir un disfraz cómodo en tu próxima fiesta Descubre el ingrediente que ayuda a tratar las puntas abiertas Para qué sirve aplicar retinol en el rostro y cómo se usa Recibe las últimas noticias en tu e-mail Todo lo que necesitas saber para comenzar tu día Registrarse implica aceptar los Términos y Condiciones