Suplementos | No sé cuál sea el motivo de que el vecino barra su azotea a las tres de la mañana Trastornos del sueño No sé cuál pueda ser el motivo de que el vecino se ponga a barrer su azotea a las tres de la mañana Por: EL INFORMADOR 28 de febrero de 2016 - 01:14 hs Alguien dirá que eso pasa por vivir en una ciudad, que si no quiero oír cosas así me vaya a un coto. EL INFORMADOR / ARCHIVO GUADALAJARA, JALISCO (28/FEB/2016).- No sé cuál pueda ser el motivo de que el vecino decida llenar una cubeta de agua a las tres de la mañana y se ponga a barrer su azotea. Temo interrogarlo porque la última vez que le dije “buenos días” aprovechó para contarme que habían sacrificado a su gato, que su tía política había sido desahuciada y que estaban por echarlo del trabajo. Ya no le pregunto nada, pues, pero tampoco duermo. Mi último recurso (su azotea queda a tres metros de mi ventana y escucho el rumor del agua al llenar la cubeta y los escobazos como si los dieran en mi oreja) es poner a funcionar un ventilador traqueteante, que crea una capa de sonido que absorbe y difumina la cadencia del agua al caer y de la escoba al frotar el cemento. El tercer insomne es Patricio, el perro lanudo de otra vecina. Los escobazos le producen un escozor incontenible en las orejotas y no le queda más remedio que ponerse a aullar. Por efecto dominó, otros cinco o seis perros del rumbo lo imitan y el barullo se vuelve ensordecedor. El velador de la oficina de al lado parece ser muy sensible ante el alboroto, porque apenas se desata el ladradero asoma por la ventana para reclamar, a grito pelado, que los perros cierren el hocico (esto puede sonar a vulgaridad pero es lo apropiado: los chuchos tienen hocico, como sabrá el amable lector). Como los canes no destacan por su dominio del español ni por su voluntad para obedecer a los extraños, lo ignoran. Como los dueños son lo suficientemente sensatos como para no ponerse a los gritos con el reclamante, lo ignoran también. El único que presta atención es José, el de a la esquina, a quien la madrugada sorprende lavando su automóvil a manguerazos mientras la radio sintoniza una estación especializada en baladas románticas. José camina hasta donde el velador se desgañita y lo llama a la calma. Se quedan platicando, uno en su ventana y el otro en la calle, sobre lo mal que van las Chivas. ¿Por qué elige José el de la esquina esa hora precisa de la madrugada para que su automóvil quede reluciente? Quizá la respuesta esté en lo que la vecina de la vuelta me refirió hace unos días, sin venir a cuento, cuando le di los buenos días: que a José lo dejó la mujer. Reflexiono todo esto mientras, reitero, dan las tres de la mañana. Recordemos el escenario: un vecino se entrega a barrer su azotea, media docena de perros aúllan y se responden y el velador y José se repasan a Omarcito Bravo por sus fallas inauditas. Ese es el momento que elige un automóvil rugiente para detenerse y comprarles cerveza a los que la expenden ilegalmente al otro lado de la calle. Nos rodea una fiesta, pues. Alguien (nunca falta ese alguien) dirá que eso pasa por vivir en una ciudad, que si no quiero oír cosas así me vaya a un coto o me llene de somníferos. Pero salvo que el remitente se ofrezca a servir como mi mecenas y me financie la residencia campestre, me temo que tendré que seguir viviendo en la ciudad y molestándome con los ruidos de la madrugada. Cuando sale el Sol, cosa curiosa, reina el silencio. José se cansó a las cuatro y se fue a su casa. El velador se durmió poco después. En la azotea vecina, ya en paz, canta un pájaro solitario. Los perros duermen el sueño de los justos. Son las siete de la mañana. Es el momento que elijo para que mis bocinas les demuestren a los vecinos la maravilla de despertarse temprano con un disco en vivo con los mayores éxitos de Black Sabbath. Buenos días. Temas Tapatío Antonio Ortuño Recibe las últimas noticias en tu e-mail Todo lo que necesitas saber para comenzar tu día Registrarse implica aceptar los Términos y Condiciones