Sábado, 11 de Octubre 2025
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Testigos de Cristo resucitado

San Pedro murió dando un gran testimonio de la cristiandad al ser crucificado cabeza abajo

Por: EL INFORMADOR

Estatua en bronce de San Pedro en el Vaticano. ESPECIAL /

Estatua en bronce de San Pedro en el Vaticano. ESPECIAL /

LA PALABRA DE DIOS

PRIMERA LECTURA
Jeremías 20, 10-13:

“Canten y alaben al Señor, porque él ha salvado la vida de su pobre de la mano de los malvados”.

SEGUNDA LECTURA
San Pablo a los romanos 5, 12-15:

“El don de Dios supera con mucho el delito”.

EVANGELIO
San Mateo 10, 26-33:

“A quien me reconozca delante de los hombres, yo también lo reconoceré ante mi Padre, que está en los cielos”.

GUADALAJARA, JALISCO (25/JUN/2017).- San Pedro, quien como apóstol había negado tres veces conocer a Cristo, fue crucificado cabeza abajo en Roma. Como pilar principal de la naciente Iglesia Cristiana, murió dando vigoroso testimonio de Cristo resucitado.

Los ciudadanos de la Roma pagana del primer siglo tenían un gran espectáculo: acudían al Circo Romano y gozaban lanzando gritos de emoción cuando un tigre hambriento se abalanzaba contra una indefensa doncella cristiana y se bañaba con su sangre. Frenéticos aplaudían cuando veían morir a niños, hombres maduros y hasta ancianos entre las fauces de las fieras. El cristianismo de Roma padeció 10 muy crueles persecuciones y llenó el calendario cristiano con el florilegio de muchos mártires, papas, obispos y también soldados, vírgenes como Inés y Cecilia. Así creció fecundada la Iglesia. Tertuliano (160-246). padre de la Iglesia por su sabiduría, dejó esta frase ahora célebre: “Mátennos, la sangre de los mártires es semilla de cristianos”. Y ha habido historiadores o filósofos de la historia que al comparar las etapas de la Iglesia dijeron: “Más creció la Iglesia en la terrible persecución del emperador Dioclesiano, que en la dulce paz de Constantino”. Así les tocó dar el testimonio. La palabra mártir significa ser testigo. Testigos en veinte siglos Al correr de los años hasta este siglo XXI, la Iglesia, el pueblo de Dios, ha dejado el testimonio de Cristo en mil maneras. ·Se da testimonio con el acto valiente en el momento en que se cae víctima de una fiera, o al recibir el impacto de las balas, o pendiendo de una cuerda desde la rama de un árbol.

Mas hay otros héroes, con el testimonio de una vida entera de fidelidad en el amor a Dios y al prójimo. Es grato a los ojos de Dios el testimonio de quienes, por amor, aceptan su estado, sus condiciones de vida. En unas vacaciones de verano, unos seminaristas visitaron en un rancho lejano a una señora que llevaba largos 25 años sin salir de su cuarto, con una artritis muy dolorosa. Los seminaristas entraron en conversación con ella y la agobiaron con preguntas curiosas e ingenuas, como qué tan intensos eran sus dolores, si sufría mucho, si se quejaba mucho. Les respondió: “Al principio no me hacía el ánimo, me desesperaba y renegaba constantemente. Un día Dios me iluminó, me señaló que con mis sufrimientos tenía que dar testimonio de mi fe, que era mi cruz y que era una manera de oración para pedir por otros; también por ustedes, para que sean sacerdotes santos”. Y los seminaristas comentaron: “Hemos encontrado una santa”. Muchos -más de los que la mente puede abarcar- dan testimonio con su vida, oculta a los ojos de los hombres, pero manifiesta, patente a la mirada de Dios. Cuando a Cristo le preguntó un fariseo que cuál era el mayor de los mandamientos, el Señor le respondió que el amor era mayor, en dos direcciones: vertical, hacia arriba, hacia Dios, y horizontal. Quienes viven ese mandato, cualquiera que sea su condición: sacerdote, laico, soltero, casado-, están dando testimonio.

En este Siglo, con sus particularidades -secularización, un materialismo tan extendido, un hedonismo dominante; con el dominio de la imagen que generan el internet, el cine, la televisión; con esa prisa, esa irreflexión y ese contentarse con lo inmediato, para luego cambiar a otro interés-, poco lugar queda para la reflexión. Y más todavía: qué difícil es creer, qué difícil es ser cristiano. Nunca ha sido fácil, porque es tomar una actitud valiente ante la propia existencia, el propio destino, el sentido profundo de responder ante las grandes interrogantes: ¿Quién soy? ¿De dónde vengo? ¿A dónde voy? y responder con una luz que nace no de la ciencia, no de un raciocinio filosófico, sino de el aceptar que Dios ha hablado al hombre, que le ilumina, que le abre los ojos del alma para entender su breve paso por el tiempo y su destino eterno. Es la fe en Cristo la única respuesta.

El que ha aceptado el mensaje cristiano y se esfuerza en vivirlo cada día, ha encontrado la paz interior: “El que me sigue no camina en tinieblas”, ha dicho el Señor. “No teman a los hombres”. Con estas palabras inicia el Señor su enseñanza de este día. Es un llamado a la confianza. “La Iglesia va peregrinando entre las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios”.

José Rosario Ramírez M.

Pedro, el apóstol

En esta semana celebraremos la fiesta de los apóstoles Pedro y Pablo, la importancia de estos hombres llamados por Dios es fundamental en nuestra Iglesia, por lo que presentamos unas características muy peculiares, de Simón Pedro, el discípulo elegido para ser roca del colegio apostólico.

La generosidad impetuosa de Pedro no lo libra de los peligros vinculados a la debilidad humana. Pedro siguió a Jesús con entusiasmo, superó la prueba de la fe, abandonándose a él. Sin embargo, llega el momento en que también él cede al miedo y cae: traiciona al Maestro. Pedro, que había prometido fidelidad absoluta, experimenta la amargura y la humillación de haber negado a Cristo; el jactancioso aprende, a costa suya, la humildad. También Pedro tiene que aprender que es débil y necesita perdón.

En una mañana de primavera, Jesús resucitado le confiará esta misión. El evangelista san Juan nos narra el diálogo que mantuvieron Jesús y Pedro en aquella circunstancia.

La primera vez, Jesús pregunta a Pedro: "Simón..., ¿me amas" con este amor total e incondicional? Antes de la experiencia de la traición, el Apóstol ciertamente habría dicho: "Te amo incondicionalmente". Ahora que ha experimentado la amarga tristeza de la infidelidad, el drama de su propia debilidad, dice con humildad: "Señor, te quiero, es decir, "te amo con mi pobre amor humano". Cristo insiste: "Simón, ¿me amas con este amor total que yo quiero?" Y Pedro repite la respuesta de su humilde amor humano: "Señor, te quiero como sé querer". La tercera vez, Jesús sólo dice a Simón: "¿me quieres?" Simón comprende que a Jesús le basta su amor pobre, el único del que es capaz, y sin embargo se entristece porque el Señor se lo ha tenido que decir de ese modo. Por eso le responde: "Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te quiero”.

Parecería que Jesús se ha adaptado a Pedro, en vez de que Pedro se adaptara a Jesús. Precisamente esta adaptación divina da esperanza al discípulo que ha experimentado el sufrimiento de la infidelidad. De aquí nace la confianza, que lo hace capaz de seguirlo hasta el final.

Desde aquel día, Pedro "siguió" al Maestro con la conciencia clara de su propia fragilidad; pero esta conciencia no lo desalentó, pues sabía que podía contar con la presencia del Resucitado a su lado.

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