Lunes, 13 de Octubre 2025
Suplementos | Hay muchas formas de atentar contra la reverencia; la más frecuente es la falta de respeto simple

Segundo y Tercer Mandamientos

Puede ser que el pecado más grave contra el segundo mandamiento sea la blasfemia, la cual es un acto diabólico que incluye toda expresión injuriosa contra Dios, la Virgen, los santos o cosas sagradas

Por: EL INFORMADOR

     “No tomarás el nombre del Señor en vano” (Ex 20, 7). Si amamos a Dios, amaremos su nombre y jamás lo mencionaremos con falta de respeto o irreverencia; por ejemplo, como interjección cuando nos enojamos o por impaciencia. Este amor al nombre de Dios ha de extenderse también al de María, su Madre, al de sus amigos los santos y a todas las cosas consagradas, cuyos nombres deberán pronunciarse siempre con respeto y reverencia.
      Hay muchas formas de atentar contra la reverencia; la más frecuente es la falta de respeto simple, como en el mecánico y sin sentido “Si Dios quiere”,  o en los típicos “¡Oh, por Dios, no!”, “Te aseguro por Dios que te acordarás”, y muchas otras expresiones similares, que escuchamos todos los días al menos una vez. Todos conocemos personas que las utilizan, dando al nombre de Dios el mismo trato que a nombres como ajos, ranas y cebollas.
      Por otro lado, los juramentos --que se entienden como poner a Dios como testigo de la veracidad de lo que se dice o se promete-- pueden considerarse un acto de culto grato a Dios si reúnen tres condiciones; en caso contrario pueden convertirse en pecado grave. La primera condición es que haya razón suficiente; no puede invocarse a Dios como testigo para cualquier cosa. A veces, incluso la Iglesia pide juramentos, como en el caso de haberse perdido registros bautismales, se les pide a los padrinos de bautizo. La segunda condición es que lo que se dice sea la verdad estricta según la conocemos; poner a Dios como testigo de una mentira, es una deshonra grave que le hacemos. Éste es el pecado de perjurio, que hecho deliberadamente lo convierte en pecado mortal. La tercera condición es que sea promisorio; es decir, que se va a hacer algo bueno. Entonces debemos tener la seguridad de que lo que prometemos sea útil, bueno y factible.
     Puede ser que el pecado más grave contra el segundo mandamiento sea la blasfemia, la cual es un acto diabólico que incluye toda expresión injuriosa contra Dios, la Virgen, los santos o cosas sagradas, ya sea con palabras, gestos, signos o dibujos. En la blasfemia hay distintos grados; en el menor, a veces se dice por una reacción humana de contrariedad, dolor o impaciencia, como cuando decimos: “si Dios es tan bueno, ¿cómo permite que esto ocurra?”, mientras que en el mayor se hacen comentarios como: “Los Evangelios son puro cuento”, “la Misa es una tomada de pelo” o “Dios es un mito, una fábula”.  Un auténtico cristiano, cuando escucha una blasfemia, siempre tratará de corregirla; o si no es posible, por lo menos dirá en voz alta: “alabado sea Dios”, o en voz baja, en caso de no poder hacerlo por cualquier circunstancia.
     El Tercer Mandamiento proclama que el séptimo día ha de consagrarse al Señor en memoria de que Dios realizó su creación en seis días y el séptimo descansó (Cfr. Ex 20, 11). En tiempos del Antiguo Testamento este día era el Sábat; sin embargo, cuando Cristo estableció la Nueva Alianza, caducó la ley litúrgica antigua. La Iglesia primitiva determinó que el día del Señor sería el primero de la semana, nuestro domingo, apelando al derecho que el mismo Cristo le confirió: “el que os escucha a vosotros me escucha a mí” (Lc 10, 16), o “lo que ates en la tierra será atado en el cielo” (Mt 16, 19). El cambio se hizo porque para la Iglesia el primer día es doblemente santo, puesto que fue el día de la resurrección y el día en que Jesús envió al Espíritu Santo, nacimiento oficial de la Iglesia.
     Consagrar el domingo, día del Señor, significa asistir al santo Sacrificio de la Misa, el cual es el acto de culto perfecto que nos dio N. S. Jesucristo. No sólo tenemos la obligación de asistir a Misa, sino de asistir a una Misa entera; ésta es nuestra ofrenda semanal a Dios y no podemos ofrecerle algo incompleto o defectuoso. Y siguiendo el Catecismo de la Iglesia Católica (2187): “…cuando las costumbres y los compromisos sociales requieren de alguno un trabajo dominical, cada uno tiene la responsabilidad de dedicar un tiempo suficiente al descanso. Los fieles cuidarán con moderación y caridad evitar los exceso y las violencias engendrados a veces por espectáculos multitudinarios”. Que el Señor nos bendiga y nos guarde.

Antonio Lara Barragán Gómez OFS
Escuela de Ingeniería Industrial
Universidad Panamericana
Campus Guadalajara
alara(arroba)up.edu.mx

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