Lunes, 23 de Junio 2025
Suplementos | Es el gran misterio de la encarnación. Se le ha dado ese nombre, encarnación, porque el Verbo Eterno del Padre

Se ha revelado el misterio

San Lucas ha puesto ante los ojos y el corazón de todos los creyentes, en veinte siglos de cristianismo, el misterio de Dios que voluntariamente se hace hombre

Por: EL INFORMADOR

En este domingo cuarto de adviento el evangelio de San Lucas ha puesto ante los ojos y el corazón de todos los creyentes, en veinte siglos de cristianismo, el misterio de Dios que voluntariamente se hace hombre.
Es el gran misterio de la encarnación. Se le ha dado ese nombre, encarnación, porque el Verbo Eterno del Padre, en su naturaleza divina, quiso y pudo unirse a la naturaleza humana.
Desde que descendió al seno inmaculado de María, Cristo es Dios y hombre.
San Juan pone el misterio en la precisión y la concisión de tres verbos: amó, se anonadó, se entregó.
El amor a la humanidad caída fue el principio de todo. La Iglesia canta: “¡Oh Dios, eres admirable por la creación, todo es obra de tus manos; pero más admirable por la redención, porque nos entregaste a tu Hijo!”.
Luego se anonadó, es decir se empequeñeció: siendo omnipotente, apareció débil; siendo infinito, se dejó ver limitado; siendo inmortal, vino al tiempo y a la historia para poder morir.
Y se entregó con plena libertad en manos de los perversos, para morir y pagar así la deuda de todos los hombres pecadores.

“Dios te salve, María”

Las grandezas de Dios se manifiestan en lo pequeño a los ojos de los hombres: El escenario es una aldea pequeña en el tiempo de la Roma de los Césares y la Atenas de filósofos y artistas, y en un país de Asia Menor, sin relieve, sin importancia.
Nadie, sólo Dios, vio con predilección ese montón de casas pobres de adobe: Nazaret, de Galilea.
Y a ese humilde lugar envió Dios a Gabriel, su mensajero, a una humilde doncella, la escogida para integrarla, si aceptaba, en el plan eterno de salvación.
El breve diálogo se inició con el saludo del arcángel: “Dios te salve, María”. La presencia del mensajero y tan singular saludo turbaron, asustaron a la jovencita, pero el arcángel la tranquilizó:

“No temas, María, porque
has hallado gracia ante Dios”

Y luego le transmitió el mensaje: “Vas a concebir y a dar a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús”.
Karl Rahner, uno de los grandes pensadores católicos del siglo XX, así comentó: “María es un ser humano entre los humanos, la virgen llena de gracia, la esclava del Señor que recibe su mensaje y a quien Él otorga la maternidad que está sobre toda maternidad. Al pronunciar el fiat (hágase)
a la santa voluntad de Dios, se convierte en la representante de toda la humanidad”.
Este instante en la vida y la historia del cristianismo y de la humanidad, ha sido tema de inspiración para los pintores de todos los tiempos. Los artistas italianos del Renacimiento presentan la escena en lujoso palacio; los flamencos, en ricos interiores con muros cubiertos de tapices; algunos pintores orientales representan a María al aire libre, en un jardín junto a una fuente y rodeada de flores multicolores.

“¿Cómo podrá ser esto,
puesto que permanezco virgen?”

Escucha María el mensaje, mas como el asunto es de gran trascendencia y se le propone a ella ser parte muy importante, interroga, investiga, quiere tener idea clara del porqué ella va a concebir y a dar a luz un hijo, si ha permanecido virgen.
Al mensajero le corresponde, en ese momento solemne, quitar el velo, manifestar el plan de Dios, descubrir el misterio de la encarnación:

“El Espíritu Santo descenderá sobre ti,
y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra”

“Por eso, el Santo que va a nacer de ti será llamado Hijo de Dios”.
Después de estas palabras del ángel, el pensamiento viene a considerar que María es un ser humano, y por lo mismo es libre de aceptar o no aceptar la proposición; de creer o no creer en cuanto se le ha comunicado.
Máxima expectación. ¿Qué contestará? Dios, con su poder sin límites, aquí ha planeado en tan gran asunto contar con la participación de María, mas con respeto a la libre decisión de ella. Prefiere el consentimiento libre y así ella será colaboradora esclarecida. Ella, en nombre de toda la humanidad ha de responder, y da su con sentimiento a la voluntad de Dios: “Yo soy la esclava del Señor, hágase en mí lo que has dicho”, y así en el tiempo el Verbo de Dios se hizo hombre sin dejar de ser Dios.
El gran misterio de cada ser humano se realiza gracias al misterio de la encarnación.
La ley de orar es la ley de creer. Y así ora la Iglesia en la Navidad: “¡Oh, admirable intercambio! El Creador del género humano, tomando un cuerpo y un alma, se ha dignado nacer de la Virgen, y hecho hombre sin intervención de hombre, nos ha concedido participar de su divinidad”.
San Agustín escribió: “Dios se hace hombre para que el hombre se haga Dios”. Que no es sino una manera de expresar en breve la idea de San Juan: “A cuantos le recibieron dioles poder de venir a ser hijos de Dios, aquellos que creen en su nombre; que no de la sangre, ni de la voluntad carnal, ni de la voluntad de varón, sino de Dios son nacidos” (Juan I, 12).

El Hijo de Dios tuvo
compasión de la miseria humana

San Bernardo, abad de Claraval, uno de los grandes sabios de la Iglesia, explicó el misterio de la encarnación con una parábola obra de imaginación: “Estaba yo jugando con mis compañeros en la plaza, y mientras tanto en el palacio del rey dictaron mi sentencia de muerte. Lo oyó el hijo único del rey, se quitó inmediatamente la corona de su cabeza, cambió sus vestidos regios por un sayal de penitencia, esparció ceniza sobre su cabeza y, con los pies descalzos, salió llorando porque su siervo había sido condenado a muerte. De repente lo vi aparecer delante de mí, su nuevo aspecto me conmovió. Le pregunté por qué y supe que quería morir por mí”.
San Pablo escribió: “Fuísteis comprados a gran precio, porque Cristo se dio a sí mismo en rescate por todos” (I Timoteo 2,6).
El cristianismo es Dios que baja al encuentro del hombre, es Emmanuel --Dios con nosotros--. Desde ese glorioso instante en que el cielo bajó a la tierra, del cielo llegó el Hijo de Dios y se hizo hijo de hombre.

“Cristo, Señor nuestro
y hermano nuestro”

La alegría de la Navidad es porque los ojos de los hombres contemplan a Dios sobre las pajas del pesebre, y es de carne y hueso. Como hombre, es hermano de los hombres; como Hombre-Dios, es el Redentor de todos los hombres.
“Se anonadó a sí mismo tomando la forma de siervo, hecho semejante a los demás hombres y hombre como ellos” (Filipenses 2, 7).
Él, en el pesebre, es testimonio sensible, palpable, conmovedor y eficaz de su descenso de su divina majestad para poder redimirnos.
“Éste es mi Hijo muy amado”, fue la voz del Padre, y es también “nuestro hermano” porque asumió la naturaleza mortal del hombre.
Ser cristiano significa creer en Cristo y ser redimidos por Él.

“El nacimiento de Cristo,
esperanza viva”

En estas últimas semanas una ola de pesimismo, de malos augurios, ha cundido por todas partes. Es, dicen, una grave situación económica que traerá depresión, desocupación, sufrimientos.
A pesar de todo eso que anuncian, todo con miras puestas en los bienes terrenos, pasajeros, es mejor levantar la mirada y pasar de la opresión, del apego a sólo las cosas materiales, y mirar la luz de la verdadera libertad en el amor.
Que nazca el Salvador no en el pesebre, sino en el corazón de los hombres y les dé alegría, de la que no da el mundo.
La verdadera alegría no se encuentra en la superficie, se alcanza penetrando en la profundidad íntima de la propia vida, en la esperanza, en el anhelo de la verdadera paz, esa que nace de la justicia y del amor.
Cristo, centro, fin de toda la creación, es la vida, y la vida se muestra en medio de los hombres. Él es la paz.

Pbro. José R. Ramírez

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