Viernes, 16 de Mayo 2025
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Rey del Universo

Jesucristo proclama su realeza

Por: EL INFORMADOR

'Yo soy el Alfa y la Omega, el que es, el que era y el que viene, el Todopoderoso'. ESPECIAL /

'Yo soy el Alfa y la Omega, el que es, el que era y el que viene, el Todopoderoso'. ESPECIAL /

LA PALABRA DE DIOS

PRIMERA LECTURA

Lectura de la Profecía de Daniel (7,13-14):

"Su dominio es eterno y no pasa, su reino no tendrá fin”.

SEGUNDA LECTURA

Lectura del Libro del Apocalipsis (1,5-8):

“Yo soy el Alfa y la Omega, el que es, el que era y el que viene, el Todopoderoso”.

EANGELIO

Lectura del Santo Evangelio según San Juan (18,33b-37):

“Soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo; para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz”.

GUADALAJARA, JALISCO (22/NOV/2015).- La Iglesia Católica cierra el año litúrgico con la solemnidad con que proclama la realeza de Cristo.

Cristo, el maestro, es la verdad, su doctrina es la verdad, su reino ha de ser la verdad. Decir sí cuando haya que decir sí, como Él enseñó; decir no, aunque cueste, cuando la exigencia sea poner este adverbio, que es una puerta cerrada a un final no siempre grato.

Distinto, pacífico sería el mundo, cuando un día fuera desterrada la mentira de la faz de la Tierra.

Cristo instituyó su reino para la santificación de los hombres.

Él es la cabeza y Él es el Santo de los Santos. El objeto, el fin de la revelación y toda la acción de Dios en el mundo, es la santificación de los hombres por la verdad.

No faltan quiénes gozan en poner de manifiesto, con bombo y platillos, errores y pecados de cristianos, que por lo mismo, no son santos.

Lleva la Iglesia 21 siglos de ser sacramento —signo sensible— de santidad, porque es senda de salvación. Cada año, el día primero de este mes de noviembre, con solemnidad, la Iglesia peregrina, o sea los que siguen aún en el tiempo, celebra la Iglesia triunfante, Todos los Santos, quienes por la misericordia divina llegaron a la bienaventuranza; son santos, la inmensa mayoría anónimos para los hombres, pero conocidos y amados por Dios y acogidos eternamente en su seno.

Son tiempos de confesar multitudes; los hombres viven en soledad en medio de los muchos otros enfermos del mismo mal, en el anonimato, la discriminación y la explotación. Se alza la queja sin palabras de los que emigran a otros países, con hambre, con sed, con el temor al rifle de los poderes que no tienen corazón.

La justicia no aparece ni entre las naciones, ni entre los grupos, ni entre los individuos. El mundo es de todos y para todos. Los bienes materiales y espirituales son para todos. La presencia invisible de Cristo y su mensaje, harán cambiar la faz de la Tierra. Si llega la justicia, aparecerá la sonrisa del amor y entonces los hombres sabrán que el Reino de Cristo es reino de paz.

Una auténtica, verdadera paz. “Paz a los hombres de buena voluntad”. Ven Señor Jesús, ven para los que no te conocen; ven para los hijos pródigos, seducidos por las quimeras del mundo y lejos de tí, en vicio, en pecado; ven para los tristes, los desamparados, los solos, los más insignificantes a los ojos de los hombres. Ven, desengancha a los vasallos de falsos reyes. Venga a todos su reino de amor, de justicia, de verdad, de santidad.

José Rosario Ramírez M.

Un reino diferente: de amor


Este domingo celebramos a nuestro hermano Jesús como Rey del Universo, por ello la liturgia nos propone tres textos que sirven como luz para analizar nuestra vida en función de la vida cristiana. La presentación que el evangelista Juan hace de Pilato es sobria; donde más centra su atención es en la persona de Cristo, quien hace una gran afirmación: soy rey, pero mi reino no es de este mundo. Por ser Él el Hijo de Dios, que se hace hombre para salvar a los hombres de todos los tiempos y lugares, ser rey, al estilo de lo que gobiernan las naciones, sería un minimizar demasiado su misión. Su reino es espiritual, alcanza los pensamientos, la voluntad y el corazón del hombre. Sin duda, Jesús se percata de que Pilato no está en grado de entender esto, pero lo debe declarar por amor a la verdad. Ante esta palabra, el procurador romano requiere introducir un diálogo al estilo filosófico. Pero para Jesús, su hora no es para filosofar, sino para probar al mundo el amor que Dios tiene para los hombres, hasta mandar al Hijo del Hombre, quien entrega su vida para salvarnos en plena libertad de amor.  Así es que con este contexto el profeta Daniel escribe cómo el Anciano representa a Dios, y el  hijo de hombre al hijo de Adán. Esta visión subraya que lo humano ha alcanzado su medida definitiva, su plenitud. La llegada del hijo del hombre, entre nubes, es signo de la presencia divina, lo que prefigura que el reino llega para todos los pueblos. Dejemos que el Reino de Cristo, reino de misericordia y amor, reine en cada uno de nuestros corazones, dando testimonio de auténticos cristianos.

En la Segunda Lectura, la manera como se presenta el autor junto con su obra es indicio de que el Apocalipsis es una especie de carta para las Iglesias del Asia Menor. El libro es una preocupación fraterna y pastoral por las situaciones que atraviesan las comunidades cristianas; por ese motivo, el escritor les participa los deseos de parte de Jesucristo, aquel que “nos ama, y nos ha librado de nuestros pecados derramando su sangre”. Al presentarlo así, trata de infundir tranquilidad y despertar la alegría cristiana, que nace del misterio del Señor Resucitado; el principio y fin, el Eterno, Señor de todo, volverá para consolación de la humanidad.

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