Suplementos | El Hijo de Dios se hizo hombre y pagó por nuestra libertad con su muerte y resurrección Redención El Hijo de Dios se hizo hombre y pagó por nuestra libertad con el misterio de su muerte y su resurrección Por: EL INFORMADOR 7 de marzo de 2015 - 23:05 hs En el misterio de la cruz está la más bella página de amor y de dolor para la redención universal . EL INFORMADOR / LA PALABRA DE DIOS PRIMERA LECTURA: Éxodo 20,1-17 "Yo soy el Señor, tu Dios, que te saqué de Egipto, de la esclavitud. No tendrás otros dioses frente a mí. No te harás ídolos, figura alguna de lo que hay arriba en el cielo, abajo en la tierra o en el agua debajo de la tierra. No te postrarás ante ellos, ni les darás culto" SEGUNDA LECTURA: Primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios 1,22-25 "Los judíos exigen signos, los griegos buscan sabiduría; pero nosotros predicamos a Cristo crucificado: escándalo para lo judíos, necedad para los gentiles; pero, para los llamados –judíos o griegos–, un Mesías que es fuerza de Dios y sabiduría de Dios". EVANGELIO: San Juan (2,13-25): "Entonces intervinieron los judíos y le preguntaron: '¿Qué signos nos muestras para obrar así?' Jesús contestó: 'Destruid este templo, y en tres días lo levantaré'. Los judíos replicaron: 'Cuarenta y seis años ha costado construir este templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?' Pero él hablaba del templo de su cuerpo. GUADALAJARA, JALISCO (08/MAR/2015).- En este tercer domingo de cuaresma y otros dos domingos más, el Evangelista San Juan presenta a Cristo, El Señor, con el mensaje fundamental del misterio de la redención. El sustantivo redención y el verbo correspondiente, redimir, tienen el significado de pago, rescate. En rescate y para rescate de todos los hombres, el Hijo de Dios se hizo hombre y pagó con el misterio de su muerte y su resurrección. Su pasión redentora es la razón de ser de su encarnación. Tomar la naturaleza mortal del hombre en el seno de María, fue para poder morir. Dios inmortal se hace hombre mortal. Toda la vida de Cristo es el misterio de la redención. Cristo manifiesta el misterio de redención universal; busca el día y el lugar. Así dice el evangelista Juan: “se acercaba la pascua de los judíos. Jesús subió a Jerusalén y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, de ovejas y de palomas, y a los cambiantes sentados detrás de sus mesas”. Este espectáculo de los reunidos en “el patio de los gentiles”, no será ya en adelante grato a los ojos de Dios, a quien se le habría de dar culto “en espíritu y verdad”. En este tiempo de cuaresma el Señor pide un ayuno mas grato: no sólo privarse de llevar alimentos a la boca y al estómago, sino dar de comer al hambriento, quitar toda injusticia, toda maldad, y así purificar el alma. Ese es el ayuno que más agrada a Dios. Así también allí, en el templo de Jerusalén, quiere un culto que no justifique el egoísmo, ni la opresión, ni la explotación del hombre por el hombre. El verdadero culto, el que agrada a Dios, brota del amor a Dios que no es visto y el amor al prójimo que es el próximo, el que está allí junto, que sí es visto y a quien se le deben amor y servicio. El látigo que usó el Señor no fue para castigar, sino para limpiar el templo de un culto ya viciado y mezclado con otros muchos intereses e intenciones. Y molestos, tal vez furiosos, los jefes judíos intervinieron: “¿Qué señal milagrosa nos muestras para justificar lo que haces?”. Para ellos es la respuesta: “destruyan este templo y Yo lo reedificaré en tres días”. El cristianismo no es para predicarse como teoría, ni como sistema. El cristianismo es un hecho: Cristo crucificado, Cristo resucitado. Quienes han logrado entender, sentir y aceptar el misterio de la cruz —mas no vacía, sino con el Hijo de Dios clavado en ella y levantado en alto— sobre toda argumentación, tienen ahí la más bella página de amor y de dolor para la universal redención. José Rosario Ramírez M. Fe y poder Dios creó al ser humano dotándolo de un poder, si bien no ilimitado, sí muy grande, y por ello tiene una capacidad para lograr lo que se propone, siempre y cuando tenga una motivación adecuada para creerlo y confiar en ello. La realidad es que muchos, en el fondo, no creen, dudan del poder de Dios. No confiar en el poder de Dios es la desgracia más grande que le puede suceder a cualquier ser humano, ya que implícitamente estará dudando, no creyendo en su propia capacidad y poder, que Dios mismo le infundió desde su nacimiento y, si fue bautizado, potencializado. Muchos de los bautizados, debido a que no saben lo que el serlo significa, y a que tienen una imagen equivocada, tergiversada o distorsionada de Dios, están en esa situación, y además del riesgo de no usar nunca esas capacidades, ese poder, está latente el riesgo de que éstas sean manipuladas por otros y usadas para su provecho, para su bien. Y, ¿Qué decir del Maligno que precisamente a eso se dedica para evitar que, los que lo permiten, se acerquen a Dios, crean en Él y en su Poder y cambien de manera de pensar y de actuar? El Evangelio de hoy nos recuerda un pasaje en el que Jesús manifiesta su poder temporal, lanzando fuera a los profanadores del templo, y ante los cuestionamientos del por qué lo hacía, les descubre su poder trascendente, al afirmar que Él podría reconstruir el templo de su cuerpo, como de hecho, pronto, en su muerte y su resurrección, así habría de suceder y, sin embargo, nadie, ni sus mismos discípulos —éstos hasta después de dicha resurrección—, le entendió, ni le creyó. Nos dice la carta a los Hebreos que Jesucristo es el mismo, ayer, hoy y siempre (Heb 13, 8), por lo tanto, las manifestaciones de su poder divino no son ‘cosas del pasado’, como algunos lo afirman, como tampoco es anacrónica la promesa de que los que “creamos en Él haremos las cosas que Él hizo y aún mayores”(cfr. Jn 14,12), y quienes creemos y confiamos en Él podemos ser instrumentos de su poder para usarlo en bien de los demás, con el fin de dar a conocer a este Dios vivo y cercano a nosotros. Si creemos, pues, en este Dios y en su Enviado Jesucristo, podremos creer y confiar en que al final de nuestra vida no acabará todo, sino que al morir, por su poder, también seremos resucitados con Él. Capitalicemos este tiempo de Cuaresma para purificar y acrecentar nuestra fe en Jesucristo, Dios y Hombre verdadero, y en su poder, para de esa manera también purificar y acrecentar la fe en nosotros mismos, en nuestras capacidades y poder, a fin de ser partícipes con Él de la instauración de su Reino en este mundo. ¿Cómo lograrlo? Iniciemos pidiéndoselo sin descanso en nuestra oración personal diaria y después veremos los resultados. Francisco Javier Cruz Luna. El verdadero Templo de Dios Este año, en el tercer domingo de Cuaresma, nos toca leer en el Evangelio una página desconcertante que no siempre entendemos muy bien. Nos dice el texto que el Señor Jesús se puso muy enojado cuando vio a los vendedores en el Templo. Pero muchas otras veces había dicho y repetido que el Templo de Dios es el corazón de cada ser humano. Por lo tanto, pensemos bien, si vamos, por ejemplo, a la Iglesia de la Candelaria y vemos que en el atrio venden panecillos, tacos y gorditas… o cualquier cosa para almorzar, yo creo que si nuestro Señor llegara, más que regañar a las señoras que venden allí, se sentaría a saborear alguna de sus deliciosas comidas. Pero si Él mirara el corazón de cada persona, ciertamente nos diría —y a veces no de muy buena forma— que echáramos de allí todo lo que ensucia y mancha ese lugar tan santo… habrá quien reciba el reproche tan duro que le dice que su corazón es una cueva de ladrones… porque es un hecho, que si allí se ha anidado la envidia, la ira, la avaricia o la lujuria, todos esas alimañas están robando lo que pertenece a Dios: lo que Él ha sembrado con tanto empeño. La alegría, la pureza, el entusiasmo, todo lo bueno, Dios quiere hacerlo florecer desde el amor que su gracia nos comunica y que su bendición otorga a cada uno en los momentos más especiales. De todo esto deducimos que lo primero que tenemos que conservar limpio y reluciente es el Templo en el cual Dios Padre, Jesucristo nuestro Salvador y el Espíritu Santo quieren habitar, es ese ámbito más personal e íntimo de nuestro ser, que bien podemos llamarle corazón, alma o… como sea, pero sabemos bien de qué se trata. Es allí donde no puede caber la mentira, la codicia, los malos tratos, las palabras ofensivas, el pecado o la soberbia… y todo eso que nos roba la gracia que ilumina el ser y que nos santifica desde dentro y que se refleja al exterior. Por eso hoy y siempre es bueno pedir al Señor que no nos deje y que nos ayude a ser su templo. Oración Señor Jesús, te doy gracias porque afirmas que quieres habitar en mi ser como en un Templo vivo y desde allí reflejar todo lo que quieres dar a la humanidad. Dame, Señor, la gracia de reconocer todo lo que afea mi ser, tanto en lo más íntimo como en lo que se refleja al exterior. Dime qué es lo que debo quitar, limpiar y renovar, para ser el Templo reluciente donde puedas habitar día y noche hasta el fin de mi vida. Amén María Belén Sánchez, fsp Temas Fe. Lee También Evangelio de hoy: El justo vivirá por su fe Evangelio de hoy: El inmenso abismo Evangelio de hoy: La lógica del mundo y la lógica del Reino Evangelio de hoy: Alegría, signo de perseverancia y misericordia Recibe las últimas noticias en tu e-mail Todo lo que necesitas saber para comenzar tu día Registrarse implica aceptar los Términos y Condiciones