Suplementos | Dinámica Pastoral UNIVA Quinto Domingo de Pascua El evangelio revela el misterio del amor del Padre, el del Hijo y la proyección del cariño de Dios en la entrega fraterna Por: EL INFORMADOR 23 de abril de 2016 - 23:36 hs Dios es amor, y amar es una voluntad de bien. ESPECIAL / LA PALABRA DE DIOSPrimera lectura Lectura del Libro de los Hechos de los Apóstoles (14,21b-27): “Les contaron lo que Dios había hecho por medio de ellos y cómo había abierto a los gentiles la puerta de la fe”. Segunda lectura Lectura del Libro del Apocalipsis (21, 1-5a): “Ésta es la morada de Dios con los hombres: acamparé entre ellos”. Evangelio Lectura del Santo Evangelio según San Juan (13,31-33a.34-35): “Améis unos a otros; como yo os he amado, amaos también entre vosotros GUADALAJARA, JALISCO (24/ABR/2016).- El Evangelio de este domigo quinto de Pascua es breve, apenas siete líneas, pero profundo. Es el evangelista Juan, el águila de Patmos, quien eleva su vuelo para revelar los misterios de Dios. Hoy revela el misterio del amor del Padre, el misterio del amor del Hijo y la proyección del amor de Dios en el amor fraterno. Ha sonado ya la hora de muerte de Cristo. Él lo sabe, y para despedirse ha preparado una cena triste, tierna, que enmarca su despedida. Es la cena de la Pascua y ha de ser apegada a la tradición judía. Manda el Señor que le preparen —Él siempre pobre— una sala amplia y bien adornada. Llegan y empieza —gran sorpresa— con el oficio de los esclavos, lavándoles los pies a sus discípulos. Luego la cena, conforme a los preceptos del pueblo liberado de la esclavitud de Egipto. Comen un cordero macho de un año, sin mancha, sin romperle un solo hueso —figura de Cristo—, acompañado de pan sin levadura y hierbas amargas. Con esos 11 hombres —Judas ya ha salido a perpetrar su traición— formará Cristo el Reino muchas veces proclamado, anunciado. Ahora es la cumbre de su predicación, el resumen, la plenitud de su enseñanza. Así quiso hacerlo, sin las multitudes como cuando en la montaña lanzó el programa de la Nueva Alianza con las ocho bienaventuranzas. Así, sin enfermos, ni acongonjados, ni endemoniados, ni testigos de corazón torcido con los fariseos, los escribas, los poderosos adueñados del templo y del pueblo. Para los cercanos, para los más decididos a seguirle, ha de transmitirles la consigna, la señal. Quiere un Reino unido. Mira, con su visión divina, las tendencias de los hombres a pelear, a dividirse con actitudes inspiradas por el egoísmo y por una limitación de sus aspiraciones incapaces de mirar mas allá de sus intereses particulares. Eso provoca división. Cristo quiere unión entre los suyos. Ahora no les da un consejo, no les recomienda una senda por donde ir; ahora, con su autoridad de Dios y Hombre, de Maestro, de amigo, el expresa un mandato. Mandamiento 13, ahora directo, conciso para esas mentes, para esos hombres dispuestos. Ya no se verán. Cristo seguirá invisible entre ellos, visible entre sí, mas han de ver en la imagen del hermano la imagen de Cristo. De la vida de Juan de Dios —aquel soldadote de Granada, España, dedicado a servir a los desamparados, a los enfermos— se cuentan sus angustias de un día en que llevaba en sus espaldas a un enfermo de enorme peso. Le preguntaron “¿No te agobia el peso de ese enfermo?”. Y contestó: “No me pesa, porque estoy cargando a Cristo”. Juan de Dios había aprendido a ver a su Señor en cada uno de sus hermanos, de los tristes, de los solos, de los despreciados, de los necesitados de afecto. Cristo, pues ya no se dejaría ver y quería que lo siguieran viendo con los ojos de la fe, con los ojos del amor. Por eso le dijo a sus apóstoles: “Les doy un mandamiento nuevo: que se amen los unos a los otros”. Es un mandamiento para regular, para asegurar el comportamiento futuro de los apóstoles primero y luego de todos los seguidores de Cristo. Es una exigencia para el cristiano: Si amas, eres cristiano; y si no amas, aunque hagas muchas penitencias, lleves un cilicio oculto debajo de las ropas y hagas grandes ayunos y largas oraciones, si no amas, de nada sirve todo esto, si no esta inspirado por el amor a Dios y al prójimo. Dios es amor, y amar es una voluntad de bien. Dios ha enviado a todos los hombres para la felicidad, y la felicidad está en amor infinito y el amor infinito es Dios. “Quien no ama pertenece en la muerte”; más quien tiene el amor en su corazón, tiene abundancia de gracia —rocío de la mañana— en su alma. “Quien está en el amor está en Dios y Dios en él”. Cuando el cristiano llega al imperfecto amor, llega a la verdadera santidad. Al fariseo insidioso Cristo le respondió: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente, y a tu prójimo como a tí mismo. Este es el primero, el más grande mandamiento”. El modelo es Cristo. El cristiano se ha de esforzar por hacer con su propia vida una imagen, aunque sea distante, conforme a ese modelo ideal, inalcanzable. Muy rica y larga es la vida de los santos en 20 siglos de la Iglesia, y a todos los ha movido con amor, Y a todos se les ha de reconocer por ese amor: el amor para vivir su virginidad, las almas consagradas; para servir con fidelidad, los confesores en su larga vida de profesar su amor; y los mártires, en entregarse hasta el último momento de su vida en inmolación de amor. El amor fue la fuerza para sostenerse en el camino de la santidad, y el amor ha de ser la razón para no quejarse por los cruces y los trabajos de la vida cotidiana. El amor ayuda a superar con tranquilidad y generosidad la tentación de la tristeza y el desaliento. Si hay amor, no hay tristeza. El hombre se renueva, se hace joven si vive el amor. Mas el amor verdadero ha de ser operante, expeditivo, manifestado en obras. Si la fe sin obras es cosa muerta; también el amor, si es sólo un sentimiento, no es verdadero amor. San Pablo describe el amor como el oro de muchos quilates: “El amor caridad, es longanimo —de alma grande—; es benigno —no maligno—; no es envidioso, no es jactancioso, no se hincha —es decir no es presumido—; no es descortés —la cortesía es amor—; no busca lo suyo —no es egoista—; no se irrita, no piensa mal, no se alegra con la injusticia, sino que se complace en la verdad; todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo tolera”. Quiera Dios que la oración de la Iglesia sea siempre ferviente, para insuflar amor en los pastores y en las ovejas. El camino, el amor Estamos en la recta final del tiempo de Pascua, hoy al ser el domingo quinto de este tiempo pascual, la liturgia se centra en el mandamiento del amor, sustancia de la presencia del Resucitado y el motor de nuestra misión, desde este marco se introducen dos motivos íntimamente unidos: El Espíritu Santo y la Ascensión de Cristo (próxima), lo cual marcará el final del intenso periodo de las apariciones del Resucitado. Su marcha conlleva una cierta noche, pero no es un abandono, sino una nueva forma de presencia: el amor no es ante todo un esfuerzo moral, sino la presencia del Espíritu Santo, el Espíritu de Jesús en la Iglesia y en los creyentes. Esa presencia alimenta nuestra vida cristiana e ilumina esas presencias del Resucitado que hemos contemplado en las primeras semanas pascuales. Si es de noche en nuestra vida, hemos de saber que la luz del Resucitado opera ya en nosotros gracias al Espíritu Santo que Jesús nos promete. Aunque sea de noche es posible hacer el bien y realizar este amor concreto, realista y encarnado, para así ser fieles a los momentos de luz. Si, pese a nuestras debilidades y defectos, tratamos de vivir de este amor previamente donado, entonces estaremos realizando la misión de la Iglesia, pues por él “conocerán que somos discípulos suyos”. Y si lo hacemos así, por muy deficiente que nos parezca nuestro testimonio, estaremos adelantando esa “utopía realista” y ya operante en la historia humana: la nueva Jerusalén, en la que Dios enjugará las lágrimas de nuestros ojos, y ya no habrá muerte, ni llanto ni luto, ni dolor. En esta semana te invitamos, como diría el P. Félix Rougier, M.Sp.S. “Den las gracias al Padre amadísimo por tantos favores. Él nos envió a Jesús, y Él nos envió al Espíritu Santo. Todo lo debemos al Padre. Quiero amar con toda mi alma al Padre, al Verbo, al Espíritu Santo y hacer que todos amen a esas Divinas Personas”. Temas Fe. 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