Domingo, 03 de Noviembre 2024
Suplementos | La antesala del amor, culmen del plan divino, es sentir compasión

¿Qué debo hacer para conseguir la vida eterna?

La vocación cristiana implica necesariamente la conciencia clara de una misión, y ambas tienen como contenido la realización del proyecto divino, el cual es esencialmente un plan de amor, que es el tema central de este domingo

Por: EL INFORMADOR

LA PALABRA DE DIOS

• Primera lectura

Deuteronomio 30, 10-14


"Escucha la voz del Señor, tu Dios, que te manda guardar sus mandamientos y disposiciones”

• Segunda lectura

San Pablo a los colosenses 1, 15-20


"Cristo es la cabeza del cuerpo, que es la Iglesia. Él es el principio, el primogénito de entre los muertos, para que sea el primero en todo”.

• Evangelio

San Lucas 10, 25-37

"¿Qué debo hacer para conseguir la vida eterna? Jesús le dijo: ¿Qué es lo que está escrito en la ley? ¿Qué lees en ella?"

REFLEXIONANDO LA FE

• ¿Quién es mi prójimo?


Cuando el escriba pregunta a Jesús: “¿Quién es mi prójimo? Es probable que todavía este hombre asimilara a este prójimo como a su hermano, miembro del pueblo de Israel. Jesús va a transformar definitivamente la noción de prójimo.

Por lo pronto, consagra el mandamiento del amor: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo.” No sólo concentra en él los otros mandamientos, sino que los enlaza indisolublemente con el mandamiento del amor a Dios. Después de Jesús, Pablo declara solemnemente que este mandamiento cumple toda la ley, que es la suma de los otros y Santiago lo califica de ley regia.

Luego, Jesús universaliza este mandamiento: uno debe amar a sus adversarios, no sólo a sus amigos; esto supone que se ha derribado en el corazón toda barrera, tanto que el amor puede alcanzar al mismo enemigo.

En la parábola del buen samaritano pasa Jesús a las aplicaciones  prácticas. No me toca a mí decidir quién es mi prójimo. El hombre que se halla en apuros, aunque sea mi enemigo, puede convertirse en mi prójimo.  

• La ley


El proyecto divino, que consiste en que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad, está contenido en la ley como se expresa en el libro del Deuteronomio: “Escucha la voz del Señor, tu Dios, que te manda guardar sus mandamientos y disposiciones escritos en el libro de esta ley. Y conviértete al Señor tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma. Estos mandamientos que te doy, no son superiores a tus fuerzas ni están fuera de tu alcance”.

El texto al puntualizar la prioridad de la ley, también subraya la importancia de la persona, al decir: estos mandamientos no son superiores a tus fuerzas ni están fuera de tu alcance. Con esto se debe entender que la ley no es algo exterior, con un desagradable aspecto de imposición, sino una invitación que interpela al hombre desde dentro.

La Palabra de Dios, en vez de aplastar y oprimir al hombre, libera en él un impulso hacia el conocimiento y puesta en acción de su voluntad, la ley de Dios, más que una carga es un camino y lineamientos seguros para lograr la grandeza para la cual hemos sido creados, es por decirlo de una manera gráfica, la carretera que facilita el camino en razón de un destino, y el semáforo que contribuye al respeto de los demás sin desviarme de mi meta.

• El prójimo


La pretensiosa conversación que el doctor de la ley tiene con Jesús lo lleva a reconocer el compromiso que tiene el conocimiento de la ley en el trato con nuestros hermanos. Él pretende discutir, precisar, medirse con Jesús, justificar el propio saber, definir el concepto exacto de prójimo, para determinar, irónicamente, los límites del amor.

Jesús no se presta a su juego y no se deja enredar en una discusión sin sentido, ni provecho, por lo mismo Jesús dirige todo a donde debe estar la atención, lo que sabes, vívelo. Lo más fastidioso y mezquino es poseer una ciencia que no se convierte en amor concreto.

La respuesta a la pregunta del doctor de la ley, de ¿Quién es mi prójimo? Bien que mal, la sabemos todos, por lo mismo Jesús desde los inicios de aquella conversación lo que más la interesa, no dar a conocer quién es mi prójimo, sino quien se portó como prójimo: “¿Cuál de estos tres te parece que se portó como prójimo del hombre que fue asaltado por los ladrones?”. El doctor de la ley le respondió: “El que tuvo compasión de él”. Entonces Jesús le dijo: “Anda y haz tú lo mismo”.

El prójimo no es sólo aquel a quien yo quiero ayudar, sino todo aquel que esta junto a mí, aun el que no me cae bien, o me es contrario, mi prójimo no es aquel a quien yo elijo, sino todo hombre con quien yo me encuentro, por gusto o por accidente. Por esta misma razón es que Jesús se manifiesta impaciente, más en que seamos prontos a servir y tratar a nuestro prójimo como tal, a llana y simplemente comprender intelectualmente quien es mi prójimo.

• El amor


La antesala del amor, culmen del plan divino, es sentir compasión: “Un samaritano que iba de viaje, al verlo, se compadeció de él, se le acercó, ungió sus heridas con aceite y vino, y se las vendó; luego lo puso sobre su cabalgadura, lo llevó a un mesón y cuidó de él.”

La compasión es sufrir junto a, compartir la situación del otro, identificarse con el dolor ajeno, ya que esto hace que detengamos nuestro camino, mientras los otros pasan indiferentes. La compasión del samaritano no debe ser materia de estudio y análisis, sino, simplemente de imitación, como lo dice Jesús: “Anda y haz tú lo mismo”.

Esta parábola, conocida como la del buen samaritano, nos permite comprender y así imitar, que será imposible llegar a Dios, pasando de largo sin atender a nuestro prójimo, el camino más directo a Dios es a través de la compasión que se transforma en amor, aun cuando parcos creamos dirigirnos a Dios: “Sucedió que por el mismo camino bajaba un sacerdote, el cual lo vio y pasó de largo. De igual modo, un levita que pasó por ahí, lo vio y siguió adelante.”

El sacerdote y el levita han llegado sin obstáculos hasta el final de su camino, y han faltado al encuentro. El samaritano no ha dado más que dos pasos. Pero en la dirección exacta.

DESDE LAS LETRAS

Jesucristo es el buen samaritano


Yo estaba malherido en el camino,

y con celo de hermano,

ungió mis llagas con aceite y vino;

después, hacia el albergue, no lejano,

me llevó de la mano,

en medio del silencio vespertino.

Llegados, apoyé con abandono

mi cabeza en su seno,

y Él me dijo muy quedo: “Te perdono

tus pecados, ve en paz; sé siempre bueno

y búscame: de todo cuanto existe

yo soy el manantial, el ígneo centro...”

Y repliqué, muy pálido y muy triste:

“¿Señor, a qué buscar si nada encuentro?

¡Mi fe se me murió cuando partiste,

y llevo su cadáver aquí dentro!

“Estando Tú conmigo viviría...

Mas tu verbo inmortal todo lo puede:

dila que surja en la conciencia mía,

resucítala, ¡oh Dios, era mi guía!”

Y Jesucristo respondió: “Ya hiede”.

Amado Nervo

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