Viernes, 16 de Mayo 2025
Suplementos | XXV Domingo Ordinario

Pensar en lo eterno…

La parábola de este domingo aviva la conciencia para que el cristiano no pierda el sentido del empleo de los bienes recibidos

Por: EL INFORMADOR

El dinero excesivo endurece el corazón del hombre, por lo que la obediencia al Dios verdadero se diluye. ESPECIAL /

El dinero excesivo endurece el corazón del hombre, por lo que la obediencia al Dios verdadero se diluye. ESPECIAL /

LA PALABRA DE DIOS

PRIMERA LECTURA
Lectura de la Profecía de Amos (8,4-7):

“Jura el Señor por la gloria de Jacob que no olvidará jamás vuestras acciones”.

SEGUNDA LECTURA
Lectura de la Primera Carta del Apóstol San Pablo a Timoteo (2,1-8):

“Te ruego, lo primero de todo, que hagáis oraciones, plegarias, súplicas, acciones de gracias por todos los hombres”.

EVANGELIO
Lectura del Evangelio según San Lucas (16,1-13):

“Ningún siervo puede servir a dos amos, porque, o bien aborrecerá a uno y amará al otro”.

GUADALAJARA, JALISCO (18/SEP/2016).- El mensaje evangélico viene con la sencilla narración de una parábola. Es una profunda lección sobre el trascendental tema de la propia salvación, asunto personal de cada hombre.

Es misterio, como todo lo de Dios; porque la cumbre, en el nivel de lo sobrenatural y eterno, se ha de conquistar con lo natural y cotidiano.

Un hombre en conflictos ha sido descubierto. Ha sido un mal administrador y tiene la certeza de que va a ser puesto en la calle.

Se anticipa y obra con astucia para encontrar amigos después. “Entonces fue llamando uno por uno a los deudores de su amo. Al primero le preguntó: ‘¿Cuánto debes a mi amo?’ El hombre le respondió: ‘Cien barriles de aceite’ El administrador le dijo: ‘Toma tu recibo, date prisa y haz otro por 50 barriles’ Luego preguntó al siguiente: ‘Y tú, ¿cuánto debes?’. Este respondió: ‘Cien sacos de trigo’. El administrador le dijo: ‘Toma tu recibo y haz otro por 80”’.

El amo tuvo que reconocer que su mal administrador había procedido sagazmente. En boca del amo, no de Cristo, están estas palabras de reconocimiento, mas no de aprobación: “Porque los hijos de este siglo son más astutos que los hijos de la luz”.

En la figura del administrador está la historia de cada hombre. Todos han recibido sólo por un tiempo y en administración, cuanto son y cuanto tienen: vida, salud, tiempo, dotes personales, inteligencia, las cosas materiales y mucho más. Todo para que disponga de ello en un espacio de años, meses y días; mas llega para cada uno el final y el compromiso de rendir cuentas de esa administración.

Para este momento, que ineludiblemente llegará, se requiere el uso de gran sabiduría, la de los verdaderos sabios que todo lo han dispuesto hacia ese fin. Un breve espacio temporal es la vida; tiene su principio y su final, porque es temporal. Es decir, está en el tiempo, y todo lo que está en el tiempo no está, no es permanente, sino que va; Y en su ir tiene el signo de pasajero, que “pasa como las naves, como las nubes, como las sombras”.

Quien de veras sabe pensar, tiene conciencia plena de que es un peregrino, el que un día emprendió el camino y va y sigue, Y que su peregrinar tiene un final. ¿De dónde y hacia dónde? De Dios y hacia Dios, es la luz revelada con un principio -Alfa- y un final -Omega-.

Para ese peregrinar cuenta con todos los recursos necesarios puestos a su alcance y administración.

La parábola de este domingo aviva la conciencia para que el cristiano no pierda el sentido del empleo de los bienes recibidos. Todos son para el servicio del hombre, mas de tal manera que siempre los tenga a su disposición, y, con la certeza de que de ellos, de todo, habrá de rendir cuentas.

Los peligros que agobian a la presente generación, no son nuevos; son los mismos de hace un siglo y dos y más. Son el desordenado amor a las cosas materiales, y a eso se le da el nombre de materialismo; una insaciable búsqueda de los placeres de la carne, de la vida fácil, del menor esfuerzo, y a esto se le llama hedonismo; y un exagerado aprecio de sí mismo, con menosprecio de los demás, y esto es la soberbia de la vida.

Conmueve el solo pensamiento de que todo está condicionado a un tiempo limitado, y de que de todo —aún de lo que más insignificante parece hay que rendir cuentas—. ¿Qué tienes que no hayas recibido? ¿Y por qué te llenas de soberbia, como si no lo hubieras recibido?

José Rosario Ramírez M.

Primero Dios…

“No puedes servir a Dios y al Dinero…” la frase es conocida. Ningún exégeta duda de su autenticidad. Al contrario, es la sentencia que mejor refleja la actitud de Jesús ante el dinero. Por otra parte, la claridad y contundencia con que Jesús se expresa excluye todo intento de suavizar su sentido.

Hoy se habla mucho de la crisis religiosa provocada por el racionalismo contemporáneo, pero se olvida ese “alejamiento” de Dios que tiene su origen no en el agnosticismo, sino en el poder seductor del dinero. Sin embargo, según Jesús, quien se ata al dinero termina alejándose de Dios. Siempre se ha hecho notar que, curiosamente, el Evangelio no denuncia tanto el origen inmoral de las riquezas conseguidas de manera injusta cuanto el poder que el dinero tiene de deshumanizar a la persona separándola del Dios vivo.

Las palabras de Jesús buscan impactar al oyente oponiendo frontalmente el señorío de Dios y el del dinero. No se puede ser fiel a Dios y vivir esclavo del dinero. La riqueza tiene un poder subyugador irresistible. Cuando el individuo entra en la dinámica del ganar siempre más y del vivir siempre mejor, el dinero termina sustituyendo a Dios y exigiendo obediencia absoluta. En esa vida ya no reina el Dios que pide amor y solidaridad, sino el dinero que sólo mira el propio interés.

Los exégetas han analizado con rigor el texto evangélico. El “dinero”  viene designado con el término de “mammona”, que sólo aparece cuatro veces en el Nuevo Testamento y siempre en boca de Jesús. Se trata de un término que proviene de la raíz aramea “aman” (confiar, apoyarse) y significa cualquier riqueza en la que el individuo apoya su existencia. El pensamiento de Jesús aparece así con más claridad: cuando una persona hace del dinero la orientación fundamental de su vida, su único punto de apoyo y su única meta, la obediencia al Dios verdadero se diluye. La razón es sencilla. El corazón del individuo atrapado por el dinero se endurece. Tiende a buscar sólo su propio interés, no piensa en el sufrimiento y la necesidad de los demás. En su vida no hay lugar para el amor desinteresado y la solidaridad. Por eso mismo, no hay lugar para un Dios Padre de todos.

El mensaje evangélico no ha perdido actualidad pues restituye al dinero su verdadero valor y su carácter humano. También hoy es un error hacer del dinero el “absoluto” de la existencia. ¿Qué humanidad puede encerrarse en quien sigue acaparando más y más, olvidado absolutamente de quienes padecen necesidad?

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