Martes, 03 de Diciembre 2024
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Nuestra jerarquía de valores

Tantos y tan frecuentemente invierten el valor y la trascendencia de las cosas

Por: EL INFORMADOR

     Cierto día un niño pequeño abordó a su papá, cuando éste llegaba a su casa procedente de su trabajo, con esta pregunta: “Papi, ¿cuánto ganas por hora?”. El padre, sin ocultar su molestia por aquella extraña pregunta, le dijo al niño: “Mira, hijo, esa información es confidencial; ni tu mamá la conoce, así que no puedo responder a tu pregunta. Además vengo muy fatigado y voy a descansar un rato”. Sin embargo, el niño insistió: “Papi, ándale, dime porfis, ¿cuánto ganas por hora?”.

     Ante tal insistencia y ya un poco más calmado, y para quitárselo de encima, el padre le respondió en forma escueta: “Trescientos pesos”. El pequeño le dijo entonces: “Papi, ¿me podrías prestar doscientos pesos?”. El padre se llenó de ira y de manera brusca le dijo: “¡Así que por eso querías saber lo que gano! ¡Vete a dormir y no me molestes, muchacho aprovechado!”.

     Se hizo de noche y el padre, reflexionando sobre lo sucedido, empezó a sentir remordimiento. Tal vez su hijo quería comprar algo que realmente necesitaba. Movido por ese sentimiento, se dirigió a la recámara del niño y con voz baja le preguntó que si dormía. El niño le respondió que no, y entonces su padre le dijo, con un dejo de preocupación: “Perdóname por habe erte tratado tan duramente; aquí tienes el dinero que me pediste. “Gracias, papi”, le dijo el pequeño y metiendo sus manitas debajo de la almohada, sacó dos billetes de cincuenta pesos. “Ahora ya completé los trescientos pesos. ¿Me podrías vender una hora de tu tiempo?”.

     Ante realidades tan dramáticas como la de esta historia, en la que tantos y tan frecuentemente invierten el valor y la trascendencia de las cosas, trastocando su escala o jerarquía de valores --realidades que por cierto, siempre han existido y existirán--, Jesús nos advierte el peligro de caer en ellas y, por medio de parábolas, trata de hacernos ver y explicarnos cómo el ser humano da un cambio radical al saber y reconocer dónde están la felicidad y la plenitud, el verdadero tesoro, y vende, es decir, deja todo cuanto ha sido su felicidad hasta ese momento, y compra --lo que significa que adquiere-- una vida nueva.

     El ser humano está siempre en búsqueda; busca constantemente el amor, la paz, la felicidad; en resumen, la plenitud. Esta búsqueda suele desvirtuarse en la mayoría de los casos, y llega a confundirse con valores inferiores y negativos, como el dinero, el poder, la celebridad, los cuales, cuando no son bien usados, se llegan a convertir en antivalores; suscitan y/o acrecentan así en el ser humano, el vacío, la soledad, la incomprensión, el desasosiego,  que, en lugar de llevarlo a su realización plena como tal, como persona, lo sumerge en el no ser, en el pecado, y por ende, en una muerte en vida.

     Con otras parábolas, Jesús reitera lo afirmado; por ejemplo, la del vendedor de perlas, en la que narra como este hombre deja todas las “otras perlas” por la gran perla que es el Reino de Dios.

     Cuando la persona se encuentra con Dios, cuando descubre el amor incondicional de Dios Padre; cuando hace realidad dentro de sí la amistad radical y el señorío de Jesús para con él o ella; cuando se deja tocar por el Espíritu Santo, se produce en su interior y en todo su ser la conversión, el cambio radical, el querer “venderlo” todo para adquirir el campo la perla. Su vida cambia completamente, aun siendo las mismas circunstancias, el mismo quehacer, las mismas personas y cosas. La luz, la vida, ha entrado iluminado y vivificado todo su ser.

     Hoy por hoy, y ante la pérdida de los valores trascendentes y ya no digamos de una verdadera fe, por parte de muchos católicos que en realidad viven un ateísmo práctico, se impone --como el papá de nuestra historia-- calmarse, hacer un alto en el camino y revisarnos, para darnos cuenta de qué lugar ocupa Dios en nuestra vida y qué lugar ocupan los valores más sublimes, como son nuestra misma fe, nuestra vocación y vocación cristianas; y, a la luz del Evangelio, nuestra familia, nuestra empresa o trabajo --todo ello ante nuestro actuar cotidiano en todos los ambientes--, pedirle a ese Dios que es Padre por excelencia y nos ama infinitamente, la sabiduría para descubrir ese tesoro escondido y esa perla preciosa de la que nos habla el Evangelio de hoy, y que nos guíe para saber vender todo y adquirirlos. Porque en el seguimiento de Cristo no existe el término medio, como lo sentencia el Señor en el libro del Apocalipsis: “No eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! Por eso, porque eres tibio, te vomitaré de mi boca” (3, 14-16).

Francisco Javier Cruz Luna
cruzlfcoj@yahoo.com.mx

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