Sábado, 11 de Octubre 2025
Suplementos | No basta querer contraer matrimonio, sino que se ha de tener la capacidad

No está bien que el hombre esté solo

San Marcos da testimonio del terco empeño de unos fariseos en ponerle trampas al Señor Jesús

Por: EL INFORMADOR

Vivir el sacramento del matrimonio es, ante todo, hacer un acto de fe, de confianza plena y total en un Dios personal. ESPECIAL /

Vivir el sacramento del matrimonio es, ante todo, hacer un acto de fe, de confianza plena y total en un Dios personal. ESPECIAL /

LA PALABRA DE DIOS

PRIMERA LECTURA

Lectura del Libro del Génesis (2,18-24)

“No está bien que el hombre esté solo; voy a hacerle alguien como él que le ayude”.
Evangelio

SEGUNDA LECTURA

Lectura de la Carta a los Hebreos (2,9-11):

“Ya no son dos, sino una sola carne. Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre”.

EVANGELIO

Lectura del Santo Evangelio según San Marcos (10,2-16):

“Por eso no se avergüenza de llamarlos hermanos”.

GUADALAJARA, JALISCO (04/OCT/2015).- En la lectura del Libro de Génesis es vital rescatar dos aspectos: 1. El mismo origen de la mujer y del hombre. Por lo tanto, la misma dignidad: ninguno de los dos es superior al otro. 2. Según el plan de Dios, la mujer es complemento en la vida del hombre; sin la mujer el hombre queda solo y se acaba; sin el hombre, la mujer queda estéril y no hay descendencia, se acaba la humanidad. Aquí se aclara que el matrimonio es querido y bendecido por Dios. Cuando las parejas se viven de manera independiente el resultado es la infelicidad que perjudicará a la descendencia. El amor mutuo exige la aceptación de los defectos de la pareja, así como la apreciación de sus valores. Estas dos virtudes permitirán que los dos “lleguen a ser como una sola persona”.

Por ello que en la lectura evangélica de la liturgia nos dice que el matrimonio es una entrega total, es fundirse en uno solo. En los tiempos de Jesús, el matrimonio era una figura utilizada para hablar de las relaciones entre Dios y el pueblo, faltar al matrimonio era equivalente a la idolatría, destruirlo es un atentado a la sociedad. La perseverancia en el sí dado a Dios depende de la sinceridad con que se vive la alianza; al tiempo el sí depende de la lealtad al amor prometido, sin admitir concesiones. Así estar abiertos a la novedad, con sentido de dependencia empujará a abandonarse en los brazos del Padre, quien guiará el amor a ser un amor fecundo, el cual construirá el Reino para la sociedad.

El reino desde el amor

En este domingo vigésimo séptimo ordinario del año, el evangelista San Marcos da testimonio del terco empeño de unos fariseos en ponerle trampas al Señor Jesús, con preguntas capciosas que intentan hacerlo caer en contradicciones o en el error.

El tema de ahora no es tanto de teoría, sino que va a la aplicación práctica, a algo candente y siempre actual. Es sobre el amor entre el hombre y la mujer, la difícil armonía en la vida conyugal y el misterio antiguo y nuevo del matrimonio.

Los fariseos, muy versados en la Ley, piensan sorprender al Maestro con maliciosa pregunta: “Es lícito a un hombre divorciarse de su esposa?”. El Señor Jesús aceptó el reto. Su respuesta ha sido luz desde entonces para entender el sentido profundo de la mutua entrega entre hombre y mujer, capaces y libres para hacer un nuevo camino en su vida.

Al principio de la creación los hizo Dios varón y mujer. Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y serán los dos una sola cosa.

El sentido cristiano del matrimonio se entiende como una verdadera vocación, y para ese nuevo estado se han de preparar los novios con seriedad y fervor, por encima de las consideraciones terrenas.

El código de derecho canónico así se expresa: “la alianza matrimonial por la que el varón y la mujer constituyen entre sí un consorcio de toda la vida, ordenado por su misma índole al bien de los cónyuges y a la generación y educación de la prole, fue elevado por Cristo, Nuestro Señor, a la dignidad de sacramento entre bautizados”.

La experiencia social señala que se dan casos límite, situaciones insostenibles en la pareja, que los han llevado a la separación.

En la Iglesia no existe el divorcio. Se dan casos en que en un tribunal eclesiástico se declara la nulidad del matrimonio. No lo disuelve, solo declara que no hubo matrimonio por alguna causa, como carencia del suficiente uso de razón de uno de los dos; grave defecto de discreción de juicio acerca de los derechos y deberes esenciales del matrimonio que mutuamente se han de dar y aceptar; incapacidad o imposibilidad de asumir las obligaciones esenciales del mismo, por causa de naturaleza psíquica.

No basta querer contraer matrimonio, sino que se ha de tener la capacidad para ese estado, que bien llevado, es el camino de salvación, de santidad.

No ha cambiado la doctrina de la Iglesia. Solo que Cristo acoge a los agobiados, a los cansados en conflictos en los que no hubo matrimonio.

José Rosario Ramírez M.

ANTE LA CRISIS DEL MATRIMONIO

El pasaje evangélico que la liturgia de este domingo nos propone, trae para nuestro mundo, que atraviesa por una de las más severas crisis en lo que al matrimonio y la familia se refiere, una intensa luz que ha de iluminar la vida de aquellos que optaron u optarán por unir sus vidas en este sacramento, conforme al plan de Dios respectivo.

Por ello conviene conocer y tener bien presente los principios básicos del matrimonio, para no caer en el engaño de que siempre el divorcio es la solución. Veamos algunos de ellos:

Vivir el sacramento del matrimonio es, ante todo, hacer un acto de fe, de confianza plena y total en un Dios personal, que afirma que a través de las alegrías y de las penas, de los éxitos y los fracasos, el amor del hombre por la mujer y de la mujer por el hombre, se puede transformar en verdadera caridad, que adquiere valor de felicidad, de salvación, de eternidad.

El matrimonio es sacramento porque es un signo sagrado que sirve para explicar una realidad más profunda: un signo visible de una realidad invisible. Es un signo a través del cual un hombre y una mujer unidos en el amor, comprometiéndose, se lanzan a caminar juntos en la vida, por el camino marcado por Jesús.

El sacramento es también un signo sensible de la gracia de Dios. Los contrayentes al celebrar el sacramento reciben la plenitud de la gracia santificante, que es la presencia de Dios en nosotros, por medio del Espíritu Santo, que nos hace semejantes a Cristo, y se pierde por el pecado.

Esta gracia hace al hombre y a la mujer hijos de Dios; eleva su naturaleza, haciéndola partícipe de la naturaleza divina, y, por lo tanto excede toda la potencia de dicha naturaleza humana, capacitándolos para enfrentar cualquier reto, amenaza, tentación o ataque de los enemigos del ser humano y de la misma institución matrimonial.

De ahí que cuando los cónyuges luchan y se esfuerzan por preservar esa gracia en su corazón y en su vida matrimonial, sin duda triunfarán sobre toda dificultad, problema, falla, error, actos de desamor en su relación mutua.

En el Evangelio de hoy, Jesús es muy claro y no se anda con rodeos en cuestiones de la unión matrimonial. Dios quiera que al reflexionar dicho pasaje, lleve a los casados a adquirir mayor conciencia, a dar más valor y a amar más su vínculo sacramental.

Francisco Javier Cruz Luna

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