Miércoles, 22 de Octubre 2025
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Mucha historia camino a Puerto Vallarta

Altavista es un lugar que parece haber sido tallado en un sueño

Por: EL INFORMADOR

Agua, rocas cúbicas, cruces y espirales se tejen entre las leyendas del sitio de Altavista, en tierras nayaritas.  /

Agua, rocas cúbicas, cruces y espirales se tejen entre las leyendas del sitio de Altavista, en tierras nayaritas. /

GUADLAJARA, JALISCO (27/JUL/2014).- La distancia entre Guadalajara y Puerto Vallarta es de 3 horas y 50 minutos en automóvil. Tome sus precauciones si sale de viaje.

De leyenda. Agua, rocas cúbicas, cruces y espirales se tejen entre las leyendas del sitio de Altavista, en tierras nayaritas.


Entre Las Varas y La Peñita de Jaltemba; a mano izquierda aparece un tímido letrero que dice… “Altavista”.


Un par de cientos de metros adelante, entrando por la brecha que va a ese pueblo, detrás de una enorme higuera y a mano izquierda arranca otro camino poco visible que va zigzagueando entre sembradíos de frutales hasta perderse en la espesura de la selva.


No. No se han perdido, sigan por ahí otro buen trecho hasta llegar a un espacio claro y desmontado en donde pueden dejar su coche (4x4 desde luego).

Un viejo modorro y corajudo saldrá machete en mano a cobrarles los 10 pesos de la entrada al sitio. Si le dan el doble se le quitará lo modorro; y si le dan algo más se le olvida lo corajudo, y volviéndose todo amabilidad será un buen guía que les platicará algunas historias y leyendas del lugar, sazonadas —como siempre— por los consabidos mitos y mentiras que nunca faltarán.

Al adentrarse a pie por la vereda de más adelante, la selva se empieza a espesar. Las aguas de un arroyito que corre al lado desaceleran el pensamiento. El griterío de las chachalacas hace que la imaginación divague. El sudor empapa las camisas. Los mosquitos no se hacen esperar. Las raíces hacen confuso el caminar. La maleza —egoísta— solo deja pasar al Sol por hoyitos entre las hojas, que al caer reverberantes sobre la vereda simulan monedas de superchería

Un ruido sordo allá delante empieza a dominar el ambiente. La humedad se hace más intensa. El techo verde se abre de súbito hasta el cielo, y una luz brillante ilumina el recodo del pequeño río. Extraños bloques cúbicos de piedra contienen el estanque. Los espíritus parecen revolotear en la imaginación entre el maremágnum de mitologías, el sopor agobiante y la belleza incuestionable del lugar.

Algunas de las piedras están labradas con extraños glifos que nadie entiende y su significado solo se supone. Cruces de diversas formas por todos lados. Círculos concéntricos. Caracoles. Espirales. Líneas ondulantes —unas antropomorfas y otras zoomorfas— grabadas hace siglos por texcoquines y wixáricas (huicholes) cuando dominaban aquella región y comerciaban la sal, el pescado y la fruta con las poblaciones aledañas.


De hecho, es actualmente un sitio muy venerado por los huicholes quienes con su complicada teología y al amparo de los Cheneques (guardianes del lugar) llevan sus ofrendas al Tamoanchan (la gran ceiba por donde los espíritus, subiendo por sus ramas se conectan con el cielo); a Cipactli (el cocodrilo y “chan del agua”); a Nakahué (diosa de la fertilidad); a Tatevarí (por la fuerza de su fuego) y a Tatei Aramara (la diosa del mar).


Un interesante sincretismo luego surgió de este venerado lugar allá por el año del 1600 cuando comenzaron a llegar por el cercano puerto de Chacala, tanto esclavos con sus costumbres diferentes, como misioneros con sus dioses importados, quienes habiéndose mezclado con los wixáricas, originaron los cientos de leyendas que hasta la fecha perduran en las cercanías.


Una de ellas relata que… “cuando la recua de uno de los caballerangos se rehusaba a pasar por cierto sitio… apareció en el piso entre el monte reseco frente a él, una misteriosa cruz de zacate verde y rozagante” (?). Los misioneros, ni tardos ni perezosos, aprovecharon para incluirla de inmediato entre sus leyendas y milagros, creando la consabida parafernalia comercial respecto a ella.


Se construyó un santuario; luego un convento; y posteriormente hasta un recinto para la famosa “Cruz de Zacate” que hasta la fecha existe en la Ciudad de Tepic.


Por el contrario… este extraño rincón de piedras cúbicas, ahí permanece escondido entre el río y la selva, oculto, respetado y venerado por sus fieles ancestrales.


Muchas historias pueden encontrarse camino a Puerto Vallarta.


vya@informador.com.mx


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La distancia entre Guadalajara y Puerto Vallarta es de 3 horas y 50 minutos en automóvil. Tome sus precauciones si sale de viaje.

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