Viernes, 10 de Octubre 2025
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María ha sido elevada a los cielos

Necesitamos hombres comprometidos a ser luz para las vidas oscuras que no encuentran el camino, calor para los corazones fríos

Por: EL INFORMADOR

La Santísima Virgen María, así como nació, un día había de morir, cumplida plenamente su misión. ESPECIAL /

La Santísima Virgen María, así como nació, un día había de morir, cumplida plenamente su misión. ESPECIAL /

LA PALABRA DE DIOS

PRIMERA LECTURA
Lectura del libro de Jeremías (38,4-6.8-10):

“Toma tres hombres a tu mando, y sacad al profeta Jeremías del aljibe, antes de que muera”.

SEGUNDA LECTURA
Lectura de la carta a los Hebreos (12,1-4):

“Quitémonos lo que nos estorba y el pecado que nos ata, y corramos en la carrera que nos toca, sin retiramos, fijos los ojos en el que inició y completa nuestra fe”.

EVANGELIO
Lectura del santo evangelio según san Lucas (12,49-53):

“He venido a prender fuego en el mundo, ¡y ojalá estuviera ya ardiendo!”.

GUADALAJARA, JALISCO (14/AGO/2016).- La plenitud de la vida es triunfar con la alegría de quien, terminada la etapa en la tierra, llega a la vida eterna en Dios.

Quien ha nacido, con ese solo hecho ya tiene señalado un final en el tiempo; si nació, quiera o no quiera, piense o no piense en ese final, éste llegará, aunque no lo desee.

Allá en un hogar de Nazaret, en un día luminoso nació María, quien sería llamada dichosa por todas las generaciones, porque el Todopoderoso hizo en ella obras grandes. De ella nacería Jesucristo, el Salvador.

Mas, así como nació, un día había de morir, cumplida plenamente su misión.

Piadosamente, a su muerte le han llamado “la dormisión” de María.

En el Oriente fueron sucediéndose tradiciones y escritos. “El Señor, tomando el cuerpo de María, lo ha hecho transportar sobre una nube al paraíso, donde, unido a su alma y glorificado con los elegidos, goza de los bienes de la eternidad”.

Las muy antiguas tradiciones orales “pintan” dos escenas de ese mismo acontecimiento: Con silencioso respeto, los apóstoles depositan el cuerpo de María en el seno de la tierra, en la tumba, y luego se retiran, con tristeza y esperanza. Tristes, porque ya ni sus ojos ni sus oídos tendrán el gozo de mirarla y de escucharla; pero con la esperanza de que si ha partido a donde su Hijo la espera, sin duda experimentarán el bien para todos, porque vendrán dones y gracias que Ella alcanzará de la bondad del Hijo.

Tomás, el mal acostumbrado -no sabía ser puntual-, otra vez llegó tarde. Quiso ver el rostro de la Señora, y con humildad les pidió que levantaran la losa sepulcral. Accedieron y cayeron de rodillas, sorprendidos: El sepulcro se encontraba vacío y emanaba el aroma de frescas flores, según dice una antigua tradición oral.

Muchas plumas de padres de la Iglesia, de hombres doctos, han ido dejando en el acervo tradicional de la Iglesia el testimonio festivo de este singular privilegio de María. Nada dice sobre el tema la Sagrada Escritura, mas desde muy antiguo ha sido constante la voz de que María fue llevada al cielo en cuerpo y alma.

La tradición oral es antiquísima, y los documentos escritos por los santos padres ya desde el Siglo VI han ido dejando sus testimonios. Así, San Gregorio de Tours dice: “El Señor mandó trasladar al paraíso, en una nube, el cuerpo santo de María, donde ahora, recobrada en el alma y alegrándose con sus elegidos, goza de los bienes eternos, que no tendrán fin”.

San Modesto de Jerusalén dice: “La gloriosísima Madre de Cristo el Salvador, que es dador de la vida y de la inmortalidad, es vivificada por Él, copartícipe con Él de la incorruptibilidad por todos los siglos; el cual la hizo salir del sepulcro y la elevó hasta sí, del modo que sólo Él conoce”.

El testimonio de San Andrés de Creta es: “Era, pues, un espectáculo completamente nuevo y que excedía las fuerzas de la razón, que una mujer que había superado en pureza a la naturaleza de los cielos, penetrara corporalmente en el santuario de las celestes moradas. Pues así como el seno de la que dio a luz no sufrió corrupción, así su carne, después de muerta, no se disolvió”.

José Rosario Ramírez M.

Prender fuego al mundo

“He venido a prender fuego en el mundo y ojalá estuviera ya ardiendo“. La humanidad no parece todavía madura para comprender y acoger este Evangelio. Desde siempre han hablado los hombres de amor y lo han buscado aunque haya caído una y otra vez en egoísmos inconfesables. Pero tal vez, nunca se había llegado a perder la fe en el amor como parece estar sucediendo en la sociedad contemporánea.

Experiencias dolorosas llevan a muchos a ver en el amor un sentimiento hipócrita y sospechoso que siempre oculta tras de sí un egoísmo camuflado. Para otros, el amor es algo retrógrado e ineficaz, perfectamente inútil en la sociedad actual. Les parece una ingenuidad pensar en el amor como cimiento de la vida colectiva. Lo realista y eficaz es racionalizar y regular los egoísmos individuales de manera que no nos dañemos demasiado los unos a los otros.

Por otra parte, la tecnología parece exigir regularidad, rigor, repetición, eficacia, seguridad. El amor puede ser mitificado en las novelas de corte más o menos romántico, pero no “sirve” para funcionar en la vida real. Es decepcionante observar cómo se vive la misma sexualidad al margen del amor, excitando, apaciguando o manipulando el sexo en función de las conveniencias o intereses del momento. Sin embargo, sin amor la vida humana se desintegra y pierde su verdadero sentido. Y son muchos los que creen descubrir bajo la agresividad, la frustración y la violencia de la sociedad actual, una inmensa necesidad de unión y comunión. Los creyentes no deberíamos perder la confianza y el aliento. Esta sociedad necesita desde ahora testigos vivos que nos ayuden a seguir creyendo en el amor pues no hay porvenir para los hombres si terminan por perder la fe y el respeto al amor. El P. Félix de Jesús Rougier M.Sp.S. cita: “con cien hombres como estos prendemos fuego al mundo”, es decir necesitamos hombres comprometidos a ser luz para las vidas oscuras que no encuentran el camino, calor para los corazones fríos, de tal manera que nuestra capacidad de amarnos y amar al otro, sea lo que incendie al mundo.

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