LA PALABRA DE DIOSPRIMERA LECTURA Segundo Libro de los Reyes 4, 8-11. 14-16:“Yo sé que este hombre, que con tanta frecuencia nos visita, es un hombre de Dios”.SEGUNDA LECTURA San Pablo a los Romanos 6, 3-4. 8-11:“Considérense, ustedes, muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús. Señor nuestro”.EVANGELIO San Mateo 10, 37-42:“Quien diere, aunque no sea más que un vaso de agua a uno de estos pequeños, por ser discípulo mío, yo les aseguro que no perderá su recompensa”.GUADALAJARA, JALISCO (02/JUL/2017).- Signo de ignominia, maldición y muerte, era la cruz. Era el más duro castigo para los grandes culpables. Era el patíbulo para los traicioneros, los criminales, los esclavos infieles, los ladrones.Atados o clavados a dos maderos en cruz dejaban morir públicamente a los malhechores, para escarmiento de las multitudes que contemplaban con horror esos espectáculos. “Maldito el que pende del patíbulo”, decía la Ley de Moisés.En un solo momento ese madero infame se convirtió en trofeo insigne. Lo que era signo de muerte es ya símbolo de vida porque desde la cruz, el Hijo de Dios —elevado a lo alto— venció al pecado, al demonio y a la muerte.Desde entonces —vacía y con la imagen del divino crucificado—, la cruz es un símbolo universal conocido por todos, venerado por muchos.Bendito sea quien cargó la cruz sobre sus espaldas, extendió sus brazos en ella y —clavado de pies y manos durante tres horas—, levantado entre la tierra y el cielo, consumó desde ese bendito altar la obra infinita de la redención de todos los hombres.Desde entonces dicho símbolo —ese puente a escala entre la Tierra y el cielo— se ha multiplicado. y está en las cumbres de las montañas, en las torres y los edificios altos, en la intimidad de los hogares y en los espacios donde se afanan los hombres en sus labores diarias. Cuelga en oro y ricas piedras en los pechos de acaudalados creyentes y es signo de esperanza sobre las tumbas de quienes partieron esperando la vida eterna. “Cristo crucificado es fuerza y sabiduría de Dios”, dice San Pablo.Mas la palabra cruz no solamente significa esos dos maderos cruzados: es, además, una contraseña, un distintivo de una nueva filosofía de la vida propuesta y enseñada por el Divino Maestro.En el capítulo décimo de su Evangelio, San Mateo recoge una serie de sentencias del Maestro. Una de ellas dice así: “El que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí”.Así pues, pone como condición ineludible tomar la cruz —no de madera, no de metal fino, no de hierro forjado, sino su condición personal, sus deberes, sus obligaciones y su estado—, y luego emprender el seguimiento. No habrá por tanto verdadero, auténtico seguimiento, si el cristiano pretende caminar ligero, sin carga, sin cruz. Jesucristo no le pide que cargue otras cruces: esto es para almas marcadas con signo de predilección. dispuestas al servicio de los demás, a echar sobre sus hombros penas, desgracias y dolores ajenos. Pero a cada uno le pide que, al menos, sepa llevar la propia cruz. Porque no se atreven a aceptar el compromiso quienes desconocen la sabiduría de la cruz: los cobardes y los apáticos, los ignorantes y los necios, no responden al llamado del Señor.La historia de la Iglesia es la historia de un pueblo en camino, y es incontable el número de fieles generosos en seguimiento silencioso, sin estrépitos, sin pretenciones de llamar la atención a los hombres.En oculta, sencilla apariencia se han cultivado en todos los ambientes muchos santos, anónimos: en oblación diaria con su propia cruz, sin una queja, sin una palabra de descontento, menos aún de rebeldía.La cruz, en sentido simbólico, tiene —como la cruz de madera— dos ramas, y bien podrían entenderse así: Don José Ortega y Gasset dejó dicho: “Yo soy yo y mí circunstancia”. Un palo de la cruz, es el propio yo, con su temperamento, su carácter, sus cualidades, sus carencias, sus achaques y debilidades. ¿Quién que es no habrá de cargar toda la vida con ese yo? El otro madero, mi circunstancia, es tiempo, ambiente, lugar, personas, profesión, estado y cuanto rodea a cada persona, ya que nadie está solo y temporalmente suspendido en los aires, sino inmerso en un espacio de tiempo y otro espacio de lugar.Quien ha sabido entender Ia filosofía cristiana de la cruz y se ha dispuesto a vivirla, ha empezado a encontrar paz interior, riqueza mayor que las cosas materiales.José Rosario Ramírez M.Tomás, apóstolTomás, uno de los 12 apóstoles que recordaremos mañana en su fiesta litúrgica, es para nosotros un figura que nos ayuda a adentrarnos a nuestra fe. Su nombre deriva de una raíz hebrea, que significa «mellizo».Gracias a Tomás, tenemos en las Sagradas Escrituras frases que nos alientan en nuestro caminar. Cuando responde a Jesús que se dirige a Betania para resucitar a Lázaro, y jubiloso proclama: “Vayamos también nosotros a morir con él”. Mostrando así una firme determinación de seguir a Jesús.Una segunda intervención de Tomás se registra en la Última Cena. En aquella ocasión, Jesús, prediciendo su muerte inminente, anuncia que irá a preparar un lugar para los discípulos a fin de que también ellos estén donde Él se encuentre; y especifica: “Y adonde yo voy sabéis el camino”. Entonces Tomás interviene diciendo: “Señor, no sabemos a dónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?”. Estas palabras ofrecen a Jesús la ocasión para pronunciar la célebre definición: “Yo soy el camino, la verdad y la vida”. Por tanto, es en primer lugar a Tomás a quien se hace esta revelación, pero vale para todos nosotros y para todos los tiempos.Luego, es muy conocida, incluso es proverbial, la escena de la incredulidad de Tomás. “Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el agujero de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré”. En el fondo, estas palabras ponen de manifiesto la convicción de que a Jesús ya no se le debe reconocer por el rostro, sino más bien por las llagas. Tomás considera que los signos distintivos de la identidad de Jesús son ahora sobre todo las llagas, en las que se revela hasta qué punto nos ha amado. En esto el apóstol no se equivoca.Ocho días después, Jesús vuelve a aparecerse a sus discípulos y en esta ocasión Tomás está presente. Y Jesús lo interpela: “Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente”. Tomás reacciona con la profesión de fe más espléndida del Nuevo Testamento: «Señor mío y Dios mío».El caso del apóstol Tomás es importante para nosotros al menos por tres motivos: primero, porque nos conforta en nuestras inseguridades; en segundo lugar, porque nos demuestra que toda duda puede tener un final luminoso más allá de toda incertidumbre; y, por último, porque las palabras que le dirigió Jesús nos recuerdan el auténtico sentido de la fe madura y nos alientan a continuar, a pesar de las dificultades, por el camino de fidelidad a él.