Suplementos | Pocas cosas tan extrañas como que alguien a quien uno no conoce te haga confesiones La vida de los demás Pocas cosas tan desazonadoras como que alguien a quien uno no conoce brinque de pronto para hacer confesiones Por: EL INFORMADOR 26 de julio de 2015 - 05:31 hs Facundo respondió con un larguísimo correo en el que explicaba sus miedos y sus insatisfacciones con la vida. ESPECIAL / Sony Pictures Classics GUADALAJARA, JALISCO (26/JUL/2015).- Pocas cosas tan desazonadoras como que alguien a quien uno no conoce de nada, o conoce apenas, le brinque de pronto para hacerle confesiones. Uno de los mayores sustos que he recibido comenzó bajo la forma de correo electrónico (lo cual no era tan usual en 1997), justo, de un remitente desconocido. Un tal Facundo Paz (al menos así firmaba, aunque es muy probable que no fuera más que un seudónimo) tuvo a bien escribirme para denunciar el comportamiento “descocado” de una amiga que, por aquel entonces, estudiaba en el Norte del país. Los “desvíos” protagonizados por la muchacha consistían en haberse ido con el novio al mar, haber sido vista bebiendo en lugares públicos y haber vestido unas faldas que podrían haber sido consideradas cortitas en plena Universidad. Cargos, como se ve, poco alarmantes. Aunque a mi amiga le dio risa la anécdota (y eso que cartas similares le llegaron a todos sus contactos del correo, lo cual revela que quizá el buen Facundo fue una suerte de hacker de primerísima generación) tuve la mala idea de responderle. “La verdad es que nada de lo que dice me parece grave, es más: ni siquiera me parece mal. Le pido que la próxima vez que desee quejarse del comportamiento de alguien, mande una carta al periódico”. Debí callarme la boca (o, en términos más precisos, limitarme a no responderle) porque el siguiente movimiento de Facundo fue escribir, en efecto, al periódico en el que yo trabajaba. Su correo pintaba un cuadro apocalíptico: le aseguraba al editor responsable que, al mantenerme en la planta de empleados, estaba ni más ni menos que solapando a un inmoral. ¿Por qué era yo inmoral? Pues porque no me parecía mal que mi amiga, la que estudiaba en el Norte, se fuera con el novio a la playa, etcétera. Por suerte, el editor era un tipo con sentido del humor y se limitó a reírse de mí, borrar el mensaje y seguir con su vida. Yo, necio, cedí al impulso de enviarle otra carta a Facundo Paz para quejarme de la suya. Error. Facundo, o como quiera que el sujeto se llamara, respondió con un larguísimo correo en el que explicaba sus miedos, sus insatisfacciones con la vida y el coraje que le daba que jóvenes como mi amiga (a la que él no trataba pero veía, de lejitos, en la escuela, o yo mismo, que todavía estaba en edad de merecer) desperdiciáramos nuestras vidas. Hasta ahí todo mal pero, digamos, razonablemente mal. Una mera divergencia de opiniones (complementada, no lo olvidemos, por las ganas de alguien de meterse en los asuntos de personas desconocidas). Lo peor, lo azorante, vino después. Meses después. Estaba yo de visita en la ciudad en la que mi amiga vivía. Y la chica ya no era amiga mía, solamente, sino mi novia. Caminábamos de la manita, como se debe, por un centro comercial y estábamos a punto de meternos a un cine cuando un sujeto joven, con apariencia de muchacho de porvenir (lentes, suéter, pantalones de vestir, aire de monaguillo), se nos acercó. “Hola: yo soy Facundo. Me da gusto verlos así. Espero que se casen y tengan muchos hijos”. Luego se alejó. A la chica le dio mucha risa pero a mí casi me pega una crisis nerviosa allí mismo. Aquella relación, claro, estaba destinada a fracasar. Hoy, muchos años después, cada vez que estoy en la farmacia comprando medicinas tengo la impresión de que Facundo anda por allí, espiando, y celebra que su deidad favorita castigue mis pecados con algún buen dolor de espalda. Temas Tapatío Antonio Ortuño Recibe las últimas noticias en tu e-mail Todo lo que necesitas saber para comenzar tu día Registrarse implica aceptar los Términos y Condiciones