Viernes, 29 de Marzo 2024
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La noche de la fe

Al auténtico Cristo se le conoce, se le acepta y se le sigue en virtud del don de la fe

Por: EL INFORMADOR

No es Jesús quien ha de ser puesto a prueba, sino nuestra fe, nuestra confianza en Él. ESPECIAL /

No es Jesús quien ha de ser puesto a prueba, sino nuestra fe, nuestra confianza en Él. ESPECIAL /

LA PALABRA DE DIOS

PRIMERA LECTURA
Primer libro de los reyes 19, 9ª. 11-13ª:

“Sal de la cueva y quédate en el monte para ver al Señor, porque el Señor va a pasar”.

SEGUNDA LECTURA
San Pablo a los romanos 9, 1-5:

“Aceptaría verme separado de Cristo, si esto fuera para bien de mis hermanos”.

EVANGELIO
San Mateo 14, 22-33:

“Los que estaban en la barca se postraron ante Jesús, diciendo: verdaderamente Tú eres el Hijo de Dios”.

GUADALAJARA, JALISCO (13/AGO/2017).- En este domingo decimonono ordinario del año, el evangelista San Mateo presenta una escena de la vida de Cristo, en la que él y sus 11 compañeros fueron testigos y parte. Para que los discípulos, todavía titubeantes e indecisos, se definieran, afianzaran su fe, les dio una prueba: una angustia, y Juego la alegría, el consuelo, la certeza de quién era su Maestro y el gozo de estar a su lado.

Después del milagro de la multiplicación de los panes, ya casi de noche, Jesús “mandó a sus discípulos subir a la barca y precederle en la otra orilla, mientras Él despedía a la gente”. Los dejó alejarse, y mientras “Él subió a un monte apartado, para orar”. La barca se había alejado mucho de la tierra y era azotada por las olas, pues el viento le era contrario.

Ya muy entrada la noche- “a la cuarta vigilia”, dice San Mateo-, como entre las tres y las cuatro de la mañana, después de horas de miedo y zozobra, de lucha contra el viento, contra la tormenta, contra las encrespadas olas enloquecidas, “Jesús vino a ellos caminando sobre el mar”. Al verlo ellos andar sobre las olas, se turbaron y decían: “Es un fantasma”. Aunque Cristo siempre va al encuentro del hombre, con delicadeza singular cuando éste pasa por alguna tempestad, un problema, una crisis que son terribles tormentas del alma, el hombre muchas veces tiene velados sus ojos y no reconoce a quien viene a él, porque al Señor se le puede reconocer solamente cuando hay fe y humildad.

En este siglo muchos aceptan y anuncian a un Cristo filosófico, idiologizado, imaginario, o manipulado por ideologías extrañas a la fe y a los acontecimientos reales del Evangelio.

Otros aceptan un Cristo meramente histórico, analizado; criticista, científicamente en su entorno sociorreligioso, sobre módulos de una ideología utilitaria y para sus propias conveniencias.

Al auténtico Cristo, Dios y hombre en medio de los hombres, “el mismo ayer, hoy y siempre” (Hebreos 13, 8), se le conoce, se le acepta y se le sigue, en virtud del don gratuito de la fe.

Muchos hombres de este siglo no aman a Cristo porque no lo han conocido; no han tenido tiempo -frase muy común-, y se podría añadir que no han tenido quién les hable de Cristo, quién les dé al verdadero Cristo.

Predicar el Evangelio es predicar a Cristo. Evangelizar es acercar a los hombres a Cristo, que va siempre en busca del pecador, del que sufre. “Venid a mí todos los que estáis fatigados, angustiados, y yo os aliviaré”. Conocer a Cristo con una fe viva y mantenida por la acción interior de la gracia, ya es ir por un camino de santidad. A los apóstoles llegó lavozconsoladoradeJesús: “No tengan miedo, soy yo”.

Cristo infunde confianza -“no tengan miedo”- para que, como los apóstoles, comprometidos con Él, se lancen a ser testigos hasta el final glorioso del martirio.

La Iglesia ha de estar en perpetua lucha contra las fuerzas del mal, pero con la ce1teza de que la entrañable presencia de Cristo los hace valientes.

El más profundo anhelo de todo mortal es vivir para siempre. Nadie quiere hundirse, en muerte extrema. Por eso a Cristo se le llama Nuestro Salvador. porque el Verbo de Dios se hizo hombre para salvar a todos los manchados por el pecado. De muchos pechos ha brotado el mismo grito “¡Señor, sálvame!”

Ahora pertenece a las generaciones jóvenes, subir a la barca a encontrar a Cristo. Tal vez los jóvenes le formulen la misma pregunta de aquel joven del Evangelio: “¿Qué debo hacer para alcanzar la vida eterna?” (Mateo 19, 16); o tal vez lo busquen porque traen por dentro tempestades, desengaños. incertidumbres, confusión. Allí está Él, y sabe aquietar los vientos huracanados, disipar negros nubarrones y hacer que brille la luz y reine la paz en los corazones. Los apóstoles fueron los primeros en sentir la bondad de su presencia cuando llega Cristo. como llegó a la barca. Todo es dicha, porque Él es amor, alegría, paz.

José Rosario Ramírez M.

Pongamos a prueba a Jesús

Conforme a una lógica practicada por años, lo común es que el maestro, sea cual sea el ámbito del saber, es quien pone a prueba a los alumnos o discípulos, pero hoy se presenta una maravillosa excepción, en el pasaje evangélico. Pedro se dirige a Jesús, poniéndolo a prueba: “Señor, si eres tú, mándame ir a ti caminando sobre el agua”.

El arrebato de Pedro, así como sus temores de ver caminar sobre las aguas a un hombre, lo hace gritar de terror, junto con el resto de los apóstoles, y no les vasto el pronunciamiento: “Soy yo”, para recobrar la calma, y disipar los temores.

El Pedro primario, impulsivo, que reta, en el buen sentido de la palabra a Jesús mismo, a que si de verdad es quien dice ser, pues, que le haga caminar sobre las aguas. Nada simple, en un mismo acto, reta al caminante que sortea las arrebatadas aguas de aquella madrugada y a las mismas leyes de la física. Creíble para un espíritu impulsivo y primario y confuso como se presenta a Pedro en las Sagradas Escrituras.

Me gusta imaginar en este pasaje que ante la petición petrina, Jesús dibujó una sonrisa en su rostro y murmuró, -veamos quién sale reprobado- Pedro, desea saber si es el Maestro, y Jesús constatará si es el alumno que Pedro debe ser, interesante encuentro.

Jesús como siempre llama, y lo hace ir hacia sí, y Pedro no nos podía fallar, se bajó de su única seguridad e intento, pero sus miedos, las circunstancias y muchas otras cosas que al igual que Pedro, nos hacen gritar de terror, en ocasiones sin hacer un solo sonido, hicieron que se hundiera.

Al igual que Pedro, nos es familiar querer poner a prueba a Jesús, cuando le pedimos, cuando sufrimos, cuando algo nos aqueja, y decimos como él, si eres Dios, si me amas, si de verdad puedes, si es cierto todo lo que dicen, ayúdame en esto que ahora me aqueja… Somos nosotros, los nuevos “Pedros” de esta historia de la Iglesia quienes seguimos poniendo a prueba a Jesús. Cuántas veces nos hemos hundido y naufragado por nuestra falta de fe, y cuantas veces, se repiten en nosotros las palabras de Jesús, que con justicia y misericordia nos dice: “hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?”

No es Jesús quien ha de ser puesto a prueba, sino nuestra fe, nuestra confianza en Él, pero si ésta nos falla, como puede suceder, jamás dudemos en implorar con esperanza como Pedro: “¡Sálvame, Señor!” No importa que por esa ocasión seamos reprobados, lo importante es que seremos salvados.

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