Sábado, 01 de Noviembre 2025
Suplementos | Todo el mundo debería vivir fuera del ojo de sus vecinos

La guerra de las terrazas

Todo el mundo debería vivir fuera del ojo de sus vecinos, aunque los arquitectos digan misa

Por: EL INFORMADOR

Lo mejor que nos puede pasar es vivir fuera de los ojos de los vecinos. EL INFORMADOR /

Lo mejor que nos puede pasar es vivir fuera de los ojos de los vecinos. EL INFORMADOR /

GUADALAJARA, JALISCO (03/JUL/2016).- Un tipo con ínfulas de arquitecto provocó uno de los incidentes más recordados de mi infancia. El sujeto, que en realidad había estudiado decoración o algo así, decidió saltar de la elección de almohadones y cortinajes a la industria de la construcción y se puso a remozar casas, con tan mala puntería que convenció a nuestros vecinos de que su azotea debía convertirse en una terraza fiestera. Así, en vez de que nos topáramos a los dichosos vecinos en la calle y nos limitáramos a saludarlos vagamente, como el resto de los mortales, pasamos a verlos todos los santos días, porque el seudo arquitecto asomó su terracita directamente a nuestra casa.

Todo era felicidad y sonrisas con los vecinos el día de la inauguración de sus ampliaciones: pusieron tumbonas para echarse al Sol (y sombrillas para taparse de él), una mesita de jardín metálica y hasta una cantinita para prepararles, hemos de suponer, los tragos a sus compadres. Pero el optimismo menguó cuando, pasados unos pocos días, se percataron de que el panorama incomparable que les habían vendido como justificación era un fraude y que lo que lograban contemplar no eran atardeceres románticos o enérgicos amaneceres sino puras cosas prosaicas, como nuestro tendedero lleno de calcetines, las siestas de nuestro perro en el patio y el rostro severo de las persianas de nuestras habitaciones, que les cerramos en la cara porque a nadie le gusta que nadie se siente a beber cubas libres y pasarse las horas muertas observándolo.  

Hicieron, sí, un par de intentos desanimados de organizar reuniones de baraja, charla y alcohol en aquella terraza malhadada, pero creo que se sintieron ridículos intentando jugar al póker mientras nosotros, con todo y perro, los mirábamos desde las ventanas (no hay mejor método para reducir a un mirón que mirarlo a su vez). Total, acabaron por hacer lo correcto y taparon toda la extensión del mirador con una malla de color verde reforzada con acero inoxidable. De cuando en cuando se escuchaban sus pasos pero jamás, que yo sepa, volvieron a seguir los consejos del farsante que los convenció de intentar crear un “Las Vegas en la azotea”.

Pero hay más. Otro caso similar en mis recuerdos es el de unos compañeros de la primaria, damnificados por otro arquitecto (este sí de verdad) que les construyó una terraza que asomaba a su jardín y patio y en la que una vecina, gringa y rubia, se dedicaba a dar clases de yoga. Todo iba más o menos bien hasta que la señora decidió tomar el Sol en cueros y fue descubierta en tan comprometedora circunstancia por la abuelita de mis amigos, quien, en concordancia con la moral de sus ochenta años, le echó a la pobre un cubetazo de agua. La cosa se convirtió en lo que los antiguos denominaban “cámara húngara” porque la yogui no era dejada y, luego de envolverse en una bata, fue a tocar la puerta y a exigir explicaciones por el ataque. Mis amigos, que habían estado jugando al futbol en su cochera y no se enteraron de nada hasta que fue demasiado tarde, tuvieron que intervenir para separar a la vecina gringa de su propia madre, porque ambas damas se agarraron del chongo a la tercera frase.

Antes de que alguien me diga que le parece muy bien el cubetazo o que defienda el derecho de la mujer a tomar el Sol como le diera la gana, me apresuro a decir que mi única conclusión en este asunto es que todo mundo debería vivir fuera del ojo de sus vecinos. Aunque los arquitectos digan misa.

Tapatío

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