Viernes, 21 de Noviembre 2025
Suplementos | La Presa de la Vega es una de las joyas naturales que tiene Jalisco

'La dicha de estarse quieto'

Dueña de una tranquilidad y belleza únicas, la Presa de la Vega es una de las joyas naturales que tiene Jalisco

Por: EL INFORMADOR

La visión que ofrece la Presa de la Vega, un verdadero tesoro para los visitantes. EL INFORMADOR / P. Fernández Somellera

La visión que ofrece la Presa de la Vega, un verdadero tesoro para los visitantes. EL INFORMADOR / P. Fernández Somellera

GUADALAJARA, JALISCO (18/ENE/2015).- Hace días estuve en la Presa de la Vega: el hermoso vaso lacustre que está al poniente y no muy lejos de Guadalajara. La Vega está situada entre dos  carreteras: una que va rumbo a Ameca y la otra a Etzatlán.

Las cosas que ahí sucedieron, me recordaron a Juan Salvador Gaviota cuando relataba la escena en que su profesor —ya un poco entrado en años— al enseñarle algunas técnicas de vuelo y velocidad, sorprendía a su joven discípulo quien, por más que se esmeraba ejecutando las cabriolas más imaginables a velocidades inauditas, él ya se encontraba en el lugar acordado en espera de su discípulo. “Velocidad —le decía— velocidad es estar ahí”.

En esa ocasión llegué a la laguna cargado de energía y dispuesto a dar una buena remada en el kayak para disfrutar de un ejercicio intenso con el sol de la media tarde.

Al llegar a la playita que está cerca de la cortina, noté que el viento que había soplado del oriente -para mi desgracia- había acumulando una enorme cantidad de lirio en el lugar donde pensaba embarcarme; y aunque no era mucho, era más que suficiente para desistir de mis intentos deportivos.

Sin sentirme frustrado, tomé las cosas con filosofía: dejé el kayak en el techo de la camioneta; bajé la sillita plegable, los miralejos, la cámara, un block de notas, y con toda humildad y sumisión ante lo irremediable, me dispuse a disfrutar del entorno con la mayor calma y paz interior que me fue posible.

¡Que maravilla…! Todo empezó a suceder alrededor cómo si fuera un gran teatro cuyo espectáculo había sido preparado solo para mí.

Unos enormes pajarracos, sosteniéndose delicadamente entre los lirios, caminaban con sus dedos extendidos y su pico curveado, deleitándose con sabe dios que delicadezas del menú de la laguna. Las garzas, sumergiendo sus largas patas en el fango, dejaban volar con el viento las plumas del copete para, de vez en cuando arponear algún pececillo distraído.

Los borregones grises, muy serios, con su larga pluma amarilla en la cabeza, parados en la cerca miraban muy atentos -igual que yo- aquel escenario sorprendente. Las enormes bandadas de pelícanos blancos, con seriedad y compostura se movían lentamente hacia mejores espacios casi sin que se notara.

El Sol, después de haber estado todo el día ardiente y despiadado, por la tarde ya lucía amable y esplendoroso; como si al comenzar a ocultarse entre los cerros y a manera de despedida, hubiera decidido pintar el cielo de rosa, luego de rojo, de naranja, de gris, de amarillo, y de no sé de que tantos colores caprichosos que -creo que casi sin querer- cambiaban apasionadamente los colores de la laguna entera.

Los verdes se hacían más verdes, los grises brillantes del agua cambiaban a un azul profundo, y los dorados de la breña reseca se pintaban —vanidosos— de un amarillo recalcitrante. Las garzas blancas que volando trataban de encontrar sus nidos, se convertían en unas sombras negras y dinámicas que calmadamente rompían el rojizo cielo del atardecer.                                                                                           
Un poco más tarde… después de todo aquel alboroto de graznidos, comelitones y revoloteos, todo fue quedando envuelto por un sobrecogedor silencio que se acentuaba con el croar de alguna rana que —no lo dudo— se engolosinaba con la dicha de vivir ahí.

Mientras meditaba sobre las maravillas que me rodeaban -que grotescamente contrastaban con la velocidad a que vivimos en la actualidad- llegó a mi mente la frase del sabio maestro: “Velocidad hijo… velocidad es estar ahí”.

Comprendí entonces que la velocidad está en la capacidad de impresionarnos con las maravillas que nos rodean a cada instante, en los momentos más inesperados de nuestras efímeras, fugaces e irrepetibles vidas.

vya@informador.com.mx

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