Domingo, 12 de Octubre 2025
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Jesús muere para donarnos la vida

El Hijo de Dios encara su destino humano y conscientemente acepta la cruz

Por: EL INFORMADOR

LA PALABRA DE DIOS

PRIMERA LECTURA:

Isaías 50, 4-7


“Mi Señor me ha dado una lengua de iniciado, para saber decir al abatido una palabra de aliento”.

SEGUNDA LECTURA:

San Pablo a los Filipenses 2, 6-11


“Cristo, a pesar de su condición divina, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos”

EVANGELIO:

San Marcos 14, 1-15,47


“Y Pilato, queriendo dar gusto a la gente, les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de azotarlo, lo entregó para que lo crucificaran”.

GUADALAJARA, JALISCO (29/MAR/2015).- De las 52 semanas del año, ésta es para los creyentes la cumbre, porque en la cumbre del calvario el Hijo de Dios hecho hombre pagó con su vida el rescate por todos los seres humanos, de todos los tiempos, de todos los pueblos.

“Clavada en cruz la vida sufrió la muerte, y con su muerte nos donó la vida”.

Son seis días de oración, de fe, de silencio, de recogimiento.

¡Hosanna al Hijo de David! Es el clamor que cierra para siempre la historia de los hombres. Se levanta el grito en Jerusalén, como un vibrante y gigantesco acorde en que se reúnen las voces todas… las del cielo y las de la Tierra.

¡Viva el Rey! Aclama el pueblo judío, en creciente expectación. Rotas quedarán las pesadas, largas cadenas de la esclavitud.

Su júbilo era una manifestación de sus esperanzas y anhelos meramente humanos. Es un Rey, pero no como los reyes de la Tierra. Es descendiente de la estirpe real del Rey David, y entra triunfante en su ciudad; y el pueblo, al menos ese día, lo recibe como rey, lo aclama como rey. Es un rey humilde montado en un borrico; es el Mesías que viene a donde —y Él lo sabe— lo esperan la pasión, la cruz, la muerte, levantado entre la Tierra y el cielo y en medio de los malhechores.

Era su hora; era la primavera inundada de verdor y flores. Era también la primavera de las almas que nacerían a nueva vida por el torrente de sangre que regaría en esa hora sublime, al mundo.

Jueves, viernes y sábado inicia los grandes misterios con un final y un  principio: el Señor Jesús celebró con los 12 la pascua judía primero. Cenaron cordero asado con hierbas amargas y pan sin levadura. Luego el gran regalo, se regaló a sí mismo. Tomó pan en sus manos y pronunciando la acción de gracias, lo partió y dijo: “Éste es mi cuerpo, que será entregado por ustedes. Hagan esto en memoria mía”. Lo mismo hizo con el cáliz después de cenar diciendo: “Éste caliz es la nueva alianza que se sella con mi sangre”.

Jesús no puso límite a su entrega, su donación a los hombres. Desde entonces está vivo, presente, santificando la vida, y volverá.

La Eucaristía es el memorial real del sacrificio de Cristo en la cruz; es la presencia amorosa en medio de los hombres; es el pan de vida preparado para quienes caminan hacia el Padre.

Toda la vida del cristiano está en el seguimiento por amor. La cruz es camino para la luz.

Pero, mientras tanto trascurre el Sábado Santo en un silencio de horas largas, de espera ansiosa, sólo siente el consuelo de oír de nuevo las últimas palabras de amor de quien quiso ser levantado en alto para dar vida a todos y también la esperanza en la promesa: ¡Resucitaré!

José Rosario Ramirez M.

¿Quién quiero ser?


En este domingo en el que iniciamos la Semana Santa con la celebración del Domingo de Ramos, es sustancial una reflexión que realizara San Gregorio Nacianceno al decir:

“Si eres Simón Cireneo, toma la cruz y sigue al Maestro. Si, como el ladrón, estás en la cruz, con honradez reconoce a Dios: si Él por ti, por tus pecados, ha sido contado entre los malhechores, tú, por Él, hazte justo. Adora al que por tu culpa ha sido colgado de un madero. Y si tú estás crucificado, saca alguna ventaja de tu maldad.

Compra la salvación con la muerte, entra en el paraíso con Jesús, para comprender desde qué altura habías caído. Si eres José de Arimatea, pide el cuerpo a quien lo crucificó. Haz tuyo el cuerpo que ha expiado los pecados del mundo. Si eres Nicodemo, el adorador nocturno de Dios, úngelo con los ungüentos para la sepultura.

Si eres María, o la otra María, o Salomé, o Juana, llora con las primeras luces del día. Trata de ver la tumba abierta y, quizás, a los ángeles o incluso al mismo Jesús. Di algo, quédate a escuchar: se te dirá: “No me toques”, no te acerques.

Imita a Pedro o Juan, corre al sepulcro, juntos y a porfía en una noble emulación. Si llegas primero, vence en amor, no te quedes mirando fuera, ¡entra!

Morir para dar fruto


Hoy quiero pensar en la vida y se me pide que hable de la muerte.

La muerte está implícita en la vida. Esto no lo entendemos, ni queremos entenderlo, porque nadie quiere morir, y ni siquiera oír ni hablar de ello.

No obstante es así; la muerte la llevamos adosada, y en cada paso que damos, la vida misma nos acerca cada día al final de nuestro camino por este mundo.

Desde el momento en que nace el ser humano está viviendo su muerte en muchas y muy diferentes formas: Muertes fragmentarias, pequeñitas, si se quiere, muertes al fin, pero no estériles si queremos verlas desde el punto de vista en que el Señor Jesús nos las presenta.

En este renglón de muertes chiquitas que vivimos todos los días podríamos anotar: rupturas, opciones, despedidas, fracasos, pérdidas, olvidos… y todo lo que nos hace probar fragmentariamente aquello que sin duda conllevará lo definitivo de la muerte.

De estas experiencias que en el presente vivimos anticipadamente, que son como ensayos, se nos dan enseñanzas en las cuales podemos aprender a vivir conscientemente y con plenitud lo que será nuestro último momento.

Todo lo que puede implicar renuncia y desprendimiento del propio yo es una enseñanza que aviva la esperanza y nos llena de alegría, porque según la Palabra de Jesús, todos podemos dejar una huella de trascendencia si aceptamos morir, no como el que se destruye inútilmente, sino como la semilla que se duerme en el surco para dar más vida.

Por eso dice el Señor Jesucristo: es preciso morir para poder dar fruto, y morir para dar más vida.

Todos podemos dar de nosotros mismos lo que somos y lo que tenemos para que la Vida sea más vida.

Oración


Señor Jesús: hoy vivo en un presente que Tú me has regalado, y pienso en lo que me pides para que pueda dar fruto y continuar siendo parte de la vida que Tú mismo repartes por todo el Universo.

Recuerdo insistentemente a tus santos mártires que no dudaron en ofrecerse como lámpara que se consume ante el altar y que siguen todavía comunicándonos la fe, que a ellos les animó a darse totalmente en ofrenda.

Te pido por su intercesión que me enseñes a dar y a darme para que siga dando fruto de esa vida que no acaba, de esa vida que unida a la tuya perdura para siempre.  

Amén.

María Belén Sánchez, fsp

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