Suplementos | “Lázaro, nuestro amigo, se ha dormido, pero yo voy ahora a despertarlo” Jesucristo es resurrección, es vida “Lázaro, nuestro amigo, se ha dormido, pero yo voy ahora a despertarlo” Por: EL INFORMADOR 9 de abril de 2011 - 13:15 hs . / Conforme se van acercando la pascua del Señor --pascua significa paso-- y el paso de la muerte a la vida, va subiendo de tono la manifestación del misterio del Verbo de Dios hecho hombre para padecer y morir para salvar a los hombres. En los dos domingos anteriores --el agua viva que salta hasta la vida eterna, y la luz para disipar las tinieblas--, Cristo el Señor fue manifestando la razón de su presencia entre los hombres: agua que es vida, luz para encontrar el camino, camino que es Él mismo, y se llega a la altura: “Yo soy la vida”. De nuevo el apóstol-evangelista Juan. testigo cercano del último de los milagros de Cristo, es el heraldo de este milagro, la resurrección de Lázaro, con cuanto le precedió al hecho portentoso y cuanto aconteció --tanto el milagro como la estela luminosa-- después del portento. Es una prefiguración del milagro de los milagros, el de la resurrección de Cristo; muestra la dimensión total del misterio que se manifestará completamente cuando ruede la piedra del sepulcro, cuando los guardias huyan azorados y Cristo vivo y glorioso se manifieste a quienes en Él pusieron su esperanza. “Lázaro, nuestro amigo, se ha dormido, pero yo voy ahora a despertarlo” Marta y María le enviaron un recado al Maestro. Esperaban recibir de Él la salud del enfermo, como sanos y felices habían vuelto a sus casas muchos aquejados por dolores, enfermedades y dolencias, y que en el amor compasivo de Él hallaron remedio. El Señor escuchó a los enviados y comentó: “Esta enfermedad no acabará en la muerte, sino que servirá para que el Hijo de Dios sea glorificado en ella”. Y llegó el Señor cuando, según el pensamiento de los hombres, ya era tarde. Sin embargo, era la hora. El escenario era triste. Ya habían sepultado el cuerpo de Lázaro y todos, tristes, daban hilo al pensamiento atormentador de esa realidad para todos los hombres, todos mortales. Porque la muerte es la mayor tristeza para el humano. “El máximo enigma de la vida humana es la muerte” Así lo analizaron los obispos del mundo reunidos en el Concilio Vaticano II: El hombre sufre con el dolor y con la disolución progresiva de su cuerpo. Pero su máximo tormento es el temor por la desaparición perpetua. Juzga con instinto certero cuando se resiste a aceptar la perspectiva de una ruina total y el adiós definitivo. La semilla de la inmortalidad que en sí lleva, se levanta contra la muerte. “Todos los esfuerzos de la técnica moderna, por muy útiles que sean, no pueden calmar esta ansiedad del hombre: la prórroga de la longevidad que hoy proporciona la biología, no puede satisfacer ese deseo del más allá que surge ineluctablemente del corazón humano” Gaudium et spes (Gozo y esperanza) número 18. Teme el hombre y sin embargo anhela, algo espera más allá de su propia muerte. Se ve a sí mismo distinto de los otros vivos; los animales que nacen, crecen, se reproducen y mueren, no tienen como el ser humano la capacidad de pensar, de poseer una voluntad libre para llevar por sí mismos la dirección de la propia vida; el hombre es capaz de merecer --según sus obras-- el premio de los justos. Privilegio exclusivo del hombre es amar. Por esa senda del amor se llega a Dios. Dios es amor. Y el hombre anhela la vida eterna, la posesión de Dios. El cuerpo es materia, es polvo y al polvo vuelve; mas el espíritu, ese soplo divino que ha dado animación a la materia, no ha de volver al polvo, no ha de quedar bajo una lápida: el alma ha sido creada para elevar el vuelo a la eternidad. Han sepultado ya hace cuatro días el cuerpo de Lázaro, cuando llega Jesús, y al recibirlo Marta con tristeza le dice: “Señor, si hubieras estado aquí mi hermano no hubiera muerto”. Jesús le dijo: “Tu hermano resucitará”. Marta respondió: “Yo sé que resucitará en la resurrección del último día”. Jesús entonces le dijo: “Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí aunque haya muerto vivirá, y todo aquel que está vivo y cree en mí no morirá para siempre”. Aquí está la revelación plena: “Yo soy resurrección y la vida”. No dice “yo traigo, yo doy”, sino yo, sujeto, y el verbo ser conexivo; así Cristo se manifiesta en el complemento: “soy la resurrección, soy la vida”. En los centenares de fundadores de religiones del Oriente o de cualquier rincón del globo, nadie ha podido afirmar “yo soy la vida”. Así Cristo se manifiesta; es la vida porque es Dios; y porque es Dios, ahora va a demostrar con un hecho portentoso su capacidad de vencer a la muerte. Después de haber afirmado categórica y claramente que Él es la vida, le pregunta a Marta: “¿Crees tú esto?”. Ella le contestó: “Sí, Señor, creo firmemente que Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios que tenía que venir a este mundo”. Muy firme es la fe de Marta. Y porque ha creído que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, su hermano despertará del sueño, resucitará, y este milagro “servirá para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella”, como lo anunció el Señor. Cristo mandó que quitaran la losa del sepulcro. “Señor, ya huele mal. Ya lleva cuatro días muerto”, le dijo Marta. Repuso Cristo: “¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?”. Y llegó el momento. “¡Lázaro, sal de allí!” Y Lázaro le obedece Lo dicho: “Yo soy la vida”, ahora se ha probado con un hecho. La muerte ha sido muerta. San Pablo, fiel seguidor de Cristo, de Él espera su propia resurrección. Y así exclama ante los cristianos reunidos en Corinto: “¿Dónde está, ¡oh muerte!, tu victoria? ¿Dónde está, ¡oh muerte!, tu aguijón?”. En la muerte está el misterio de Cristo resucitado y resucitador. Porque Cristo es la vida en el misterio de su muerte y su resurrección, le pertenece la muerte y la resurección del cristiano. “Nuestra herencia es la muerte de Cristo”, dice San Agustín, pero habrá que añadir que su muerte y resurrección es nuestra herencia. “Mas del don de Dios es la vida eterna en Cristo Jesús” (Rom 6, 23) La resurrección de Lázaro no sólo manifiesta el poder de Cristo, sino que es un signo de la resurrección de la Humanidad. El cristiano del siglo XXI ha de ser mensajero de esperanza y testigo fiel de la resurrección. Cristo resucitado, con el imperio de su voz levanta de la muerte a la vida. El cristiano ha de morir, es morir, pero morir es un sueño. La vida no termina, se transforma y después se le prepara otra vida al que espera en Cristo. El regalo de Cristo es la vida eterna: “El que cree en mí no morirá para siempre”. José R. Ramírez Mercado Temas Religión Fe. Lee También En misa de bienvenida de "La Generala", cardenal pide por una reforma judicial justa "La Virgen me salvó del cáncer de mama", agradecen la vida, salud y bienestar en la Romería 2025 Veinticinco años Evangelio de hoy: Jesús se deja encontrar en nuestro sufrimiento Recibe las últimas noticias en tu e-mail Todo lo que necesitas saber para comenzar tu día Registrarse implica aceptar los Términos y Condiciones