Domingo, 19 de Enero 2025
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Fe y salvación

La fe auténtica, finalmente, tiene que impulsarnos para llegar al culmen del amor

Por: EL INFORMADOR

La fe es un don, el cual, si es puesto en práctica, cultivado y acrecentado, se transforma en una virtud esencial en la persona, por la cual se da una respuesta positiva a Dios y a su Palabra. Respuesta que se concretiza en obediencia, confianza y entrega total a Él. Respuesta que se concretó en el amén del pueblo judío guiado por Abraham, o en la frase de María: “Yo soy la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”  (Lc 1, 38).

Tres elementos intervienen en la virtud de la fe, y que avalan su autenticidad. El primero es la gracia de Dios; sin ella no se puede hacer nada que tenga valor en el orden sobrenatural. El segundo es aquello en lo que creemos, lo revelado por Dios, que es el Cristo total. Y, tercero, nuestra respuesta, con actos y acciones concretas, surgidas de nuestra decisión, de nuestra voluntad, aunque algunas veces nuestro entendimiento no vea claro.

De tal manera que, para que la fe sea auténtica y eficaz --es decir, una fe que nos lleve a la salvación--, ha de manifestarse por el amor, con obras. El creer no basta, no es suficiente, se requieren también las buenas obras. La Sagrada Escritura lo afirma en muchos pasajes. Recordemos tan sólo lo que dijo Jesús al respecto, cuando habla de que en el día del juicio final, la sentencia definitiva sobre la salvación o la condenación se dará no por la fe que uno haya tenido, sino por las buenas obras --fruto de esa fe-- que uno haya hecho o dejado de hacer: “porque tuve hambre y me diste de comer...” (Mt 25, 31-46).

La fe auténtica, finalmente, tiene que impulsarnos para llegar al culmen del amor, que es ya no tanto el dar, como el darnos al Señor y a los demás. Ello se logra cuando se vive auténticamente el Señorío de Jesús, lo que significa rendirse a Él, pero transformando la propia vida; reconocerlo como el amo y dueño de todo lo que somos y tenemos, el verdadero Rey de nuestro ser, quehacer y poseer.

De otra manera corremos el peligro de quedarnos en las creencias religiosas, en las ideologías, de las que se vale muestro enemigo el diablo para atraparnos y tenernos atados    con desviaciones, fanatismos, sectarismos, etc., causando con ello estragos, tanto en el ámbito personal como comunitario y eclesial. ¡Estemos alertas!

Francisco Javier Cruz Luna
cruzlfcoj@yahoo.com.mx

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