Jueves, 23 de Octubre 2025
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Encontronazos con la ciencia

Por: EL INFORMADOR

A lo que me refiero es a esa parte de las ciencias que tiene que ver con poner a prueba en la práctica lo que enseña la teoría. EL INFORMADOR / A. García

A lo que me refiero es a esa parte de las ciencias que tiene que ver con poner a prueba en la práctica lo que enseña la teoría. EL INFORMADOR / A. García

GUADALAJARA, JALISCO (13/SEP/2015).- La ciencia no es lo mío. No se me malentienda: tengo un hermano neurobiólogo que es un sabio y he sido lector devoto de gente como el neurólogo Oliver Sacks (recientemente fallecido), el astrónomo Carl Sagan, el naturalista Gerald Durrell, y el ensayista médico Francisco González Crussi. Quizá no sea yo candidato a la Academia de las Ciencias, pero al menos no ando por ahí hablando de “vibras” y fantasmas como si fuera un cavernario. No. A lo que me refiero es a esa parte de las ciencias que tiene que ver con poner a prueba en la práctica lo que enseña la teoría.

Todo comenzó con mi primera visita a un laboratorio, con el resto de mi grupo escolar, cuando era adolescente. Tuvimos que ponernos batitas blancas y unos cubrebocas y avanzamos en fila hasta las sillas en las que debíamos sentarnos, junto a unos pretiles elevados sobre los que se encontraban microscopios, matraces, tubos de ensayo y recipientes diversos. Quiso mi mala fortuna que fuera acompañado por dos de mis amigos, apodados como el “Elegante” (que había heredado una gran cantidad de choclos con suela de baqueta y los usaba hasta en clase de deportes) y el “Miserias” (que era, ahora lo sé, bipolar, porque terminaba sus chistes emocionándose y llorando). Pues bien, el “Elegante” y el “Miserias” dedicaban su día a darse de moquetes y echarse malo el uno al otro y el laboratorio les pareció escenario ideal para continuar su guerrita. Mientras nuestros compañeros ocupaban sus lugares y comenzaban a vaciar componentes en sus vasos de precipitado, el “Elegante” dijo algo sobre la hermana del “Miserias” quien, como un caballero, se ofendió y respondió con un puñetazo. “Miserias” entrenaba boxeo y su derecha mandó a volar al “Elegante”, quien, como en la cantina de un western, se deslizó a lo largo de la mesa de trabajo arrastrando consigo probetas, microscopios y matraces, dejando a su paso un tiradero monumental. Antes de que el profesor pudiera retorcerle el pescuezo, un mechero de Bunsen terminó en la cortina. Salimos en estampida mientras el tutor se dedicaba a apagar las incipientes llamas con un extintor.

Como si fuéramos los Tres Chilflados, comenzamos a echarnos las culpas por el incidente (yo ni pegué ni fui agredido, pero mi risa parece que había sido demasiado evidente y, por tanto, provocadora) y acabamos a golpes. Un derechazo de “Miserias” me puso el ojo morado. El profesor nos vio tan molidos que, cuando terminó de limpiar el laboratorio, no se tomó la molestia de castigarnos. Ofreció ponernos la calificación mínima si no volvíamos a poner el pie en su clase.

Mi siguiente encontronazo con la ciencia sucedió hace unos años, al intentar donarle sangre a una tía. Un practicante médico con unos aires de suficiencia me colocó una liga en el antebrazo y comenzó a “buscarme” la vena. Cuando la encontró, procedió a pincharme. Sólo le faltó destapar la jeringa. Se lo señalé. Su arrogancia era tal que aseguró que así debía ser y siguió rascándome con el tapón plástico. Luego fingió que mi vena “no se dejaba” y quiso convencerme de que no podía donar. Lo escuché, comprensivo. Cuando se dio la vuelta recobré la jeringa del  bote de basura y caminé con su supervisor. “Ay, ese Paco”, dijo el tipo cuando le referí la historia. Mandó llamar una enfermera que me sacó medio litro en 10 minutos. Pero olvidó etiquetar el frasquito y al final hubo que tirarla, porque ya se había confundido con la de unos enfermos de dengue.

Me fui de allí convencido de que la ciencia se burla de nosotros.

Tapatío

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