PRIMERA LECTURA Lectura del segundo libro de Samuel (5,1-3):“Tú pastorearás a mi pueblo Israel, tú serás el jefe de Israel”.SEGUNDA LECTURALectura de la carta del apóstol san Pablo a los Colosenses (1,12-20):“Él nos ha sacado del dominio de las tinieblas, y nos ha trasladado al reino del Hijo de su amor”.EVANGELIOLectura del santo evangelio según san Lucas (23,35-43):“En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso”.GUADALAJARA, JALISCO (20/NOV/2016).- Angustioso, desconcertante, muy difícil de entender para los hombres de todos los tiempos, es el modo de manifestar Cristo su realeza -universal y eterna- desde ese trono: desde lo alto de una cruz.Clavado de pies y manos ha sido elevado para desde esa altura, entre el cielo y la tierra, atraer a todos hacia su majestad, su grandeza sublime de vencedor de la muerte, del demonio y del pecado.Allí es Rey Allí lo dice una tabla escrita en tres idiomas: en el latín del Imperio Romano, arria y señor de los países mediterráneos; en griego, la lengua de los hombres sabios y artistas; en arameo, para que todos los nativos reconocieran allí al Rey de los judíos.Y si es Rey, ha de ser coronado en ese momento en ese extraño trono. Extraña también, original, única es la corona: no de oro y piedras preciosas para deslumbrar a los codiciosos de los bienes perecederos, sino de espinas que puncen, que hieran, para que de las sienes del Rey corran hilillos de sangre por sus mejillas.Despojado de todo, el mejor traje regio es la desnudez con que llegó al tiempo el Verbo de Dios, allá en el pesebre de Belén. No en vano el sol esconde sus rayos, y a las tinieblas les ha de corresponder dar testimonio de ese drama de amor y de dolor.Mas en torno al Rey se unen el sí y el no, tal como lo profetizó el anciano Simeón cuando el Rey niño fue presentado en el templo de Jerusalén. Allí está el sí, los que en sllencio moran, lloran y callan; María, su madre, al pie de la cruz; Juan, el discípulo limpio y fiel; unas piadosas mujeres y otros muchos con los ojos bañados de lágrimas. Allí está el odio. Así le gritan: “¡Si tú eres el Rey de los judíos, sálvate a ti mismo!”-El odio es una pasión funesta, porque no sólo entorpece la acción de los ojos, sino de la mente y Ja voluntad. Esos miserables, dignos de lástima, ni ven, ni entienden, ni sienten que allí de veras el que está con apariencia de vencido, es el vencedor, y el que es tenido por malhechor es el mayor bienhechor de la humanidad entera. Y con esa voluntaria entrega es el grano que al caer a la tierra, ha de morir para que no uno; sino todos-así con la más amplia universalidadlos hombres por él redimidos, puedan vivir para siempre.Sólo un par de ojos, en ese dramático momento, se abrió a la luz: “Señor, cuando llegues a tu Reino, acuérdate de mí”. Fue la voz angustiosa y confiada de uno de los dos ladrones con Cristo crucificados, hábil más que nunca para robar el cielo en los últimos minutos de su vida. Y logró su intento con la respuesta de Cristo: “Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso”.Este domingo, en miles de templos, en millares de pueblos y ciudades, en todas las lenguas de la Tierra, se sigue proclamando con la palabra, y más todavía con la vida, y más aún con la sangre, que la cruz es el trono y que Cristo es Rey de los judíos y de todos los hombres.Cayó el Imperio Romano de Occidente, después Constantinopla; vio su agonía el Sacro Imperio Romano Germánico de Carlornagno; Luis XIV, Luis XV y Luis XVI tuvieron aurora y ocaso; Napoleón sintió muy poco tiempo el mareo del poder desde el trono de Francia; Hitler, Mussolini y la Unión de Repúblicas Soviéticas Socialistas pasaron a ser un capítulo en el libro de la historia.El Reino de Cristo no ha pasado, ni pasará. Aquel Rey vencido por la maldad, la ingratitud y la fuerza, vence con la fuerza del amor. Sus brazos clavados permanecen abiertos desde entonces y acogen ahora a los atraídos por la misericordia y el perdón, formas elocuentes del amor.Cristo es Rey porque es el Hijo de Dios, y porque con su sangre ha conquistado un reino, no por la fuerza de las armas, no con un mesianismo temporal, sino con la fuerza del amor, para devolver al género humano la inocencia perdida y llevarlo a nueva vida, nueva naturaleza: a la dignidad de hijos del Padre común que está en los cielos.José Rosario Ramírez M. La palabra de DiosLa liturgia nos dice mucho, Cristo Rey del Universo ha vencido; el Bien, la Verdad, la Justicia y la Vida han triunfado. Pase a toda apariencia, la realidad es que nuestro hermano Jesús está ya operando en nuestra historia humana. Esto es motivo suficiente para cerrar con gran gozo y júbilo nuestro año litúrgico.En el evangelio que Lucas presenta, dibuja un escenario perfecto de entronización, en el que no falta detalle. El pueblo contempla la escena desde una cierta distancia; cerca del trono en el que se sienta el rey están rodeándole, las autoridades civiles y militares, que son las únicas que pueden dirigirse a él directamente; aunque entre ellos destacan los consejeros más próximos que le hablan de tú a tú, sin intermediarios ni protocolo. Aquí la analogía usada funciona por contraste, pues se trata de algo completamente distinto. El pueblo que contempla de lejos no aclama, sino que primero ha exigido la ejecución de Jesús, aunque, como indica el mismo Lucas, después se duele de lo que ha visto (“se volvieron golpeándose el pecho”). Las “autoridades civiles y militares”, son los altos magistrados judíos y los soldados romanos, que insultan a Jesús, tentándole, igual que el diablo en el desierto (“si eres hijo de Dios…”), para que use el poder en beneficio propio. Los consejeros más próximos son criminales, uno de los cuales también apostrofa al Rey escarneciéndolo. El rey del que hablamos tiene por trono la cruz, instrumento de tortura y ejecución para los criminales y los esclavos. Incluso el letrero en escritura griega, latina y hebrea, anunciando “éste es el rey de los judíos”, no deja de estar cargado de ironía, que denigra no sólo al supuesto rey en su extraño trono, sino también (ahí los romanos no perdieron la oportunidad) al pueblo que tiene un rey así. La Iglesia y la liturgia, al decirnos que Jesús es Rey y que ha vencido, nos presentan una imagen de esta realeza y su victoria que no puede dar lugar a equívocos o asimilaciones.El Reino del que habla Jesús, del que él mismo es el rey, no es de este mundo, pero no es ajeno a este mundo. En la respuesta a la petición del buen ladrón Jesús no hace como los burócratas de reinos y repúblicas, que remandan la petición “ad calendas graecas”, sino que cursa la solicitud inmediatamente: “hoy” estarás conmigo. Ese “hoy” quiere decir que el Reino de Dios, el reinado de Cristo, ya ha empezado, precisamente en la Cruz. Y nosotros, que oramos cada día para que ese Reino venga a nosotros, podemos estar en él ya, hoy; a veces junto a la cruz (pues esa es la llave de entrada), pero siempre en la esperanza de gozar después, plenamente reconciliados, en el hoy eterno de Dios.