Jueves, 24 de Abril 2025
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Especial

Guerrilla y utopía en Guadalajara, Liga comunista 23 de septiembre

Por: EL INFORMADOR

La aparición de grupos políticos que apelan a la violencia para manifestarse contra un sistema que les es hostil, es un síntoma de crisis sociopolítica y económica; y cuando hablamos de crisis nos referimos a las relaciones generales entre instituciones, corporaciones y personas. Los grupos armados que en la década de los años setenta declararon la guerra al Estado mexicano, demandando la democratización y la equitativa repartición de la riqueza (por no decir socialismo), y señalándolo como el principal responsable de la mencionada crisis, también experimentaron hacia su interior diversas crisis que los hicieron cuestionarse sobre su propia actuación y la de los otros grupos emergentes que también peleaban por las mismas causas. Fue precisamente en medio de esta momentánea pérdida de rumbo de la guerrilla armada urbana en la que nació la llamada Liga comunista 23 de septiembre (LC), como lo mencionamos en la entrega anterior.
La celeridad con la que nacieron y desaparecieron grupos rebeldes en todo el país, inspirados por las realidades políticas de Cuba y Latinoamérica, y conmovidos por lo sucedido en 1968 en varios países, principalmente en el nuestro, obligó a repensar la estrategia para hacerle frente al Estado. Hubo un momento (a principios de los años setenta), en que varios líderes de grupos políticos rebeldes, guerrilleros o no, habían sido aprehendidos o desaparecidos por las fuerzas federales. Muchos de estos grupos habían sido desarticulados; estaban “desmembrados y sin dirección”. Consideraban que muertos sus dirigentes no menguaba la causa de la lucha, más al contrario, la alimentaba. De ahí que se pensara en articular la guerra en guerrillas, el caos en sistematización, la rebelión en movimiento nacional. En este marco de cosas, los herederos del liderazgo de los distintos grupos de rebelión del país se propusieron unificar su causa en un solo frente, cosa nada fácil para una realidad social convulsionada por la crisis, la corrupción, el clientelismo, la impunidad, el tráfico de influencias y un oscuro ejercicio del poder político.
Guadalajara: el laboratorio (II)

Los nuevos líderes buscaron la alianza de los distintos grupos guerrilleros en Monterrey, la Ciudad de México y Guadalajara, ciudades con más posibilidad de materializar claramente el propósito y donde se podría hacer mayor daño al aparato estatal. Luego de algunas reuniones en las mencionadas ciudades, fue en la capital tapatía donde se decidió instalar la Coordinación Nacional del pretendido movimiento. El hecho de que la guerrilla y los diferentes grupos siguieran en pie de lucha, hacían propicio que el plan de sistematización de la guerrilla se pudiera intentar desde esta ciudad. Además, el conflicto por el control universitario, convertido ya en una lucha política contra el Estado, parecía hacer causa común con la propuesta de renovación de estos grupos de choque.
El nombre de “Liga comunista 23 de septiembre” retomó el nombre de un grupo de Monterrey (Movimiento 23 de septiembre), en honor al asalto al cuartel militar en ciudad Madera, Chihuahua, el 23 de septiembre de 1965, dirigido por Arturo Gamiz, en clara emulación a lo hecho por Fidel Castro al cuartel Moncada, en Cuba, en julio de 1953. Sin el afán de desmenuzar el nombre con el objetivo de comprender el todo por la sola suma de sus partes, mencionaremos que el nombre de “Liga” nos remite a una coalición, a una “agrupación o concierto de individuos o colectividades humanas con algún designio común”. En otras palabras: si hemos de adelantarnos a mencionar el fracaso de este movimiento, podríamos interpretar ahora que una de las posibles causas fue: haber sido concebido desde sus inicios con los restos casi cadavéricos de agrupaciones que creyeron encontrar una solución a su crisis interna en la simple suma de sus desgracias. Y otra causa fue: que los “liderazgos sectoriales” que operaban en la ciudad hacia principios de la década de 1970, tenían su propia estrategia de acción y  “cada organización quería jalar para su lado... nadie tuvo la capacidad de unir a los grupos para ir contra el gran aparato”. Ni siquiera la Liga 23.

Todos para uno...

Luego de haber intentado infructuosamente de iniciar el movimiento en la ciudad de México, Arturo Ignacio Salas Obregón y José Ángel García Martínez, de la guerrilla de Monterrey, fueron de los promotores y convocadores a esta ecuménica reunión en Guadalajara. A la primera reunión realizada en marzo de 1973 para planear la constitución de la Liga, acudieron miembros que representaron la guerrilla de Monterrey, Chihuahua, Sinaloa, Ciudad de México, Guerrero y por supuesto Jalisco, tanto del medio urbano como rural. Interminable sería la lista de los involucrados pero mencionemos que en casa del que fuera uno de los principales fundadores, Fernando Salinas Mora, “El Richard”, en la calle 36 del Sector Reforma, se hicieron los primeros planteamientos... y las primeras objeciones por parte de los mismos actores.
Varios de los grupos de Guadalajara como los Vikingos y el desmembrado Frente Estudiantil Revolucionarios (FER), de donde habían surgido la Unión del Pueblo (UP) y el Frente Revolucionario Armado del Pueblo (FRAP), se apersonaron en la cita. Los argumentos de los convocados con los que, por una parte, se aceptó, y por otra, se negó la participación en el movimiento, son por demás interesantes. En pleno debate por la constitución del movimiento, algunos dirigentes expresaron que muchos de los grupos que pretendían integrarse “no contaban con un nivel teórico ni de entendimiento sobre el proceso de estructuración de un movimiento general”. Grupos como la UP consideraban que ellos tenían ya “una clara concepción y posición política acerca de la unidad revolucionaria”, contrario a lo que sostenían los promotores de la LC quienes consideraban que en el país, en ese 1973, “se encontraban dadas ya las condiciones objetivas y subjetivas para la revolución socialista”.
Entre estos mismos actores del socio-drama, presuntamente guiados por un sesudo análisis de la realidad sociopolítica del país -aunque en ocasiones parecían más guiados por un exceso de voluntarismo- existían opiniones claramente encontradas. Una de las principales consecuencias evidenciadas por este complicado y accidentado inicio de la LC, fue que ésta perdió credibilidad casi desde antes de iniciar operaciones. En julio se realizó otra importante reunión y entonces se definió quiénes se sumarían al plan nacional guerrillero, bajo el sello de la LC. Se definieron los “planes operativos” y se deslindaron responsabilidades. Las primeras acciones (con lo que se presentó al público) fueron secuestros, asaltos y muertes de algunos secuestrados; en Guadalajara, la primera víctima fue el empresario Fernando Aranguren Castiello, muerto en octubre de 1973.
Por ser tal vez las primeras acciones de presentación de este movimiento renovado, sus ejecutores aún eran identificados con los grupos al que pertenecían antes de la gran coalición nacional; poco tiempo tardarían las autoridades y la sociedad civil en descubrir que se trataba de un movimiento articulado (con todo y sus desaciertos) al que el Estado tendría que enfrentar de otra manera.  La “guerra sucia”, se hizo más sucia.

Por: cristobal durán

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