Viernes, 10 de Octubre 2025
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Escuchar y actuar

Luces y sombras, así se puede definir la historia de Israel y, por extensión, la de toda la humanidad

Por: EL INFORMADOR

La palabra de Dios siempre es una espada de dos filos: ilumina, consuela, da gozo interior a algunos, y molesta e inquieta a otros. ESPECIAL /

La palabra de Dios siempre es una espada de dos filos: ilumina, consuela, da gozo interior a algunos, y molesta e inquieta a otros. ESPECIAL /

LA PALABRA DE DIOS

Primera lectura


Lectura del Libro de Isaías (35,4-7a):

“Sed fuertes, no temáis. Mirad a vuestro Dios que trae el desquite, viene en persona, resarcirá y os salvará”.

Segunda lectura

Lectura de la Carta del Apóstol Santiago (2,1-5):

“No juntéis la fe en nuestro Señor Jesucristo glorioso con el favoritismo”.

Evangelio

Lectura del Santo Evangelio según San Marcos (7,31-37):

“Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos”.

GUADALAJARA, JALISCO (06/SEP/2015).- Luces y sombras, así se puede definir la historia de Israel y, por extensión, la de toda la humanidad. Constantemente deshonra y gloria aparecen como subsecuentes una de otra. El capítulo tiene presente dos situaciones contrastantes: las suertes de las naciones que serán aniquiladas, y la del pueblo elegido que será reunido en Sión al final de los tiempos, he ahí el motivo de la acentuada esperanza que señala como el pueblo de los rescatados volverá del “nuevo Éxodo” y el gozo será completo.

En la Carta de Santiago podemos descubrir que quien se dice cristiano, no puede hacer distinciones en su trato con el prójimo. Por eso, se llama fuertemente la atención a quien siente preferencia por los ricos en perjuicio de los pobres. El apóstol insiste en que ante los ojos de Dios los más gratos son los necesitados, y los que no se esclavizan a lo material. Generalmente, cuando los pobres reciben un bien, no pueden compensar de la misma forma, pero esto nunca ha de ser motivo para que el cristiano manifieste preferencia por el que lo podría favorecer. El que ayuda a alguien esperando recompensa está lejos de actuar conforme a la doctrina de Jesús. Quien buscando la conveniencia propia, se deja guiar con el favoritismo hacia los ricos, se condena él mismo, porque quien conoce y pone en práctica la enseñanza de Cristo, tratará a todos por igual con amor y honor. Como señala San Ignacio: “El amor se ha de poner más en las obras que en las palabras”.

En la lectura evangélica de este día, vemos como las curaciones de Jesús van cargadas de un profundo significado, ante todo son expresiones de amor por aquellos que sufren sin posibilidad de ayuda; frente a su necesidad la caridad no se detiene. Pero el gesto milagro que relata, nos puede vincular con los aspectos morales de lo individuos: la sordera y tartamudez, que son símbolos de la incapacidad del hombre que no oye al Señor, ni puede dirigir su plegaria. Estas incapacidades son eliminadas por Jesús, de modo que la persona queda en condiciones de escuchar y rendir culto a Dios. La peor enfermedad es la que lleva a romper toda comunicación con Dios y con el mundo.

XXIII DOMINGO ORDINARIO

En este domingo vigésimo tercero del año, el evangelista San Marcos narra un milagro que Cristo hizo compadecido de la triste condición de un hombre sordo y mudo.

El hecho milagroso fue ante los ojos curiosos de una multitud que había acudido. Ante ellos el Señor manifestaba con hechos que Él era el Mesías, el esperado, el anunciado por los profetas.

“Jesús lo apartó a un lado de la gente, le metió los dedos en los oídos y le tocó la lengua con saliva. Después, mirando al cielo, suspiró y le dijo: effeta”.

En arameo, esta es una palabra en imperativo del verbo abrir. Tiene gran fuerza esa breve palabra, porque quien de veras se abre, no sólo a la palabra de Dios, sino a la vida, a las lecciones sucesivas del diario acontecer de los hombres, de la historia, siempre será un triunfador.

En la vida interior, en el orden espiritual, son sordos quienes no quieren oir.

La palabra de Dios siempre es una espada de dos filos: ilumina, consuela, da gozo interior a algunos, y molesta, inquieta y angustia a otros.

En el correr de más de 20 siglos de cristianismo hay una permanente actitud ante la Palabra de Dios, que —como hay la condición de la libertad humana— unos han oído, la han captado, la han hecho vida. Otros han preferido oir otras voces que, aunque mienten, halagan.

Nuestro Señor Jesucristo le dijo a aquel hombre, y les dice continuamente a todos, “effeta”, ábrete, abre tus oídos y llegarás a la fe, al amor a Dios y al prójimo, a la salvación, a la santidad.

Hay un mutismo que nace del temor. La gente prefiere no abrir los labios y así no comprometerse. Muchos callan ante las injusticias, los atropellos, las violencias, los abusos de los poderosos y de quienes ejercen el poder. Es culpable ese mutismo, cuando se tiene el deber de hablar y no se cumple. Ese mutismo es pecado de omisión.

Hablar de Dios, comunicar a otros las experiencias espirituales, ser heraldos de la buena nueva, comunicar el mensaje de salvación, es para los valientes.

Soltar la lengua exige generosidad, valentía, sinceridad y serenidad.

La oración es arma poderosa que Dios puso en las manos del hombre.

El Gran Maestro de la oración es el Señor Jesús, primero con el ejemplo, ya que en los grandes momentos de su vida en el tiempo, siempre elevó su oración al Padre y en la continua enseñanza sobre el valor de la oración y en la insistencia en vigilar y orar, el Señor dice así: “Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá. Porque quien pide, recibe, quien busca halla y a quien llama se le abre”.

La oración ha de ser humilde, confiada y permanente.

Recordemos la promesa divina: “Les digo a ustedes: todas las cosas que con la oración pidan, crean que las recibirán y ustedes las encontrarán”.

José Rosario Ramírez M.

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