Viernes, 26 de Abril 2024
Suplementos | El mensaje de hoy es la universalidad, la catolicidad de un único Pueblo de Dios

Encontrar a Cristo

El mensaje de hoy es la universalidad, la catolicidad de un único Pueblo de Dios

Por: EL INFORMADOR

El sufrimiento, la grave enfermedad de la hija, llevó a la madre a la fe, al encuentro de Cristo. ESPECIAL /

El sufrimiento, la grave enfermedad de la hija, llevó a la madre a la fe, al encuentro de Cristo. ESPECIAL /

LA PALABRA DE DIOS

PRIMERA LECTURA
Isaías 56, 1. 6-7:

“Velen por los derechos de los demás, practiquen la justicia, porque mi salvación está a punto de llegar y mi justicia a punto de manifestarse”.

SEGUNDA LECTURA
San Pablo a los romanos 11, 13-15. 29-32:

“Dios ha permitido que todos cayéramos en la rebeldía, para manifestarnos a todos su misericordia”.

EVANGELIO
San Mateo 15, 21-28:

“Mujer, ¡qué grande es tu fe! Que se cumpla lo que deseas”.

GUADALAJARA, JALISCO (20/AGO/2017).- El sufrimiento, la grave enfermedad de la hija, llevó a la madre a la fe, al encuentro de Cristo.

En este agitado y confuso siglo XXI, aunque parece que las multitudes solamente se contentan con pan y circo, hay una inquietud interior, honda, de todo ser humano, de encontrar la verdadera satisfacción existencial en lo que ni el mundo, ni el demonio, ni la carne le ofrecen.

Dios sabe hablar a los hombres con variados lenguajes; a veces en las alegrías, y muchas veces cuando vienen largos días de nubes de tormenta y de noches inacabables de pena y dolor, de preocupaciones, de pérdidas, de derrotas. Entonces el hombre se mira a sí mismo, se ve pequeño —como un perrillo hambriento y desamparado— y acude a Dios... y encuentra a Dios.

Muchas conversiones han tenido un principio al parecer trágico. Una bala de cañón frustró la ascendente carrera militar de Ignacio de Loyola, mas lo encontrado en su lecho de dolor, en su larga convalecencia, valió miles de veces más para él y para la Iglesia. Encontró a Cristo y no dejó de ser militar, pero en el ejército de Jesús, donde él alineó con los primeros, y ha seguido esa compañía en cuatro siglos de luchas. Para eso son los soldados de Cristo.

Mas la conversión empieza —como en la mujer cananea— por la fe, unida a la humildad. El mayor pecado es creerse justo. La más grave de las enfermedades espirituales es creerse sano. No tener necesidad de salvación, es no tener salvación. Por eso el que encuentra a Cristo, es el que tiene la profunda convicción de que no se puede salvar por sí mismo, y confía en Cristo salvador y salvación. Es tomar una actitud humilde y confiada —lo enseña el evangelio de hoy— y alegrarse al escuchar de la boca de Cristo: “Que se cumpla lo que deseas”.

Cristo es de todos y para todos. El mensaje de este domingo vigésimo ordinario del año es la universalidad, la catolicidad de un único Pueblo de Dios fundado por Cristo el Señor.

El pueblo de Israel esperó al Mesías, mas “vino a los suyos y los suyos no lo conocieron”. Esperaban un libertador exclusivo y poderoso frente a los pueblos que los rodeaban.

Ni su figura, ni su mensaje, se ajustaron a las pretensiones terrenales de ellos. Vino a fundar un Reino espiritual, de justicia, de santidad y de gracia, y éste para todos los hombres.

Su presencia rompió toda barrera nacionalista, racista y partidista. A partir de Cristo, todos los hombres son hermanos, o deben ser hermanos, redimidos con la misma sangre.

Cristo sobrepasa las fronteras de su pueblo. El evangelio para ser proclamado en este domingo, es la narración de un milagro que Cristo hace en favor de una mujer extranjera, una cananea, allá entre las ciudades de Tiro y Sidón.

Ella, afligida, va tras el Señor con un grito suplicante y su voz parece —sólo parece— que no llega a los oídos del Maestro. Son los discípulos, que tal vez cansados ya de oírla, “se acercaron al Maestro y le rogaban: ‘Atiéndela, porque viene gritando detrás de nosotros’”.

Esa mujer es pagana, no es del pueblo escogido, mas tiene esperanza en que Jesús, que ha dado misericordiosamente la salud a muchos enfermos, también tenga su misericordia para ella y su hija enferma. Por eso va tras él, por eso sus gritos, por eso insiste.

El Señor se detiene a escucharla. “Ella se acercó entonces a Jesús y, postrada ante Él, dijo:

“Señor, ayúdame”. En este caso Jesús encuentra una mujer creyente “fuera de casa”. Ella es sencilla, y los sencillos siempre pueden más ante la majestad de Dios. El Reino de Dios es de los sencillos, de los limpios de corazón.

Este milagro enseña que la fe es capaz de trasladar de sus bases las montañas.
 
José Rosario Ramírez M.

Migajas que salvan

En el texto evangélico de este domingo, nos topamos con un Jesús provocador, que reta, que en cierto sentido llega a parecer grosero, se sale de sus términos y con ello saca de sus términos y contexto a la mujer cananea.

La primer provocación la genera Jesús adentrándose en territorio de paganos, se hace encontradizo en medio de quienes precisamente no lo quieren encontrar, y el que busca encuentra, reza el dicho popular, y su encuentro es sorprendentemente maravilloso, una pagana, una cananea, lo proclama como Dios y Señor. Con esta respuesta, es ahora la mujer quien provoca el asombro en los presentes.

Este primer encuentro de sin sabores provocó el involucramiento de todos, lo cual busca Jesús, ya tiene la atención de todos dirigida a aquella mujer que aparentemente está ignorando y quien después de contar su desgracia y la gravedad de su hija, apela a la compasión del Señor. Qué gran sorpresa nos devela este encuentro un Jesús que no se interesa, que no responde, y por si fuera poco, cuando responde, desprecia. Pero ella no desistió, porque sabe ante quién está.

Cuánto debemos aprender de esta mujer, insistir, perseverar, buscar, salir de nuestra zona de confort, de pensar que las cosas han de ser como yo quiero e imagino. Apenas vemos que no alcanzamos lo que queremos desistimos de nuestras suplicas cuando, por eso mismo, más debiéramos insistir.

Siendo sinceros, ¿a quién no hubiera desatinado recibir esa respuesta? “no está bien quitarles el pan a los hijos para echárselo a los perritos”, sin embargo, la mujer no se desconcertó. Ella que vio que sus intercesores, nada podían hacer, se desvergonzó con la más hermosa desvergüenza: “es cierto, Señor; pero también los perritos se comen las migajas que caen de la mesa de sus amos”.

Cuanto más la mujer intensificaba su suplica, con más fuerza también él se la rechazaba. Ante esto, la mujer de las palabras del Señor sabe componer su defensa. He ahí por qué difirió Cristo la gracia: él sabía lo que la mujer había de contestar. No quería que quedara oculta virtud tan grande de esta mujer. De modo que sus palabras no procedían del ánimo de insultar, sino de convidarla, del deseo de descubrir aquel tesoro escondido en su alma. Por eso no le dijo: “Quede curada tu hija”, sino “Mujer, ¡qué grande es tu fe! Que se cumpla lo que deseas”.

Con esto nos da a entender que sus palabras no se decían sin motivo, ni para adular a la mujer, sino para indicarnos la fuerza de la fe.

Las migajas que tomó la cananea de lo que cae de la mesa, fueron todo un banquete de salvación.

Temas

Lee También

Recibe las últimas noticias en tu e-mail

Todo lo que necesitas saber para comenzar tu día

Registrarse implica aceptar los Términos y Condiciones